El recientemente reelegido presidente francés Emmanuel Macron anunció el viernes 20 de mayo la composición definitiva del gobierno con que cuenta lanzar su segundo mandato.
La impresión general que el anuncio deja es que, al más puro estilo macroniano, el presidente ha vuelto a intentar cuadrar un círculo para intentar satisfacer a todos.
Ahora bien, si hasta ahora Macron se había apoyado sobre todo en tránsfugas de la derecha tradicional (Els Republicans) para poder gobernar, esta vez hace soplar el viento en sentido opuesto.
En efecto, para contrarrestar la sombra que proyecta la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon sobre el paisaje político francés (mucho más influyente que Marine Le Pen, a pesar de haber sido ella quien se enfrentara a Macron en la segunda vuelta), el presidente ha dado más peso a los perfiles de izquierdas.
El primero es la nueva primera ministra francesa, Élisabeth Borne. Aunque tiene un perfil que se considera tecnocrático, no deja de ser la primera persona cercana al partido socialista que ocupa este cargo con Macron de presidente. En efecto, sus dos predecesores provenían de los Republicanos.
El segundo y aún más sorprendente es el de Pap Ndiaye al frente del ministerio de la educación nacional. Se trata de un académico de padre senegalés y madre francesa conocido por sus tesis cercanas al movimiento descolonizador ya los discursos raciales del progresismo woke estadounidense.
El contraste con su predecesor, Jean-Michel Blanquer, no podía ser más fuerte. Blanquer, también académico, representaba una forma de entender la enseñanza radicalmente opuesta y basada en los valores universalistas de la República Francesa.
El nombramiento de Pap Ndiaye, que ha denunciado repetidamente el “racismo estructural” francés (¡a pesar de que su propia carrera desmienta la tesis!), ha levantado numerosas críticas desde la derecha, y ha recibido en cambio signos de aprobación desde la extrema izquierda.
El sistema educativo público francés, ya muy penetrado por movimientos de extrema izquierda contra los que Blanquer ha llevado un duro combate, está a bordo de la quiebra. De hecho, este año se ha batido el récord histórico de menos candidatos que se han presentado para ser profesores en los establecimientos públicos.
Cuesta entender que Macron dé un giro de 180 grados en materia educativa, si no fuera porque el nombramiento de Ndiaye es sobre todo un gesto que busca contentar a los seguidores woke de Mélenchon.
En cuanto a sus apoyos provenientes del centro y centro-derecha, Macron ha premiado la fidelidad del ministro de economía Bruno Le Maire, proyectándole como número dos del gobierno. Le Maire es un liberal reconvertido en el principal defensor de la política de gasto y de incremento del déficit público impuesta por Macron desde la crisis de los chalecos amarillos, y que la pandemia ha disparado.
Otros fieles, como el ministro del interior Gérald Darmanin y el ministro de justicia Éric Dupond-Moretti han visto sus cargos revalidados (este último, pese a tener un proceso judicial abierto contra él, por muy inverosímil que pueda parecer).
Al primero se le considera un firme defensor de los cuerpos de seguridad; el segundo es conocido por ponerlos en cuestión. Toda una muestra de la carencia de rumbo que ha caracterizado el primer mandato de Macron.
En definitiva, en el nuevo gobierno de Emmanuel Macron convivirán ex-socialistas, gente cercana a la derecha liberal que Nicolas Sarkozy encarnaba e incluso progresistas woke . Se trata, de hecho, de todo el mundo que pueda considerarse políticamente correcto, aceptable de cara a la galería y proveniente de una sensibilidad diferente de la misma ideología progresista que hoy domina en Europa.
Ahora bien, es un gobierno que difícilmente conseguirá salir a Francia del estado de declive en el que se encuentra inmersa desde hace al menos dos décadas.
Los únicos que quedan excluidos del popurrí con el que Macron pretende gobernar Francia son los perfiles conservadores Share on XLos únicos que quedan excluidos de este popurrí con que Macron pretende gobernar Francia son los perfiles conservadores, ya provengan de los Republicanos (como pudo ser François-Xavier Bellamy) o de opciones más radicales como los entornos de Marine Le Pen y sobre todo Eric Zemmour.
La composición ecléctica del nuevo gobierno francés, y que sin embargo margina las tendencias conservadoras, contrasta con una ciudadanía que en las encuestas se muestra cada vez más sensible a los valores conservadores, especialmente en lo que respecta a la defensa de la cultura y civilización francesas, la seguridad o la justicia.