Hacia un nuevo orden mundial

Factores clave que pueden determinar la aparición de un nuevo orden mundial son algunos como los siguientes.

Primero

El declive relativo de la potencia hegemónica (Estados Unidos), especialmente a partir del año 2001 (atentados del terrorismo islamista en suelo americano), después de haber llegado a un pick de dominio mundial, tras alcanzar Occidente la victoria en la Guerra Fría mantenida con los soviéticos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que duró hasta la caída del muro de Berlín (1989) y la implosión de la URSS (1991).

Estados Unidos ya había establecido desde 1944 las bases de un nuevo orden mundial de carácter liberal, con la creación de las denominadas “instituciones de Bretton Woods“(Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etc.). Aquella gran victoria occidental de 1989/1991 llegó a ser celebrada como “el fin de la historia“, pero evidentemente no lo ha sido.  Este post se refiere particularmente al estado actual del declive relativo de Estados Unidos y sus causas.

Segundo

El extraordinario ascenso de China a partir de su cambio de modelo económico en 1978, cuando pasó del sistema comunista a la economía de mercado y de libre empresa.

Es más correcto calificar a China de “potencia reemergente” que simplemente de “potencia emergente”, ya que se trata de un estado-civilización, un imperio, que regresa para volver a ocupar el puesto central que ha ocupado tradicionalmente en el mundo desde su aparición en la historia, hace más de cinco milenios.

La palabra “China“ significa precisamente “imperio del centro“. China tiene una visión revisionista del orden mundial unipolar creado posteriormente a 1989/1991 y del liberal creado a partir de 1944 bajo la batuta de Estados Unidos. Es una visión compartida con la Rusia de Putin.  Ambas potencias revisionistas acusan a Estados Unidos de unilateralismo y hegemonismo injustificados, y colaboran activamente en la creación de un nuevo orden mundial de carácter multipolar.

Tercero

El peligro de que las relaciones entre Estados Unidos y China se deterioren y desemboquen en lo que los especialistas en geopolítica denominan “trampa de Tucídides“, es decir, en una guerra abierta entre las dos únicas superpotencias. Tucídides es un historiador griego del siglo quinto a. de C., autor de la obra “La guerra Peloponeso“, en la que se describe la guerra entre la potencia griega hegemónica del momento, Esparta, y la potencia emergente, Atenas, que acabó con la victoria de la primera.

Cuarto

Rusia y la UE juegan un papel de comparsas en el escenario mundial actual de gran rivalidad existente entre Estados Unidos y China. La UE y Rusia son potencias-comparsa por razones diferenciadas.

Son de carácter económico en el caso ruso, ya que Rusia tiene un PIB muy inferior a la de las dos grandes superpotencias, tiene una economía del tamaño de la italiana. Todo ello a pesar de sus enormes recursos naturales y de ser el mayor país del mundo por territorio. Y son de carácter político en el caso de la UE, al no haber sido todavía capaz de alcanzar su unión política, después de setenta años de integración regional, lo que significa la ausencia de políticas comunes en materia de asuntos exteriores y defensa.

Quinto

La progresiva consolidación de tres grandes regiones geopolíticas en el planeta: Oeste Global u Occidente, denominado Occidente Colectivo por Putin, Este Global y Sur Global, este último compuesto por más de un centenar de países en vías de desarrollo.

La primera región, la occidental -con un PIB todavía superior a la mitad del PIB mundial-  está liderada por Washington, la segunda por Pequín y a la tercera región se la disputan un Occidente en clara pérdida de influencia y  un Este Global que ejerce  sobre el Sur Global una influencia creciente, sobre todo debido a la política china denominada  “la nueva ruta de la seda“, en competencia con India, que juega hábilmente sus cartas entre las dos superpotencias y otras potencias regionales.   

Entre la desaparición progresiva de un orden mundial y el nacimiento de otro surgen “monstruos“, tal como escribió Gramsci. Dos “monstruos“ son, por ejemplo, la guerra de Ucrania y la guerra de Gaza.

Destacados analistas se preguntan si los factores que provocaron la implosión de la URSS en 1991, poco después de la caída del muro de Berlín en 1989, son los mismos o parecidos a los que atraviesa actualmente Estados Unidos y su sociedad. Estiman que todos los imperios acaban desmoronándose y Estados Unidos podría ser el siguiente. 

Como hemos visto, Estados Unidos y Occidente en general vivieron tiempos de euforia en 1989/1991. La URSS también tuvo su momento de auge. Su modelo de planificación centralizada fue adoptado como guía para el desarrollo en diferentes países. Los soviéticos tenían el ejército más grande del mundo y el mayor arsenal nuclear. Sus neveras y sus coches eran lamentables, pero sus metralletas y sus módulos espaciales fueron los mejores. La cuestión es que su imperio duró poco.

