Miseria y esplendor del gobierno Sánchez: crecimiento sin bienestar ni justicia social

El gobierno de Pedro Sánchez vive instalado en un relato de éxito. Según el propio presidente, España disfruta de una etapa económica “extraordinaria”, hasta el punto de presumir de un crecimiento del PIB superior al de los Estados Unidos. Los datos macroeconómicos, dice, avalan su gestión. Pero más allá de los discursos y los titulares, la realidad social del país muestra un contraste cada vez más doloroso: el esplendor del relato frente a la miseria de millones de ciudadanos.

España, quinta en pobreza y primera en pobreza infantil

España ocupa el quinto lugar de la Unión Europea en riesgo de pobreza y exclusión social (tasa AROPE). Solo la superan países como Rumanía, Bulgaria o Chipre, economías tradicionalmente frágiles o con graves problemas geopolíticos. Entre las grandes naciones europeas, España es la peor clasificada.

El dato más escandaloso se da en la pobreza infantil: con un 29,2%, somos el país con más niños pobres de Europa. Esto equivale a 2,3 millones de menores que crecen en condiciones de privación. Muchos de ellos forman parte de los 12,5 millones de personas que viven en situación de exclusión social.

Y aún hay un peldaño más abajo. La pobreza severa, aquella que afecta a quienes sobreviven con menos de 644 euros mensuales, alcanza ya al 8,4% de la población4,1 millones de españoles—.

Estos datos revelan dos realidades inquietantes: que la prosperidad que Sánchez proclama no llega a la mayoría y que las políticas de ayuda a las rentas bajas no funcionan. La bonanza es estadística; la desigualdad, humana y creciente.

El espejismo del crecimiento: más PIB, pero menos bienestar

¿Cómo se explica esta contradicción entre crecimiento del PIB y deterioro social? La respuesta está en el tipo de crecimiento que España experimenta y en cómo se distribuye la renta.

El motor del actual incremento del PIB no es la productividad ni la innovación, sino la expansión demográfica impulsada por una fuerte inmigración de baja cualificación. El resultado es un crecimiento basado en trabajo abundante y barato, que agranda la “tarta” económica, pero no las porciones individuales: más población activa, pero más salarios bajos.

La riqueza global aumenta, pero el bienestar medio se estanca o retrocede. La economía se mueve, pero no eleva la calidad de vida.

Inflación: el impuesto silencioso que empobrece a todos

A esta precariedad estructural se suman tres dinámicas asfixiantes.

1- La inflación persistente

La primera es la inflación persistente, situada en torno al 3% en septiembre, con especial incidencia en los alimentos. De los diez productos que más subieron, cinco son de primera necesidad: café, aceite de girasol, huevos, carne de vacuno y chocolate.

La subida de precios golpea mucho más a las familias con menos ingresos, porque la proporción de renta destinada a necesidades básicas —alimentación, energía, vivienda— es mucho mayor. Cuando el pan, la luz o el aceite se encarecen, la desigualdad se agrava, ya que los hogares humildes no pueden absorber el sobrecoste.

El gobierno, además, ha permitido que la inflación actúe como un impuesto adicional, al negarse a deflactar los tramos del IRPF o ajustar las cotizaciones. Así, el “Estado progresista” recauda más, mientras los salarios reales pierden poder adquisitivo.

2- La vivienda: el segundo drama nacional

La segunda calamidad tiene nombre conocido: la vivienda. Su precio se ha disparado hasta niveles inalcanzables para la mayoría. Comprar o alquilar se ha convertido en un lujo. Este encarecimiento no solo asfixia a las familias, sino que impide la movilidad social y laboral.

Los jóvenes, atrapados entre salarios bajos y alquileres imposibles, no pueden emanciparse ni formar familia. España es, paradójicamente, el único país europeo donde tener hijos multiplica el riesgo de pobreza.

3- Más impuestos y cotizaciones: el país exprimido

El tercer factor es el afán recaudatorio del gobierno. En nombre de mejorar los servicios —que no mejoran—, Sánchez exprime a trabajadores y empresas. El último ejemplo son las nuevas cotizaciones previstas para los autónomos entre 2026 y 2029, diseñadas por el exministro y actual gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá.

Según el periodista Josep Martí Blanch, un autónomo que ingrese 2.000 euros al mes pagará 500 en cotizaciones, y quien gane apenas 700 euros deberá entregar 265. Es decir, un tercio de sus ingresos. Este modelo, pensado para equilibrar las cuentas del sistema público de pensiones, no ha resuelto el déficit, pero sí ha elevado la presión fiscal a niveles récord.

La llamada cuña fiscal —la suma de impuestos y cotizaciones— se ha convertido en un verdadero cepo para la economía productiva. Las empresas cargan más costes, los trabajadores pierden renta neta y las pensiones siguen dependiendo de transferencias del Estado.

Un futuro bloqueado

El resultado de estas políticas es un país en tensión: más empleo, pero precario; más PIB, pero menos bienestar; más ingresos públicos, pero menos servicios visibles. La economía crece en superficie, pero se empobrece en profundidad.

Los fondos europeos Next Generation ofrecen un respiro temporal, pero no estructural. No hay transformación productiva ni modernización industrial. España sigue siendo una economía de baja productividad y alta dependencia del gasto público.

Cuando los recursos europeos se agoten, el espejismo se desvanecerá. Y quedará a la vista lo esencial: una sociedad fracturada, una generación joven sin futuro y un gobierno que confunde los logros estadísticos con el progreso real.

Mientras Pedro Sánchez presume de éxito económico, España lidera la pobreza infantil en Europa y la exclusión social se agrava #pedrosánchez Compartir en X

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