¿Estamos viviendo el principio del fin de Pedro Sánchez?

Hace décadas, los análisis cuantitativos de la información publicada predecieron de forma clara la caída del gobierno de Felipe González. Hoy, aunque la fuerte polarización mediática dificulta un análisis similar, los signos de desgaste en el gobierno de Sánchez son innegables. Problemas como la inmigración, la vivienda y la pérdida de poder adquisitivo, fruto de una mala gestión gubernamental, se suman a la acumulación de escándalos de corrupción y otros eventos imprevistos —conocidos como “cisnes negros”—, creando un escenario cada vez más adverso para el ejecutivo.

La inmigración y la crisis de la vivienda

La inmigración se ha convertido en un problema cada vez más visible. Las imágenes diarias de pateras llegando a Canarias evidencian la carencia de acción efectiva del gobierno, que parece limitarse a ofrecer medidas insuficientes, como si se tratara de aplicar una aspirina para curar una enfermedad grave. La gestión de este problema se ha visto claramente superada, aumentando la percepción pública de inacción e impotencia.

En paralelo, la crisis de la vivienda se ha intensificado en los seis años de mandato de Sánchez. La situación ha alcanzado niveles críticos de injusticia y conflicto social. La falta de políticas estructurales para garantizar el acceso a una vivienda digna se ha vuelto insostenible, afectando especialmente a los jóvenes, trabajadores asalariados, autónomos y pequeños empresarios.

Pérdida de poder adquisitivo

Por otra parte, la pérdida de poder adquisitivo de buena parte de la población es otro factor crítico. Los precios han subido y la inflación ha favorecido al Estado, incrementando sus ingresos fiscales, pero ha dejado atrás a aquellos grupos que no han podido compensar su impacto. La política de rentas y la fuerte presión fiscal aplicada por el gobierno han agravado la situación de muchas familias y sectores vulnerables.

Aunque los jubilados fueron menos afectados que otros colectivos gracias a la revalorización de las pensiones, también sufrieron el impacto de la inflación.

Escándalos de corrupción

A estos problemas se suma la acumulación de casos de corrupción que salpican al gobierno de Sánchez y que contribuyen a una percepción generalizada de deterioro de las instituciones. Casos como el de Koldo García, el exministro Ábalos, el caso de los hidrocarburos, el presunto tráfico de influencias de Begoña Gómez y el caso Mediador ( Tito Berni ) apuntan a una red de corrupción que afecta a varios actores del entorno gubernamental.

Estos escándalos, junto con la querella presentada por el PP sobre una posible financiación ilegal del PSOE, aunque esta última sea menos sólida, dejan una imagen de podredumbre que afecta directamente a la figura de Sánchez y su capacidad de liderazgo.

Crisis institucional y tensiones judiciales

Recientemente, la imputación por parte del Tribunal Supremo del Fiscal General del Estado ha abierto una nueva crisis institucional. La negativa del Fiscal General a dimitir, pese a la gravedad de la situación, y la defensa de su figura por parte del ministro de Justicia, Félix Bolaños, que además criticó al Tribunal Supremo, han añadido más tensión al panorama político.

Esta confrontación directa con el máximo órgano judicial no sólo genera una crisis en el ámbito de la justicia, sino que también profundiza la sensación de inestabilidad institucional. Esto se suma a otras crisis existentes, como la que enfrenta al Senado y al Congreso, y evidencian la creciente debilidad del gobierno y su incapacidad para mantener el control sobre las instituciones.

Aislamiento internacional

A nivel internacional, el escenario tampoco es más favorable. La relación que Sánchez había mantenido con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se ha deteriorado, especialmente a causa de las posturas divergentes en materia de política migratoria. Esta desconexión con Europa coincide con un aislamiento creciente en el plano internacional.

Gobernantes con los que antes Sánchez había mantenido buenas relaciones, como el tripartito alemán, están ahora en una situación de debilidad extrema y aplican políticas mucho más estrictas. Además, los conflictos diplomáticos con gobiernos como el de Argentina, liderado por Javier Milei, y Venezuela, de Maduro, ponen de manifiesto el envoltorio de España en la escena internacional.

Situación parlamentaria compleja

En el ámbito interno, la situación parlamentaria es igual de complicada. La fragilidad de su mayoría en el Congreso, basada en una coalición heterogénea y en el apoyo de partidos de izquierda radical e independentistas, como Bildu, ERC y Junts, hace que la aprobación de leyes se convierta en una odisea constante. Esta dependencia genera tensiones que dificultan una gobernabilidad estable.

La incapacidad para aprobar los presupuestos generales del Estado por segundo año consecutivo sería un claro reflejo de esta debilidad. Además, la influencia de estos partidos, algunos con agendas que desafían los principios constitucionales, resta credibilidad y legitimidad al ejecutivo de Sánchez.

¿Un final inevitable?

En este contexto de debilidad, inacción y escándalos, la pregunta es inevitable: ¿es posible seguir gobernando en estas condiciones, o sería más prudente convocar elecciones anticipadas? La sensación de agotamiento político es palpable. La acumulación de crisis, tanto a nivel doméstico como internacional, la falta de respuestas efectivas a problemas estructurales como la inmigración y la vivienda, y la sombra de la corrupción, dibujan un panorama sombrío para el presidente.

Todo parece indicar que estamos asistiendo al principio del fin de Pedro Sánchez como líder del gobierno, y quizás sea sólo cuestión de tiempo antes de que los acontecimientos precipiten el cierre definitivo de esta etapa política.

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