La reacción norteamericana a los ataques terroristas islámicos de 2001 fue absolutamente desproporcionada y supuso veinte años consecutivos de guerra en países como Irak, Siria, Libia o Afganistán, prolíficos de abusos y mentiras (inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak), intentos fracasados de imponer la democracia desde arriba por la fuerza y, al final, un gasto militar superior a los ocho billones de dólares.

Aquellos veinte años de guerras terminaron con la vergonzosa retirada de Estados Unidos y de la OTAN de Afganistán – país liquidador de imperios, como el británico en el siglo XIX o el soviético en el XX – el mes de agosto de 2021.

Todo esto ocurría mientras China continuaba con su gran auge económico iniciado en 1978, impulsado especialmente a partir de su entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, todo permitido por Occidente creyendo que el desarrollo económico acabaría generando la democracia tipo occidental en China, como había ocurrido anteriormente en otros países. Evidentemente, no ha sido así.

El prestigioso historiador británico, Neill Ferguson, formado en Oxford y con cátedra en Harvard, ha escrito que, “más allá de las enormes y obvias y fundamentales diferencias entre ambos sistemas, hay razones por las que Estados Unidos recuerda a la URSS de los años setenta y ochenta, cuando su imperio estaba a punto de implosionar“.

hay razones por las que Estados Unidos pueda recordar a la URSS de los años setenta y ochenta del siglo pasado

Ferguson, cristiano y liberal declarado, no es nada sospechoso de desearle ningún mal a su país adoptivo. Se puede afirmar que, más allá de las enormes diferencias, obvias y fundamentales entre ambos sistemas, uno totalitario y de economía planificada, y otro democrático y capitalista, hay razones por las que Estados Unidos pueda recordar a la URSS de los años setenta y ochenta del siglo pasado.

Entre otras, un déficit presupuestario aparentemente descontrolado, un ejército masivo que no gana guerras, sino que más bien las pierde, un liderazgo gerontocrático y una infraestructura anticuada. Los servicios públicos son también impropios de su economía y existe una desconfianza sin precedentes hacia las principales instituciones nacionales.

Se ha escrito que “la élite que por lo general se gradúa en las universidades de la Ivy League, se come casi todo el pastel económico y está muy lejos de las sensibilidades de millones de sus compatriotas”.

Según Ferguson, para que un imperio siga siéndolo, su gasto en el pago de la deuda nacional no puede superar el gasto en defensa. “En el momento que esto ocurre, ese imperio puede empezar a decir adiós a su influencia. Esto fue verdad con la España de los Habsburgo, el antiguo régimen de Francia, el Imperio Otomano y el Imperio Británico“.

Añade que Estados Unidos está adentrándose en ese mismo territorio.  El pago de los intereses de la deuda nacional, que ya supera los 34 billones (trillions norteamericanos) de dólares, se duplicará previsiblemente para 2041, lo que puede obligar a Estados Unidos a reducir el gasto en defensa del actual 2,9 % al 2,3 %. Y eso en una época de conflictos crecientes en todo el mundo, empezando por Ucrania, Oriente Medio y la escalada militar y tecnológica de China en el Pacífico Sur.

Los intereses que paga Washington por su deuda pública ya cuestan más que el aparato militar en su conjunto.  Es una aberración que no se acabará simplemente reduciendo impuestos, sino liquidando deuda.

En documentos oficiales puede leerse lo siguiente (informe del senador republicano Robert Wicker): “El Ejército de Estados Unidos tiene escasez de equipamientos modernos, penuria de entrenamiento y de financiación para el mantenimiento, y un atraso masivo en las infraestructuras. Está demasiado “sobrextendido” y pobremente equipado como para afrontar todas las misiones que se le asignan con un nivel razonable de riesgo. Nuestros adversarios lo reconocen y eso les hace más agresivos y aventureros “.

El texto del Senador Wicker se refiere a las Fuerzas Armadas americanas de 2024, pero también podría referirse a aquellas Fuerzas Armadas soviéticas que, con más de 3,6 millones de soldados activos, no pudieron vencer en Afganistán tras 10 años de conflicto.

La comparación con las eternas y estériles guerras de Estados Unidos en Irak y Afganistán es tentadora. En agosto de 2021, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y de la OTAN abandonaron Kabul en una operación que recordaba la retirada francesa de Indochina tras la batalla de Dien Bien Phu (1954) o la retirada americana de Saigón (1973) que supuso la derrota de Estados Unidos en la guerra de Vietnam.

La falta de confianza en las instituciones suele ser considerada como el légamo primordial del que emergen todos los problemas internos.  El hundimiento institucional en la URSS fue total, Gorbachov no pudo evitarlo con sus propuestas de glasnost y perestroika.

