En el actual panorama internacional, que empezó con las elecciones al Parlamento Europeo y el extraordinario crecimiento de las opciones de las derechas alternativas —y que se ha consolidado de forma abrumadora con la victoria de Trump—, Sánchez ve el camino expeditivo no sólo para continuar en el gobierno, sino para revalidar su mayoría mediante una nueva estrategia.
Un planteamiento visto con preocupación por parte del PP, que, como casi siempre, oscila entre la imprevisión y el exceso de tacticismo, lo que se traduce en una imagen de políticas vacilantes y una sobreinterpretación escénica marcada por la agresividad, intentando así disimular sus carencias de fondo.
Sánchez considera que utilizará el escenario internacional como bandera para su replanteamiento interno: intentará convertirse a escala española en lo que no logra en el ámbito europeo.
Se presenta como un líder del europeísmo y del progresismo que se enfrenta simbólicamente a un contexto que equipara con “el retorno de Hitler”. Este nuevo enfoque se materializa al acusar al PP de colaboracionismo con la extrema derecha, incorporando un lenguaje propio del final de la Segunda Guerra Mundial. Su narrativa encaja con el revival de Franco que ha promovido en el 2025, bajo la excusa de celebrar la recuperación de derechos y libertades en la fecha de su muerte.
Para Sánchez, la historia vuelve a ser un instrumento al servicio de la coyuntura política: ganar las próximas elecciones, tarea en la que cuenta con historiadores profesionales afines a su causa.
Este posicionamiento refuerza lo que ya aplicó en la campaña del 2023, lo que le permite recuperar terreno, al confundir al Partido Popular con un bloque imaginario de extrema derecha, vinculado al fascismo y al nazismo. Veremos imágenes de líderes y simpatizantes de la nueva derecha siendo asociados –mediante gestos como levantar la mano– con un supuesto “saludo romano”, sea cierto o no.
Para Sánchez es irrelevante que el fascismo y el nazismo se definan por su concepción totalitaria del Estado y la imposición de un partido único, aspectos ajenos a las derechas alternativas europeas, centradas en temas como la desigualdad económica, el declive de la clase media, la inmigración masiva, la pérdida de raíces culturales —ligadas a la tradición cristiana— o la erosión de identidades nacionales y personales (ésta última, atribuida a la ideología de género).
En cambio, prefiere destacar estos movimientos como una amenaza antidemocrática, equiparándolos con regímenes históricos.
Su posición, pese a evitar nombrar directamente a Trump en las críticas, podría generar tensiones con Estados Unidos. Ya ha chocado en dos frentes: sus duras condenas a la situación en Gaza y su exigencia de un compromiso total con Ucrania, aunque España está entre los países de la OTAN que menos gasto militar destina y es uno de los mayores beneficiarios de fondos europeos. Se le acusa de “mucho ruido y pocas nueces”, especialmente al aportar ayuda simbólica a Ucrania.
El riesgo de su estrategia de confrontación con la nueva administración norteamericana es que ésta imponga aranceles diferenciales en España —como los que Trump podría aplicar al aceite español, pero no al italiano—, perjudicando la economía. Los estrategas de la Moncloa ya prevén utilizar este posible sufrimiento económico como combustible para intensificar la polarización. Además, Estados Unidos cuenta con aliados como Marruecos en el Mediterráneo, lo que añade presión.
Para Sánchez, sin embargo, las consecuencias a medio plazo importan menos que mantener el poder. Su prioridad es instalar en la agenda mediática un marco de polarización extrema, beneficiando indirectamente a Vox, que gana relevancia al ser presentado como el polo opuesto al “progresismo feminista” que él encarna. Este escenario desplaza los problemas estructurales de España —sustituyendo la búsqueda de soluciones para su explotación como herramienta de confrontación—.
La tensión también afecta a sus aliados : Junts y el PNV, incómodos ante esta dinámica, podrían diluir sus exigencias —como la moción de confianza vinculada al traspaso de competencias en inmigración— a cambio de reiteradas promesas.
En definitiva, Sánchez apuesta por una política de choque, donde el enfrentamiento con la extrema derecha (definida ampliamente como todo aquél fuera de su campo) sirva para movilizar su base. El riesgo es profundizar en la fractura social, pero para un líder enfocado en el corto plazo, el cálculo es claro: prolongar su permanencia en el poder, aunque esto signifique sacrificar el diálogo y el bienestar común.
