La incursión ucraniana de territorio internacionalmente reconocido como perteneciente a Rusia en la región de Kursk ha sido un golpe brillante, mediático y militarmente audaz.
La operativa ucraniana, que podría acarrear alargar el frente unos 120 kilómetros más, ha sido vista por la inmensa mayoría de medios de comunicación occidentales como una demostración de la fortaleza de Ucrania. Numerosos comentaristas han llegado a afirmar que la iniciativa demuestra que Kiev puede ganar en último término la partida a Rusia.
Sin embargo, mirado más detenidamente, el ataque ucraniano puede verse también como un golpe desesperado para llegar con más fuerza a la mesa de negociaciones, que cada vez más fuentes señalan que se podría abrir a finales de 2024 coincidiendo con el período navideño, o bien a principios de 2025.
Así pues, el principal objetivo de Ucrania no sería militar, sino político: llegar con una buena carta para canjear con Rusia cuando las condiciones de la paz se debatan, y es que el cálculo de Kiev, y que parece plausible, es que Moscú nunca aceptará la humillación de que Ucrania se quede con territorio internacionalmente reconocido como ruso.
Pero ¿por qué Kiev se encontraría en tan mala posición si ha reanudado parcialmente la iniciativa estratégica, que había perdido desde su quiebra ofensiva de la primavera-verano del año pasado?
Primero porque Ucrania se encuentra en una situación de desventaja en el frente principal del Donbás, donde Rusia hace algunos meses que acelera su avance hacia el oeste.
Habrá que ver si los ucranianos son capaces de frenar este avance ruso y al mismo tiempo mantener o incluso expandir el territorio conquistado al norte (Kursk), pero de momento parece que han tenido que desplazar fuerzas hacia este, sacrificando las defensas en el anterior. Una muestra más de la precariedad de medios que sufre Ucrania.
En segundo lugar, los medios tanto técnicos como humanos de los que dispone Ucrania son particularmente escasos respecto a los que Rusia sigue poniendo sobre la mesa. En este sentido, no es sorprendente que los medios empleados en el ataque ucraniano sean unidades bien equipadas y preparadas pero de reducido tamaño. Según algunos analistas, Ucrania debería haber sacrificado la posibilidad de lanzar una gran ofensiva en 2025.
Una vez Occidente se ha deshecho de sus depósitos de material, a Ucrania los nuevos medios le llegan con cuentagotas, mientras que Rusia sigue estirando los prácticamente interminables depósitos soviéticos, pero también de cierta capacidad de producción propia.
En tercer lugar, Ucrania ha entendido que el apoyo occidental del que depende su capacidad para proseguir la lucha está empezando a vacilar. Y no solo por lo que pueda ocurrir en las elecciones del próximo noviembre en Estados Unidos, sino también porque Europa, con Alemania a la cabeza, da claras muestras de agotamiento.
Y es que como Converses avanzaba a finales de julio, Alemania ha confirmado recortar a la mitad el próximo año su ayuda militar en Ucrania. Berlín es el segundo principal financiador del esfuerzo de guerra de Kiev, con 17.700 millones de euros dedicados según el Instituto Kiel para la Economía Mundial (IfW), frente a los 43.000 millones de Estados Unidos.
Por todos estos motivos, la actuación ucraniana en la región de Kursk, remarcable en el aspecto militar y políticamente inteligente (veremos si las fuerzas ucranianas logran aguantar el previsible contragolpe ruso), parece más una nueva evidencia de la precariedad que sufre Kiev que un cambio de signo de la guerra.
El ataque ucraniano puede verse también como un golpe desesperado por llegar con más fuerza a la mesa de negociaciones Share on X