Nos explican que la inflación es sobre todo consecuencia de la guerra, los precios de la energía y sobre todo del gas. El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, no se cansa de reiterar que la culpa de todo es de Putin. Estaría bien que éste fuera el motivo, el problema es que no va por ahí y, por tanto, no será rápido ni fácil que se reduzca. Evidentemente que la guerra y el gas intervienen en la ecuación, pero ni la inflación ha comenzado con ellos ni se reducirá mágicamente cuando el conflicto acabe.
En ese momento una de las causas del encarecimiento de los productos alimenticios no es exactamente la guerra, porque la cosecha amenazada es la próxima y no la que ya estaba almacenada. La razón es la especulación que hace meses que se ha iniciado. En el caso de la energía, la OPEP vuelve a tener la sartén por el mango como en las dos crisis provocadas por el choque del petróleo de la década de los 70 del pasado siglo. Hacía, por tanto, mucho tiempo que el cártel del petróleo no alcanzaba por su producción niveles tan altos, ni podía sostener con tanta facilidad sus exigencias. Y ese laberinto se ha situado en Europa por su propio impulso. Cabe recordar que la otra partenaire del conflicto con Rusia, EEUU, no tiene ningún problema de aprovisionamiento de energía, dado que incluso la exporta.
El resultado es que según la OCDE en su revisión de finales de marzo, señala que la inflación subirá al menos 2,5 puntos por encima de lo previsto a finales de 2021. El director del Banco de Pagos Internacionales, Agustín Carstens , señalaba que podíamos haber entrado en una era de inflación global.
Esta circunstancia se debía a una serie de factores:
Uno de ellos es el de la desglobalización. Desde principios de los años 90 ha habido un proceso acelerado de globalización que ha permitido a las economías desarrolladas aprovechar los bajos costes salarios de los países emergentes, y producir de esta forma de una forma más masiva y económica. Este período ha sido denominado por el que fue presidente de la Reserva federal de EE.UU., Alan Greenspan, como de la «gran moderación» porque las fuerzas deflacionarias han mantenido los precios muy bajos. Se refería concretamente a la globalización, la tecnología y la demografía, resultado del proceso de envejecimiento occidental que, por definición, tiene consecuencias de reducción de la inflación e incluso generar deflación.
Pero junto a la desglobalización, ha habido otro factor que ha impulsado los precios al alza, que es el cambio del modelo energético: la apuesta por las energías renovables, que todavía no cubren toda la demanda, y el coste adicional por las fuentes derivadas del carbón, gas e hidrocarburos, es decir, las que tienen impacto ambiental, que han tenido que pagar el impuesto sobre la producción de CO₂. De hecho, los precios de la energía se están incrementando desde el pasado verano y no es, por tanto, un hecho reciente.
Algo parecido puede decirse de la alimentación. Ahora tiene el nivel de precios más alto desde el inicio de la serie histórica en 1990, y a principios de este año se ha producido un salto importante, pero de hecho los precios se han incrementado desde mediados de 2020, situándose por encima de los hasta ahora registrados en 2008 y 2011, períodos marcados por crisis alimentarias mundiales y revueltas sociales. Fue en ese momento, por ejemplo, cuando se produjo la Primavera Árabe. La ola de incrementos de precios no se ha formado ahora mismo, la guerra y las sanciones económicas lo único que hacen es estimular lo que ya se estaba produciendo.
En este escenario no se puede olvidar una envolvente que ahora va a pasar factura: el de las políticas monetarias y fiscales muy laxas concebidas para hacer frente a la Gran Recesión y a la pandemia. Se ha puesto en juego una inmensa masa monetaria al servicio de las grandes economías y, según explica la ortodoxia con el Nobel Milton Friedman, la inflación es sobre todo un fenómeno monetario.
En consecuencia, lo que estamos viendo ahora son los efectos de haber generado, y en parte todavía sigue, ese gran volumen de dinero en circulación. Parecía que la globalización había hecho desaparecer el riesgo de una consecuencia directa del bajo precio del dinero sobre el aumento de los costes de producción, ahora, por las circunstancias, se ve claramente que no es así.
Por tanto, costes de la energía, gas pero también petróleo y tasa de CO₂, tendencia al alza de los precios alimentarios, desglobalización y laxitud de las políticas fiscales y monetarias son las que están en la base de la inflación actual y no parece que este complejo mecanismo pueda desarticularse en unos pocos meses.