Hay un conjunto de graves problemas que son considerados tabú y que, por tanto, ni el gobierno ni los principales partidos de la oposición piensan abordar en el transcurso del debate electoral. Lo hacen básicamente porque consideran que se diga lo que se diga resulta políticamente incorrecto el mero hecho de hablar de ello.
Estos tabúes son el turismo contemplado como problema, la inmigración, la baja natalidad y el envejecimiento, y las consecuencias de todo ello. De hecho, y por poco que se piense, se puede ver que entre los cuatro hay un estrecho vínculo.
El turismo crece porque tiene mano de obra barata en la inmigración. Ésta tiende a concentrarse en las grandes ciudades y allí donde hay más turismo, lo que explica que Cataluña sea uno de los países de Europa con más personas nacidas en el extranjero, que ya llega al 23%, más que Suecia que es el estado de Europa con mayor impacto inmigratorio. Se produce tanta inmigración porque no nacen criaturas suficientes, y esta falta de natalidad está provocando un envejecimiento creciente de la población, que se multiplicará en la medida en que la generación más numerosa de todas, la del baby-boom, llegue a edades avanzadas, proceso que ya ha comenzado.
Pese a que su impacto económico, social, cultural y lingüístico, y que su presión sobre los servicios y la vivienda son grandes, nadie quiere hablar de ese paquete de medidas. O, si se hace, únicamente es admisible si sólo se subrayan los aspectos positivos, que en el caso de la inmigración y el turismo tienen, y también en el envejecimiento, que significa que alcanzamos una mayor esperanza de vida. Pero, al mismo tiempo, es necesario situar sus consecuencias, porque si no el país no tiene una composición de lugar exacto del escenario en el que vive, y que por el silencio de los políticos se encontrará cada vez en situaciones más críticas.
El turismo, por ejemplo, supera en Cataluña el 10% del PIB, es muy importante. Pero, a su vez, su extensión tiene un efecto reductor de la renta per cápita. La economía crece porque inyectamos más personas masivamente, pero su productividad es baja y, por tanto, a la hora de repartir el crecimiento la porción que le toca a cada uno tiende a reducirse.
Un estudio recogido en el blog 5centims.cat llevado a cabo por Josep Maria Raya y Claudia Vargas, recoge, por ejemplo, que en la medida en que aumentan el número de plazas hoteleras de una población, tiende a reducirse su renta per cápita. Como también lo hace, si bien en menor grado, el aumento de viviendas secundarias.
Por otra parte, la comparación entre Olot y Salou, dos poblaciones muy distintas en cuanto a su base económica muy clara, en la primera, la industria representa el 36%, en la segunda no llega al 4%, mientras el turismo es casi el monocultivo de Salou y es pequeño en Olot. Pues bien, la renta familiar disponible es un 29% inferior en Salou. Si en lugar de comparar dos poblaciones comparamos Salou con el conjunto de Cataluña en términos de renta familiar, la diferencia sigue siendo muy sustancial, de un 26%.
De hecho, la mayor parte de nuevas plazas que se crean en el sector terciario y que corresponden al ámbito de la hostelería y el turismo están ocupadas por inmigrantes con bajos salarios.
Esta corriente que ha alcanzado máximos en el caso de Cataluña estimula el crecimiento de sectores intensivos en tecnología y capital. De hecho, Cataluña vive durante este siglo XXI las dos oleadas inmigratorias más grandes de su historia. Una, producida a principios de siglo, y la otra la que se está dando en la actualidad y que alcanzó en 2022 su nivel máximo. Los efectos de la inmigración los hemos tratado en varias ocasiones en Converses y son muy evidentes. Esto no es óbice para que tenga ventajas, pero es un suicidio continuar en los volúmenes actuales sin tomar medidas en relación con las consecuencias que genera.
Y todo esto se lleva a cabo en un país que desde 2015 tiene un balance vegetativo negativo, es decir, que mueren más personas de las que nacen. En el primer semestre de 2022 la cifra fue 116.167 personas, una magnitud que ya ha sido superada en 2023 porque en el primer cuatrimestre ya se habían perdido 132.045 personas. Esta cifra registra de hecho la baja natalidad, que se sitúa ya en 1,19 hijos por mujer. Pero como al mismo tiempo la población de Cataluña crece mucho, se produce un proceso cada vez mayor de sustitución de población, sobre todo en las edades activas y también las más jóvenes.
La consecuencia es el envejecimiento, que se multiplica. Más personas mayores que viven solas y esto genera cambios extraordinarios que cada vez se harán notar más.
Se produce una presión creciente sobre el sistema de salud y pensiones, un aumento de plazas en camas hospitalarias para crónicos y en residencias para las personas mayores. Esta carencia de población autóctona en edad activa afecta a la tipología de la demanda de bienes y servicios, y como ya hemos apuntado, a la productividad. También a la capacidad de innovación y emprendimiento porque cada vez hay menos jóvenes autóctonos que tienen mayores niveles de formación. Igualmente, significan cambios culturales y sociales: por ejemplo, una mayor dependencia de los cuidados familiares, una mayor presión sobre el ya estresado sistema de dependencia y una menor tasa de matrimonios y nacimientos en un pez que se muerde la cola.
En definitiva, esta combinación de crecimiento rápido masivo de la población de Catalunya, al tiempo que la reducción de población autóctona, sitúa al país en un callejón sin salida ya en la próxima década.