Las consecuencias de un nuevo incremento del salario mínimo

El pasado miércoles 9 de junio los medios de comunicación se hicieron eco del estudio del Banco de España que alertaba de que el incremento del 22% del salario mínimo interprofesional (SMI) restó 180.000 puestos de trabajo, que afectaban sobre todo a trabajadores de bajos niveles de ingresos. Este hecho abrió una vez más el debate sobre los efectos no deseados del incremento del salario mínimo, sobre todo cuando éste es elevado y repentino, como fue el caso.

La vicepresidenta tercera del gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, intentó desautorizar el estudio con una argumentación tan poco consistente como señalar el extraordinario incremento general del empleo que se había producido en el periodo señalado. Naturalmente, algo que poco tiene que ver con lo otro. Se puede producir un aumento de la ocupación y al mismo tiempo reducir este incremento en el sector del salario mínimo. En otros términos, el empleo todavía habría sido mayor en beneficio de los trabajadores menos preparados.

Ahora, la ministra vuelve a plantear un nuevo incremento que se acumularía a todos los anteriores. La reflexión va en el sentido de que al mejorar los ingresos más bajos proporciona unas mejores condiciones de vida y también es una inyección para el consumo, porque cuanto mayor es el ingreso más se destinan sus aumentos a la compra de bienes y servicios. Pero, en la vertiente negativa está la consideración de que un nuevo aumento, sobre todo si es significativo, puede impactar negativamente con el paro. Lo hace concretamente con los sectores de población menos preparados, los que tienen un bajo nivel de formación, inmigrantes, personas que están mucho tiempo en paro y jóvenes. ¿Cómo equilibrar estos dos hechos?

Hay que considerar que los salarios son una expresión de la productividad de cada país, y si ésta es baja, los salarios no pueden ser altos. Hay por tanto una relación entre renta per cápita y retribución salarial que también se aplica al salario mínimo. En relación con la última subida, el SMI de España se sitúa en los 1.050 euros por 12 pagas, o 900 euros por 14 pagas. Esta cifra, que ahora la ministra quiere aumentar, ¿está proporcionada? Si se observa en el contexto europeo la relación entre la renta per cápita y el salario mínimo, se ve que hay una clara correlación entre ambos factores en países que se desvían ligeramente al alza o a la baja, por ejemplo Francia, que es el que tiene el salario mínimo más alto en relación con lo que le correspondería por su nivel de renta. Mientras que los Países Bajos, a pesar de que es en términos absolutos alto, aun le correspondería una cantidad mayor. España se encuentra ligeramente por encima de lo que le toca por su renta per cápita, a pesar de que es un 20% inferior a la media europea.

Por lo tanto, la única forma de hacer crecer esta retribución, como todas las demás, es aumentando la productividad. No es este el único requerimiento, también los incrementos deben ser pausados y previsibles en el tiempo para evitar que actúen reduciendo el empleo, como ha sucedido. En la comparación europea también es importante el coste de la cesta básica de consumo, porque es evidente que un euro en España no tiene la misma capacidad adquisitiva que en Rumanía o en Alemania.

En este sentido, hay otra medida que no presiona sobre los costes de producción y que mejoraría las rentas inferiores. Se trataría de modificar la estructura actual del IVA en España para que castigara menos a estas personas. En la actualidad el IVA representa el 14% de los ingresos del último quintil de renta, y eso es mucho. Se ganaría poder adquisitivo si esta presión fiscal se redujera en algunos puntos.

Otro factor a tener en cuenta es que no es recomendable, como se hace en España, prescindir de las diferencias territoriales estableciendo un salario único para todo el país, porque hay fuertes diferencias de renta y, por tanto, su significación es también muy diferente. Algo parecido ocurre en los sectores. El impacto del SMI en la agricultura poco tiene que ver con el de la industria, y también en relación con los niveles de edad y de formación, de si se trata de un primer empleo o ya es un profesional asentado .

Por tanto, tras la simplicidad del SMI se esconde un conjunto de cuestiones que señalan la diferencia entre lo que es una buena o mala decisión política.

Los incrementos del salario mínimo deben ser pausados y previsibles en el tiempo para evitar que actúen reduciendo el empleo, como ha sucedido Clic para tuitear

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