Las encuestas, que se multiplican de cara a las presidenciales francesas, tienen unos resultados que vale la pena remarcar. En la primera vuelta (es sabido que en Francia se vota en un sistema mayoritario a dos vueltas), que es cuando el elector vota de acuerdo con sus preferencias, Macron y su más o menos centrismo sacaría un 25% de los votos. Por su parte, el sumatorio de los dos candidatos de extrema derecha Zemmour y Marine Le Pen, conjuntamente alcanzan el 31% de los votos. Mientras que la representante de la derecha tradicional Valerie Precrésse alcanzaría el 12,5% . En definitiva, la derecha y la extrema derecha francesas sacarían cerca del 44% de los votos.
Por su parte, todo el abanico de izquierdas, que es muy amplio, incluidos los socialistas, los ecologistas, los comunistas y la extrema izquierda, apenas llegarían al 20% de los votos. Éste sería el aspecto político de la Francia “laica y republicana”, origen del progresismo del “Mayo 68”. Como puede constatarse, la izquierda desempeña un papel absolutamente menor.
Si del caso francés pasamos al español, que nos coge mucho más cerca, constatamos que existe un gobierno de izquierdas con el apoyo de una amplia coalición de partidos nacionalistas y de izquierda en el Congreso, pero que existe una alternativa con muchas posibilidades de gobernar, encabezada por el PP solo o con la ayuda de Vox. Por tanto, gobierna la izquierda, pero hay una clara alternativa de derecha.
En el caso de Cataluña no sucede nada de esto. De hecho, todo se mueve dentro de un mismo bloque político, que se pasan el porrón entre ellos, de ideología muy parecida situada claramente a la izquierda. Hace unos años, cuando la ficción del independentismo podía tener cierta credibilidad, existía la interpretación posible de los dos campos, uno independentista y otro no independentista. Pero esto ha ocurrido en la historia, y en las instituciones clave de Cataluña gobierna la tríada formada por ERC, PSC y Colau, y los cambios que se pueden producir se limitan al protagonismo que puede tener el primer partido en el ámbito de la Generalitat o el del Ayuntamiento pero no el cambio generado por una alternativa.
¿Y JxCat? Pues esta amalgama heterogénea cada vez está más reducida a una opción política que se aferra como sea al poder de la Generalitat porque su cemento hace ya tiempo que no es la ilusión de la independencia, sino el mantenimiento de dos mil largos cargos políticos. JxCat no es una alternativa de cultura política distinta, es claramente un sindicato de intereses.
La pregunta es: ¿Cómo es posible que este escenario catalán sea tan diferente, no ya del francés y el español, sino de cualquiera que pueda producirse en Europa? No hay otro lugar en el que una izquierda, además de escasa eficacia como gobernantes y con políticas culturales profundamente destructivas desde el punto de vista de los cimientos de las instituciones sociales del país, gobierne sin alternativa.
Algo muy grave le está ocurriendo a Cataluña y seguramente debe empezar por la no comparecencia de sus instituciones sociales y élites económicas, que no son capaces de formular nada que pueda alimentar un proyecto alternativo al triste escenario actual, en el que el gobierno de Cataluña y de la Generalitat nos explican desde cómo debemos o no querernos, cómo educar a nuestros hijos, cómo pueden obtener el máximo placer sexual siendo a la vez chico y chica, o persigue diseñar nuevas masculinidades con programas que nada tienen en envidiar a los procesos de reeducación de China de Mao. La única diferencia no es tanto intención, sino no poder imponerse por la fuerza.