El espectacular proyecto de fusión, o más bien absorción, de CaixaBank y Bankia es un acción obviamente económica, financiera, que hará posible el primer banco con recursos de España y el décimo de Europa. Pero es también una buena parábola de la acción humana y un excelente ejemplo para la política catalana.

Hay unos factores claros a destacar y que son dignos de ejemplificarse en todo proyecto.

El primero es la discreción. Cuando la información ha visto la luz, la compleja y difícil, las dos características a la vez, hacía tiempo que era trabajada, estudiados sus ventajas e inconvenientes, habladas sus dificultades, sin que nada trascendiera. A las grandes obras que necesitan cocinarse les hace falta la discreción, porque son enemigas del ruido y de los bocazas. La política puede aprender mucho de esta forma de hacer.

El segundo factor es la mirada larga, la visión a largo plazo. Isidre Fainé no trabaja a mayor gloria suya, sino a favor de una idea que él considera que los trasciende, y a la que sirve con una eficacia ejemplar. A pesar de su poder, grande, mucho más grande y sólido que la de los políticos vigentes, no lo utiliza tanto con relación a sí mismo como a favor del proyecto. Esta manera de hacer de estos hombres son los que dejan huella. Sólo con una concepción a largo plazo concreta y tangible, que no sea un vuelo de palomas, las sociedades prosperan.

El tercero es la constancia. La fusión entre «la Caixa» catalana y la de Madrid es una iniciativa que lleva a la espalda décadas y hasta tres intentos. Por una razón u otra no se había realizado, pero estas adversidades no han disuadido de la visión de la bondad del proyecto. Al final, el éxito ha sido asegurado.

El cuarto es el sentido de la oportunidad, que nada tiene que ver con el oportunismo. Uno es el vuelo del halcón, el otro el vuelo gallináceo. Él es una variable necesaria del éxito. No es suficiente con una buena idea, es necesario también que las condiciones para aplicarla sean favorables. Y esta lo era. La situación económica y financiera pide fortalecer los bancos para hacer frente a unas condiciones adversas a este modelo de negocio, y las fusiones son una forma de lograr mayor solidez vía reducción de costes y construcción de sinergias.

El quinto y muy importante es la credibilidad de los personajes que lideran la operación. El buen nombre de Isidre Fainé por su rigor y logro de resultados, y la de José Ignacio Goirigolzarri como la persona que ha sacado a Bankia del callejón sin salida, contribuyen a la solidez de la iniciativa, a pesar de que una parte del gobierno español y la Generalitat no la ven, por razones diferentes, con buenos ojos.

Una institución catalana, la Fundació La Caixa, que además presenta la singularidad de dedicar sus beneficios a una inmensa obra social, liderando un gran banco catalán, pero que se vio forzado a trasladar la sede social a Valencia, lleva a cabo una operación que la hará más fuerte en España y en Europa.

Y ahora la reflexión política: sin los desatinos del proceso, sin la degradación de la Generalitat, si autogobierno e institución hubieran sabido mantener su capacidad política de tiempos pasados, hoy se apuntarían al haber y a la capacidad de incidencia política, un éxito colateral. Ahora lo que consiguen es una llaga y consolidar Valencia como sede financiera, porque es el común denominador de los dos bancos. Mientras Fainé esté presente, las raíces catalanas permanecerán, pero en una visión a largo plazo y con una Cataluña entregada al círculo vicioso de la política como espectáculo, la cuestión es mucho más dudosa.

¿Cómo sería hoy Cataluña si Artur Mas, «el gran equivocado», el hombre serio que es capaz de cometer más errores políticos por minuto, hubiera seguido un camino similar con la visión triple de una Cataluña fuerte, para co-gobernar España y ser un interlocutor fáctico europeo, si hubiera seguido lo que marca la parábola de Fainé y la Caixa? Negociación discreta y tenaz, guiada por la visión a largo plazo, por servir al proyecto más que a su persona, el sentido de la oportunidad y una acción de gobierno que lo dotara de credibilidad con el paso de los años.

No es nada difícil imaginar que hoy los catalanes, a pesar de la crisis, vivirían mejor, con más certezas y seguridades, y como pueblo disfrutaríamos de más poder político, respeto y capacidad de decidir.

Fainé encarna una forma de hacer catalana. Desgraciadamente no es la única: nuestros políticos actuales encarnan otra. La que siempre nos ha llevado a la ruina.

Mientras Fainé esté presente, las raíces catalanas permanecerán, pero en una visión a largo plazo y con una Cataluña entregada al círculo vicioso de la política como espectáculo, la cuestión es mucho más dudosa Share on X

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