Los periódicos suelen ser espejos deformados: unas veces agrandan, otras minimizan, casi nunca ofrecen la proporción justa de las cosas. Pero en ocasiones, cuando se alinean varias noticias, cuando se encadenan titulares distintos en pocos días, se abre ante los ojos del lector una imagen más amplia, un mural del desorden moral y político que nos habita. España, hoy, es un ejemplo doloroso.
En apenas una semana, los medios han lanzado tres informaciones que, puestas juntas, dibujan el retrato de un país atrapado en sus contradicciones.
La jubilación de los boomers: un relevo imposible
La primera fue un grito en mayúsculas: faltan 3,5 millones de jóvenes para suplir a la generación del baby boom que empieza a jubilarse. El cálculo es demoledor: Cataluña necesitaría 455.000 trabajadores de reemplazo. La mayor oleada demográfica de nuestra historia se retira, y detrás hay un páramo.
No es un secreto. España es el único país desarrollado de la Unión Europea que no cuenta con políticas de natalidad dignas de ese nombre. Ni ayudas fiscales, ni facilidades reales para conciliar, ni vivienda asequible. Nada. Y sin embargo, los grandes titulares sobre la crisis demográfica se publican como si el problema fuera meteorológico, un rayo caído del cielo, y no el resultado de dos décadas de inacción política.
Cuando se menciona la solución, los medios apelan a la inmigración. Simplificación excesiva. Porque la mayoría de los inmigrantes que llegan a España lo hacen sin cualificación suficiente para sustituir a un capital humano que se jubila con titulaciones, experiencia y especialización. ¿De verdad creemos que basta con abrir la frontera y esperar milagros?
El coste de un hijo: un lujo reservado
Días después, otra noticia golpeaba: tener un hijo cuesta 55.600 euros en sus primeros cinco años. Veintidós mil cuatrocientos euros más que en 2002, un incremento del 67%. Mientras tanto, las ayudas estatales y autonómicas no solo no han crecido: en términos reales se han reducido. Lo que era poco, hoy es casi nada.
El resultado es un patrón social asfixiante: los hijos llegan tarde, a veces nunca; uno, como mucho dos; y solo en familias con ingresos por encima de la media. Para el resto, la paternidad se convierte en un lujo.
A este panorama se añade la herida de la vivienda, convertida en un mercado imposible por la inacción del Gobierno. El encarecimiento brutal de alquileres y precios convierte en quimera lo más elemental: fundar un hogar.
El país necesita niños, pero a las familias se les niegan las condiciones mínimas para tenerlos. He aquí la primera gran paradoja española: la nación que clama por relevo demográfico es la misma que convierte la maternidad y la paternidad en un privilegio de pocos.
La paradoja de las prioridades
Y mientras la familia agoniza sin apoyo, el contraste con otros colectivos roza lo grotesco. España está a la cola europea en ayudas familiares, pero figura en el quinto puesto europeo en políticas favorables al lobby LGTBIQ. Subvenciones generosas, legislación protectora, privilegios institucionales.
No se trata de negar derechos a nadie. Pero el contraste es sangrante: un país que deja a las familias sin apoyo se desvive en campañas, ayudas y fastos para un colectivo minoritario. En junio, las calles se llenan de banderas y desfiles pagados con dinero público. El Ayuntamiento de Barcelona, con Jaume Collboni al frente, gastó a manos llenas en la fiesta arcoíris.
¿Han visto una campaña equivalente dedicada a la familia con hijos? No. Nunca. Ni una. Ni en la Generalitat, ni en el Gobierno, ni en los grandes ayuntamientos.
Celebrar una orientación, penalizar la otra
La contradicción alcanza tintes grotescos con la última novedad legislativa. El PSOE ha presentado en el Congreso una proposición de ley para penalizar las llamadas terapias de conversión LGTBIQ.
La lógica es asimétrica: si alguien se declara gay, lesbiana o trans, se celebra como un avance luminoso. Si alguien, en cambio, desea dejar de serlo y pide ayuda para vivir como heterosexual, el Estado pretende perseguir a quien lo ayude. Un estado de vida se premia, el otro se castiga.
Tanto es así que hasta los Reyes de España han aceptado la presidencia de honor de unos premios corporativos, los Top Líderes LGBTI+ 2025 destinados a “promover” la visibilidad homosexual en las empresas. Algo loable en sí, pero ¿por qué esta promoción se convierte en deber institucional mientras la natalidad, fundamento mismo del bienestar, ni siquiera entra en la agenda? ¿Cuándo una revista, un periódico promoverá premios a favor de la familia y los hijos, y cuando estos reyes tan LGBT-friendly asumirán algún papel simbólico para ensalzar la familia, la de los demás, la de los que les cuesta llegar a fin de mes?
El espejo roto
Al juntar todas estas piezas, lo que emerge no es solo la incoherencia de unas políticas, sino la radiografía de un país que ha perdido el sentido de proporción. España necesita hijos para sostener su economía, su sistema de pensiones, su propia viabilidad social. Pero las familias son tratadas como asunto privado, sin más apoyo que discursos vacíos.
En paralelo, se multiplican los gestos, campañas y recursos públicos para causas identitarias que no sostienen el futuro común. Una nación sin hijos, pero orgullosa de sus banderas multicolor.
La frustración personal es inmensa. Miles de jóvenes desean formar familia, tener hijos, vivir una vida normal. Pero se topan con muros de vivienda inaccesible, sueldos insuficientes, ayudas inexistentes. Se condena a una generación entera a desear lo imposible, y de ese deseo frustrado nace una herida colectiva que marcará al país durante décadas.
¿Puede sostenerse un país así?
La pregunta final es inevitable: ¿puede funcionar un Estado del bienestar construido sobre cimientos vacíos? El sistema depende de que existan familias que eduquen a los niños de hoy para que sean los trabajadores, emprendedores y ciudadanos de mañana. Sin natalidad, la pirámide se derrumba.
Y, sin embargo, la política prefiere la foto fácil, la pancarta de moda, la campaña colorida. No hay cunas en el discurso público, pero sí banderas homosexuales. No hay ayudas familiares, pero sí subvenciones para colectivos con lobby. No hay plan de vivienda asequible, pero sí leyes simbólicas.
España es un país que celebra con estrépito sus minorías mientras condena al silencio a su mayoría más básica: las familias que quieren hijos y no pueden tenerlos.
La paradoja se convierte en tragedia: en nombre de lo progresista, estamos cavando el agujero de nuestro futuro.
Los hijos llegan tarde, a veces nunca; uno, como mucho dos; y solo en familias con ingresos por encima de la media. Para el resto, la paternidad se convierte en un lujo Compartir en X
2 comentarios. Dejar nuevo
Me apena enormemente esta falta de ayudas. La familia y los hermanos es la mejor herencia que uno pueda recibir. Esto lo valoramos todos.
Seguiremos luchando con campañas positivas que todos entiendan y que «les resuene» por dentro.
Avui he vist i fullejat el llibre de filosofia de quart de l’ESO. He quedat molt decebuda. No Hi ha filosofia només he trobat aberració. Tot en contra de la
natura. Un ideari demolidor de la
persona humana. Explica que Déu
no existeix. Només val la ciència.
Tot ve a ser descabellat i contradictori. Vivim al costat de la malaltia esquizofrènica. A casa es parla de valors a l’escola de disbauxa. Penso que hem de fer moltes xerrades adreçades als pares perquè puguin ser un bon antídot del verí diabòlic.