Una nueva polémica ha aparecido en Francia en torno al tradicional “Día de la Madre”, que en el país vecino se celebraba este año el domingo 29 de mayo.
En varios establecimientos públicos de enseñanza, los maestros han decidido, sin consultar a los padres, rebautizar la fiesta como el “Día de la gente que amamos”.
En una escuela de la región de Burdeos, por ejemplo, las profesoras de infantil escribieron una nota a los padres en la agenda de sus hijos en la que afirmaban que “teniendo en cuenta las situaciones delicadas de algunos niños”, habían decidido celebrar la fiesta «de la gente que amamos» en vez de «las tradicionales fiestas del padre y de la madre».
El motivo que esgrimen los impulsores de esta iniciativa es a menudo el mismo: el Día de la Madre es discriminatorio para todos aquellos niños de familias monoparentales, homosexuales, huérfanos o incluso aquellos que sufren violencia por parte de sus progenitores.
Desde este punto de vista, pues, no tendría sentido condicionar el amor de los niños a la rigidez de las dos figuras del padre y de la madre.
El sociólogo y periodista canadiense Mathieu Bock-Côté alertaba en un artículo reciente publicado en Le Figaro que, tras las buenas intenciones emocionales de iniciativas como esta, se esconde un gran peligro que amenaza cada vez más profundamente a nuestras sociedades occidentales: la deconstrucción.
Según Bock-Côté, la deconstrucción “trata de borrar, en nombre de la diversidad, todos los símbolos culturales o antropológicos claramente marcados, a fin de sustituirlos por otros más generales, a menudo flotantes e incluso elusivos, considerados más ‘inclusivos’ y menos restrictivos”.
El periodista recuerda que ya en 2019 algunos centros de enseñanza franceses intentaron sustituir las referencias “padre” y “madre” por “pariente 1” y “pariente 2”. La deconstrucción busca constantemente la «indiferenciación de los sexos y la intercambialidad de las funciones».
No se trata únicamente de cuestionar la figura primordial de la madre, sino la de la mujer en sí, opina Bock-Côté. La deconstrucción, a través de las ideologías “trans” actuales, busca despejar el término “mujer” de toda dimensión corporal objetiva.
Así, mujer es todo el que se siente como tal: es la autodeterminación del género, tan de moda también en España donde todo lo que es “trans” disfruta de la protección oficial del gobierno Sánchez.
La otra cara de la misma moneda es que los atributos corporales de la mujer le son arrancados. Así, biológicamente una mujer no es mujer, sino una persona con útero. En algunos hospitales británicos, señala Bock-Côté, el ejercicio ha llegado al punto de cambiar el nombre de «maternidad» por el de «servicios perinatales» – ya que se acepta que una persona que se sienta «hombre» puede también llevar un hijo en sus entrañas.
La deconstrucción sobrepasa los ámbitos sexuales y de la familia. La encontramos también en las corrientes racialistas norteamericanas y en el intento de la Comisión Europea de suprimir el uso del término “Navidad”. La razón que se avanza siempre es la misma: la supuesta carencia de inclusividad de las categorías y valores tradicionales.
Y es que en último término, lo que busca la deconstrucción es siempre lo mismo: liberar a la humanidad moderna de todo trazo de cultura tradicional. Su objetivo es crear un nuevo hombre, totalmente libre de toda estructura y condicionante social.
Para conseguir la tabla rasa, las corrientes de la deconstrucción promueven invertir los códigos tradicionales, haciendo de la excepción la regla y de la regla la excepción. El caso del día de la madre convertido en la fiesta de la gente que amamos es un ejemplo bien claro, concluye Bock-Côté.