En Estados Unidos, hoy en día, la confianza en las instituciones es casi inexistente.  Un sondeo de Gallup dice que solo el 17 % de los americanos confía en el sistema penal, un 14 % en los medios de comunicación y un 8 % en el Congreso. Existe un profundo descontento estructural que explica en buena medida el ascenso de Donald Trump.

El aspecto más a flor de piel del declive americano es la degradación de los estándares básicos de bienestar.

Tras varios años de caída de esperanza de vida, revertidos ligeramente en los últimos meses, el estadounidense medio vive 76,4 años, cuatro menos que la media de los países de la OCDE y siete menos que un español. Si miramos solo los datos de los hombres, la diferencia se ensancha. El índice de mortalidad del hombre americano de entre 40 y 69 años es ya mayor que el índice de mortalidad del hombre ruso de la misma edad.

De todas las razones que pueden explicar este aumento de la mortalidad entre la población masculina de mediana edad, la más importante son las llamadas “muertes por desesperación“, una categoría que engloba los suicidios, las muertes relacionadas con el alcoholismo y, sobre todo, las muertes por sobredosis, que se han cuadruplicado entre 2002 y 2022.

Si en la URSS había (y todavía hay) un problema de alcoholismo aterrador, sobre todo hombres, en Estados Unidos existe una devastadora epidemia de adicción a los opioides, responsables de cerca del 80 % de las más de 107.000 muertes por sobredosis registradas en 2022. Si sumamos, como hace Ferguson, los 1,3 millones de muertes del alcoholismo entre 1990 y 2017, los casi 600.000 suicidios, la obesidad y la diabetes, se puede entender el desplome de la esperanza de vida y posiblemente el estancamiento de la productividad desde 2007.

Los anteriores datos tienen su contexto.

Estados Unidos es un país donde el gasto sanitario por habitante, en relación a sus ingresos, es muy superior al de cualquiera de sus contrapartes europeos y donde tener un seguro médico solvente es casi un lujo. Sus proporciones de soledad también son mayores. La mortalidad infantil entre las madres solteras de las regiones pobres está a niveles tercermundistas.

En la cúspide de todos estos factores estaría la imagen de Joe Biden, muy parecida a la del líder soviético Leonid Brezhnev. Así lo comentan quienes vivieron aquella época del “estancamiento“.

Como contraste, si bien China tiene sus problemas, su pujanza tecnológica y científica es incuestionable, su inversión en capacidades navales y nucleares avanza al galope y tiene la voluntad de explotar los huecos que va dejando Washington en su cada vez más dubitativa política exterior.

La gran incógnita de los próximos 15 o 20 años es cómo se va a desarrollar la rivalidad entre Estados Unidos y China. En 1991 la URSS desapareció de forma semi-pacífica, como si, cansada de luchar, hubiera optado por la eutanasia. Está por ver si Estados Unidos es capaz de renovarse una vez más.

La Administración Obama decidió en 2012 adoptar una nueva política, se la denominó Pivot to Asia, es decir, preferencia a Asia. Evidentemente, aquella política no fue bien recibida en Europa.

En 2009, Henry Kissinger ya había advertido  que “el centro de gravedad de los asuntos internacionales está virando desde el Atlántico al Pacífico y a los Océanos Índicos“.

En 2011, la secretaria de Estado Hillary Clinton declaró que “los Estados Unidos debían virar su atención hacia Asia después de haber dedicado demasiados recursos a otras áreas del mundo, particularmente Afganistán y Oriente Medio“.

En 2022, Joe Biden ha dicho que “el futuro de la economía del siglo veintiuno será preferentemente escrito en la región Indo-Pacífico“.

La pregunta que hoy se formula Washington es si el pivot to Asia ha sido suficiente para contrarrestar los avances de China que parecen imparables.

En la edición julio/agosto de la revista estadounidense Foreign Affairs figura un artículo que lleva este título: “The Pivot That Wasn’t. Did America Wait Too Long to Counter China?“. Allí se puede leer lo siguiente:

“Estados Unidos ha continuado dedicando más recursos militares a Oriente Medio y Europa; a pesar de sus intentos de implicarse más en Asia, Estados Unidos no ha respondido de manera coherente al reto de China durante la segunda década del siglo veintiuno; quizás estemos ante el fallo más importante y trascendente de la política exterior americana desde 1945”.

“Para contrarrestar a China se necesita más que un pivote, Washington ha de movilizar de manera firme sus recursos militares y estrechar relaciones con los vecinos de China. En Washington ya se habla abiertamente de la segunda década del siglo XXI como de una década perdida y de que ha llegado la hora de reaccionar. Las elecciones presidenciales de noviembre serán decisivas“.

Si en la URSS había (y todavía hay) un problema de alcoholismo aterrador, sobre todo hombres, en Estados Unidos existe una devastadora epidemia de adicción a los opioide Share on X

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