España no va bien porque la mayoría de nosotros vamos mal

El Gobierno insiste una y otra vez en que España va bien económicamente. Para demostrarlo, nos muestra siempre los mismos datos: el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) y la mejora de la ocupación.

Pero esa es una visión muy estrecha de lo que significa “ir bien” para un país y para sus ciudadanos. La realidad es que la situación de la mayoría de nosotros deja mucho que desear. Y si en lugar de ofrecernos solo aquellos pocos indicadores que le sirven para justificarse y autoelogiarse, el Gobierno ampliara un poco más el foco, veríamos que las estadísticas confirman lo que ya muchos sentimos: que no vamos bien.

Algunos datos y gráficos lo explican con claridad. Por ejemplo, se habla mucho del crecimiento del PIB, pero rara vez se analiza por persona ocupada. Es decir, no cuánto ha crecido el pastel, si no cuánto ha aumentado el trozo que le corresponde a cada trabajador. Y la realidad es que ese trozo ha crecido muy poco, y además hoy es aún más pequeño de lo que debería ser, porque de ese crecimiento hay que descontar todo lo que pagamos al Estado: impuestos, cotizaciones a la Seguridad Social, tasas… La parte que queda para el ciudadano es reducida.

Si observamos la evolución desde 1990 hasta 2024, vemos que hay países que han experimentado un crecimiento extraordinario del PIB por persona empleada. Es el caso de Polonia o de los países bálticos, pero también —aunque se suela denostar desde ciertos sectores— de Hungría, que ha crecido un 65% en este periodo. Frente a eso, el caso de España resulta decepcionante: apenas hemos crecido un 14% en todos estos años. Esto nos sitúa a la cola del crecimiento por habitante en la Unión Europea.

Y lo más preocupante: la distancia que nos separa de la media europea no se reduce. Al contrario, se mantiene o incluso empeora. Con estos datos sobre la mesa, no se puede decir con seriedad que España va bien. Porque la verdad es que la mayoría de nosotros no vamos bien.

¿Por qué, si el PIB crece tanto y somos “campeones” en Europa, a cada uno de nosotros nos toca cada vez menos?

El Gobierno presume de que el Producto Interior Bruto español crece por encima de la media europea. Pero cuando dejamos de mirar la cifra global y observamos cuánto nos corresponde a cada uno de nosotros, descubrimos que estamos a la cola. ¿Cómo es posible? La respuesta está en la evolución de la población en los distintos países europeos, y el gráfico correspondiente lo deja claro: el crecimiento demográfico de España ha sido explosivo, incluso abrumador. Y eso que hablamos solo del último año.

Pero ¿cómo puede ser esto, si desde al menos 2011 mueren en España muchas más personas de las que nacen? En teoría, la población debería estar disminuyendo. Todos conocemos la respuesta: el crecimiento demográfico se debe a una inmigración masiva. No diré que es descontrolada, porque en realidad el Gobierno favorece este fenómeno. Hay un interés claro —por parte del Ejecutivo y de ciertos sectores económicos— en mantener una oferta abundante de mano de obra barata.

El interés del presidente Sánchez está en que esta entrada masiva de población con baja productividad permite inflar artificialmente el PIB. Se crece en cifras totales, no porque cada trabajador produzca más, sino porque hay mucha más gente trabajando, aunque sea con sueldos bajos y en condiciones precarias. Así se explica que, si miramos solo la producción agregada, España aparente ser líder en crecimiento. Pero si analizamos qué parte de esa riqueza le toca a cada ciudadano, salimos muy mal parados.

Este es, en realidad, un pésimo negocio para la mayoría de los ciudadanos. Es rentable solo para el Gobierno y para las arcas del Estado. Porque esta combinación de inmigración masiva e inflación —a la que nunca se descuenta del cálculo fiscal— permite al Estado disparar la recaudación como nunca antes. Y eso se traduce en una carga fiscal cada vez más elevada para los trabajadores: el esfuerzo fiscal y la “cuña fiscal” (la diferencia entre lo que paga el empleador y lo que percibe el trabajador) se han disparado en estos últimos años, especialmente bajo el mandato de Sánchez.

Esta es otra parte de la película que nunca nos cuentan, pero que deberíamos analizar con atención: cada vez trabajamos más para el Estado y menos para nosotros mismos.

Vamos mal: trabajamos mucho, pero no para nosotros

Hoy, seguramente, el factor más decisivo para demostrar que vivimos mal es la evolución de los salarios. Y en este caso, los últimos datos publicados por la OCDE deberían ser objeto de un gran debate político y social. Porque confirman una realidad inquietante: trabajamos mucho, pero cada vez menos para nosotros mismos.

Según los datos de la OCDE, el salario medio real en España era de 29.588 euros en 1993. Treinta años después, en 2023, ha alcanzado los 30.654 euros. Es decir, el salario medio real —una vez descontada la inflación— apenas ha aumentado en ese período 1.066 euros: un ridículo 3,6%. Y hablamos de cifras brutas. Esto nos sitúa, una vez más, a la cola de los países de la OCDE en cuanto a evolución de ingresos.

Pero la realidad es aún más grave. Porque si en lugar del salario bruto consideramos el salario neto —lo que realmente recibe el trabajador— ese leve incremento conseguido en tres décadas sería todavía menor, casi insignificante. ¿La razón? La creciente carga fiscal sobre el trabajo. En estos treinta años, la mordida de las cotizaciones sociales ha aumentado de forma sostenida hasta representar hoy el 24% del coste laboral. Es decir, uno de cada cuatro euros que genera nuestro empleo va directamente a cotizaciones.

Y eso es solo el principio: después vienen el IRPF, el IVA y otros impuestos. Cada vez trabajamos más horas, pero una proporción creciente de ese esfuerzo se lo queda el Estado. ¿Cómo no vamos a ir mal?

Uno de cada cuatro euros que genera tu trabajo se lo lleva el Estado en cotizaciones. Luego vendrá el IRPF y el IVA... #Fiscalidad #España Compartir en X

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