Enemistad con todos y en todas partes, Erdogan se encuentra aislado

En Europa es conocido desde hace tiempo como un sembrador de cizaña profesional. Pero la mala costumbre de meter la nariz en todas partes está dando últimamente muchos dolores de cabeza al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.

Su país se encuentra actualmente atrapado en una delicada situación en el norte de Siria. Las fuerzas armadas turcas han perdido esta semana entre 33 y medio centenar de hombres en ataques aéreos de Rusia y del régimen sirio.

Las quejas de Erdogan no han tenido ningún efecto en la comunidad internacional. La OTAN, de la que Turquía (aunque) es parte, se limitó a expresar su «solidaridad». Y es que se ha hecho evidente que las tropas turcas están apoyando lo que queda de Al Qaeda y otros grupos yihadistas en Siria.

Ante la soledad internacional de Erdogan, la Rusia de Vladimir Putin parece querer mostrarle el camino de salida de una operación exterior condenada al fracaso desde el principio. La guerra en Siria está decidida, y la principal cuestión que queda por resolver es en primer lugar humanitaria , y en segundo, migratoria: ¿como convencer a los millones de demandantes de asilo sirios que vuelvan a casa, y ayudarles a reconstruir su futuro?

Según fuentes rusas recogidas por Le Figaro, Erdogan habría aceptado que los militares turcos establecidos en una docena de posiciones cercanas al frente permanezcan cantonats. Moscú afirma que los soldados destinados a estas posiciones habrían apoyado los rebeldes sirios y contribuido a la reconquista de una población antes en manos de los hombres de Bashar al Assad.

Acorralado, Erdogan es aún más peligroso

La debilidad de Erdogan lo vuelve más agresivo. El viernes, el gobierno turco afirmó que ya no impediría a los solicitantes de asilo sirios  entrar en Europa, incumpliendo los acuerdos firmados con la Unión Europea. Todo para intentar, en vano, que los países europeos le apoyen en la crisis de Siria.

Presidente de Turquía desde hace 6 años, Erdogan lleva a cabo un peligroso programa político. En el interior de su país, reislamización. En el exterior, una política extranjera expansionista, guiada por la visión de un nuevo imperio otomano que lidere de nuevo los países musulmanes.

Siempre que puede, Erdogan provoca. En una campaña premeditada para ganarse la simpatía de los musulmanes que viven en Europa, acusa constantemente de “islamofobia” a los líderes europeos. El presidente francés Emmanuel Macron, por otro lado poco conocido por su hostilidad a la religión de Mahoma, es su objetivo preferido.

Al anunciar que dejaría pasar los demandantes de asilo en territorio europeo, Erdogan jugó otra de sus cartas recurrentes: la de intentar sembrar la cizaña entre los socios de la UE atemorizando con una nueva entrada masiva. La ola de refugiados del 2015-2016 se sigue considerando como un punto de inflexión y una de las razones del auge de los partidos de extrema derecha en todo el continente.

Los delirios imperiales de Erdogan se han extendido hasta Libia, donde Turquía inició a principios de enero una intervención en apoyo del presidente reconocido por la comunidad internacional. Este se enfrenta a un gobierno de oposición al este del país que es ayudado públicamente por Rusia y más discretamente por países europeos como Francia.

Pero la misma comunidad internacional ha condenado la intervención turca, y la Unión Europea ha anunciado una misión militar por mar y aire para impedir que entren más armas a Libia, ya sean turcas o rusas.

Erdogan estira más el brazo que la manga. Pero a medida que se vaya viendo más y más aislado, es probable que sus provocaciones dirigidas contra los países europeos aumenten. Es necesario que Europa frene los pies de este sembrador de cizaña, que recibe no obstante el apoyo obstinado de numerosos miembros de la comunidad turca en países como Alemania.

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