España, verano 2019. El pacto de El Pardo distinto (6)

Se llama Pacto de El Pardo al acuerdo entre Cánovas y Sagasta a la muerte de Alfonso XII para turnarse en el poder. Esta muerte provocó una situación de alarma. Entonces Cánovas – “en una jugada maestra” según Comellas- presento la dimisión y dejó a la izquierda la custodia de la débil Monarquía de María-Cristina de Habsburgo. Contra lo que se suele pensar, Cánovas y Sagasta, pese a su pacto, no se entendieron personalmente nunca. Cánovas era un intelectual distinguido mientras que Sagasta –descendiente de pastores-, aunque era ingeniero de caminos, presumía de no haber leído un libro desde que terminó la carrera; era simpático, popular y dicharachero: no podía encajar con Cánovas. Pero a ambos les unía el espíritu de concordia, la flexibilidad, el pragmatismo y la convicción de que es preferible ceder a enfrentarse violentamente. Esto salvó entonces la Primera Restauración.

En este antecedente histórico tan distinto a la penosa situación política actual pensaba, al escribir los tres artículos precedentes a éste con el que se cierra la serie. He sostenido en ellos que es preferible que Unidas-Podemos no acceda a un gobierno de coalición por el impulso antisistema que le confieren Pablo Iglesias y su equipo; que tanto Ciudadanos como Unidas-Podemos han perdido una oportunidad dorada de consolidarse como paradigmas de la “nueva política”, asegurando la gobernabilidad del Estado mediante sendos pactos de legislatura con contenido diverso; y que, habida cuenta de la situación difícil que se avecina el próximo otoño, lo ideal sería un gobierno de gran coalición derecha-izquierda, que tuviese la autoridad moral precisa para propiciar un pacto que diese respuesta tan democrática –y por ello racional- como firme al contenciosos catalán. Pero como ello es imposible, y también puede que lo sea un simple pacto de legislatura con Unidas-Podemos, dada la incapacidad manifiesta de nuestros dirigentes para actuar con vista larga, habría que buscar otra salida en forma de abstención que permitiese formar gobierno al candidato del PSOE como partido más votado.

Y es aquí donde entraría en juego un pacto inspirado por el Pacto de El Pardo pero con menos alcance que este. No sería un pacto entre los partidos hegemónicos de la derecha y la izquierda, ante la evidente crisis de los partidos representantes de la “nueva política” (Ciudadanos y Unidas-Podemos), con el fin de alternarse en el gobierno mediante un nuevo “turnismo”. Esto resultaría tan inaceptable como inviable. Tendría que ser un pacto no escrito abierto a los partidos que se consideren “constitucionalistas” –que no son todos-, mediante el que se garantizasen recíprocamente la asunción del poder por el candidato más votado, a falta de mayoría absoluta y en defecto de un gobierno de coalición o de un pacto de legislatura. Es decir, lo mismo establecido en Euskadi por mandato legal, pero en este caso por acuerdo tácito de los partidos “constitucionalistas”, es decir, los que no buscan la erosión y la desestabilización del Estado.

Quizá se pregunte el lector si veo posible un pacto de esta naturaleza. Mi respuesta también es que no, y mis razones para pensar así son varias. Unos partidos –de derechas- barrerán para casa pensando a corto plazo, y pretenderán justificar su decisión con dengues falsamente democráticos. Y otro –el Partido Socialista- lo ha hecho ya imposible con su pacto soterrado con Bildu en Navarra, gracias al que ha desplazado del poder a la lista más votada, lo que reviste un especial alcance en las circunstancias del “Viejo Reino”. Porque es cierto que María Chivite ha defendido la legitimidad del apoyo de Bildu asegurando que su ejecutivo “no traerá ninguna catástrofe ni pondrá nada en peligro”, y defendiendo la pluralidad de Navarra, por lo que “el tiempo dará y quitará razones”. Pero también es verdad que la portavoz de Bildu en el Parlamento navarro ha destacado que “existen razones estratégicas para facilitar la investidura” de Chivite; unas razones que quizá se concreten en la incorporación de Navarra a Euskal Herria, ya que Bildu “podrá ser la llave para condicionar las políticas” del Gobierno. Después de dar este paso, resulta poco razonable la petición de abstención reiterada por los socialistas para el gobierno central.

En una reciente entrevista, Íñigo Errejón ha dicho que “cada vez creo más en el componente emocional, de piel, de la política”. Y, desde esta perspectiva, son decisivas las recientes declaraciones de Arnaldo Otegui -coordinador de EH Bildu- después del obsceno homenaje a dos criminales de ETA que han cumplido condena: “Hay 250 presos y habrá 250 recibimientos”. En suma, el pacto en Navarra bloquea cualquier pacto en Madrid que no sea un pacto de legislatura entre el PSOE y Unidas-Podemos. O esto o nuevas elecciones. Sabiendo que, como ha dicho el Rey –expresando lo que muchos españoles piensan- “lo mejor es encontrar una solución antes de ir a elecciones”. Ir a nuevas elecciones puede que sea una salida “redonda”, pero en ningún caso sería una decisión conveniente al interés general.

Publicado en La Vanguardia, el 26 de agosto de 2019

 

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