Estados Unidos: entre vieja guardia neoliberal y reformistas, el futuro del Partido Republicano en juego

Desde la derrota del presidente saliente Donald Trump en las elecciones norteamericanas del año pasado se ha hablado mucho sobre qué rumbo tomaría el Partido Republicano para preparar su revancha electoral.

Un año después, con el actual presidente Joe Biden afectado por una crisis de credibilidad tanto en política interna como exterior, con un Partido Demócrata dividido entre centristas y extremistas de la ideología woke, los republicanos han obtenido importantes victorias.

No sólo Virginia, un estado clave de tendencia progresista, ha pasado recientemente en la órbita republicana, sino que los candidatos a las elecciones parciales legislativas del próximo año avanzan a sus rivales demócratas en las encuestas con el margen más importante de los últimos 40 años.

Sin embargo, los líderes republicanos no están de acuerdo en la estrategia que hay que desplegar en su camino para reconquistar la Casa Blanca en el 2024. Según Oren Cass, director del think-tank American Compass, existen dos grandes tendencias difícilmente conciliables en el seno del partido.

La primera, que podríamos llamar «tradicional», defiende volver a la fórmula neoliberal que Ronald Reagan encarnó en los años 80 del siglo pasado. Se trata de centrarse en los grandes clásicos del partido: bajada de impuestos y reducción del gasto público, aderezado con el discurso de dureza contra los criminales, la denuncia del «socialismo» y el estilo club de golf.

La línea «tradicional» se centra en los grandes clásicos del partido: bajada de impuestos y reducción del gasto público, aderezado con el discurso de dureza contra los criminales, la denuncia del «socialismo» y el estilo club de golf

Esta línea es, como Cass señala, la que dominaba el statu quo republicano cuando Donald Trump lo hizo estallar por los aires en el 2016.

En ese momento, el ensayista recuerda, el partido estaba como paralizado por esclerosis. Era totalmente incapaz de imaginar un programa electoral que fuese más allá de cuatro eslóganes gastados de la era Reagan, en un mundo (y un país) que había cambiado demasiado para que sirvieran ni siquiera para ganar unas elecciones, no hablemos ya de gobernar bien.

La segunda línea, que podría tratarse de «reformista», intenta adaptar el partido a la sociedad norteamericana tal y como es hoy en día, así como a los retos de Estados Unidos en el siglo XXI.

Económicamente hablando, está menos utilizada por la ideología liberal y más abierta a adaptarse a las necesidades actuales del país. Desde el punto de vista social, pone más énfasis en la protección de la familia como núcleo de la sociedad. Y culturalmente hablando, presenta batalla sin tapujos frente a las ideologías woke y de la cancel culture que amenazan la cohesión social norteamericana.

Hay indicios de que estos sectores reformistas están ganando terreno. El nuevo presidente del venerable think-tank conservador The Heritage Foundation, Kevin Roberts, por ejemplo, no duda en afirmar que «la destrucción del núcleo familiar es un problema mucho más grave que la falta de dinamismo económico».

Existe también un tercer elemento, imposible de categorizar, que es la persona de Donald Trump. Un personaje tan único que se ha derivado de un movimiento, el «trumpismo», que combina parte de cada una de las dos tendencias del partido.

Su principal problema, sin embargo, es que durante su mandato se mostró incapaz de articular a partir de los rasgos tradicionales y reformistas, un programa de gobierno coherente.

En cualquier caso, de momento no hay líder republicano que pueda hacer sombra y disputar al expresidente las próximas elecciones primarias. Solo el tiempo dirá si el ala reformista conseguirá imponerse a la vieja guardia neo-liberal, con o sin Trump.

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