Recuerdo los juegos de mi infancia, y la relación con los hermanos y amigos. En comparación con los juegos actuales y la forma de relacionarse de ahora se observan unas diferencias sustanciales.
Un testimonio claro de estas diferencias, lo he encontrado en una película familiar que filmó mi padre, en la que se ve a mi hermano mayor explicando un cuento y todo el auditorio infantil embelesado escuchándole.
Me parece que hoy un cuento no tendría suficiente reclamo para mantener la atención de aquel auditorio. Hoy los juegos son más individuales. Cada uno con su ordenador o su móvil. Evidentemente, no podemos negar las grandes ventajas, tanto informativas como operativas de las nuevas tecnologías, pero como contrapartida tienen un grave peligro de adicción.
Más allá de los aspectos positivos o negativos que el mundo digital puede tener, cuando se combinan móvil, redes sociales y aplicaciones, debemos ser conscientes de que tenemos entre manos un cóctel de gran influencia en el comportamiento de las personas, sin que éstas sean conscientes de su progresiva dependencia, y de la que no es fácil salir.
Ante esta situación hay que reconocer dos cosas: primero ser conscientes de su existencia, y luego un firme deseo de desintoxicación. Fijémonos en que muchos ingenieros de Silicon Valley, cuna de este mundo digital, llevan a sus hijos a escuelas donde la exposición a las nuevas tecnologías es prácticamente nula y el uso del iPad está prohibido. Es una decisión sabia para evitar lo que ocurre en países como Japón, con una larga historia tecnológica, donde hay jóvenes que no salen para nada de la habitación, trabajan, comen, duermen allí encerrados con el ordenador. Les dicen los «Hikikomoris».
Aquí no hemos llegado a ese extremo, pero hay síntomas que preocupan, como aquel silencio que se produce en casa, cuando cada uno dedica más tiempo a hablar a través del ordenador que cara a cara con los demás miembros de la familia.
En definitiva, un superávit de la virtualidad y un déficit de la realidad.
Somos conscientes de la gran suerte que tenemos de disponer de una tecnología que tanto nos ayuda y nos facilita la vida. Pero para bien y para mal. Para bien, cuando podemos transmitir con inmediatez y eficacia contenidos positivos, pero para mal, cuando se hace circular por la red la mentira o la calumnia con impunidad.
Utilicemoslo todo lo humanamente necesario, pero haciendo una cierta dieta digital, que deje espacio a la palabra, al tú a tú, al cara a cara, al encuentro con el otro … Un momento que no debemos olvidar ni desaprovechar.
En Japón les dicen los Hikikomoris Share on X