El Partido Demócrata no era consciente de ello, pero en plena campaña, los hombres jóvenes, incluidos los provenientes de las minorías, les habían abandonado masivamente, lo que inclinaría la balanza electoral a favor de Donald Trump.
Una encuesta del think tank estadounidense American Compass llevada a cabo con la empresa YouGov a principios de octubre concluyó que 20% de los hombres jóvenes no-blancos no habían decidido todavía si votarían a Trump o Harris, mientras que los que ya lo habían hecho repartían sus votos de forma equilibrada entre los dos candidatos.
Se trata de un cambio de rumbo histórico del voto de las minorías en Estados Unidos, y corrobora lo que ya anunciábamos hace unos meses: la grieta ideológica está finalmente arrinconando a la grieta étnica como factor principal de voto. Algo que beneficia a los Republicanos, ya que los hispanos y afroamericanos suelen identificarse más con valores conservadores que progresistas.
Según afirma el director ejecutivo de American Compass , Oren Cass, Kamala Harris no tenía nada que decir a los hombres jóvenes provenientes de estas categorías.
La coalición de campaña de la candidata demócrata se había construido en torno a una agenda en favor de la visión progresista de la justicia social, y que esperaba aglutinar el voto joven con el LGBTQ+, el de las mujeres y los afroamericanos.
Sin embargo, como Cass nota con perspicacia, el mensaje que Harris acabó vehiculando era agresivamente ideológico y correspondía a un perfil mucho más específico de lo esperado por los estrategas Demócratas: el de mujeres jóvenes, mayoritariamente blancas y con educación universitaria. Las prioridades de este perfil demográfico incluyen la lucha contra el cambio climático, la condonación de la deuda estudiantil y la supresión de restricciones a la inmigración y al aborto.
La razón que movió a los hombres jóvenes no blancos hacia la derecha fue que, al fin y al cabo, no comparten esta visión de la política en términos raciales o de género, tal como la cultura woke, de la que bebe Harris, intenta imponer.
De hecho, los hombres jóvenes no blancos expresan, según la encuesta ya citada, valores y prioridades que se acercan mucho más a las de la clase trabajadora blanca, la que tradicionalmente se ha concebido como el núcleo duro de apoyo a Trump.
Por ejemplo, ambos grupos coincidían en apuntar que la cultura norteamericana ponía demasiado énfasis en la diversidad y que el estado regulaba demasiado, mientras las mujeres progresistas acomodadas pedían efectuar políticas prodiversidad y frenar a las grandes empresas.
La misma alineación entre los hombres jóvenes no blancos y la clase trabajadora blanca se producía en otros muchos aspectos, como el respeto de los valores y la tradición estadounidenses o el incremento de la explotación de los recursos naturales. campos, las mujeres liberales acomodadas exprimían mayoritariamente la opinión contraria.
La campaña de Kamala Harris demostró una incapacidad total para conectar con los jóvenes no-blancos y sus preocupaciones , hasta el punto de presentar el voto a Harris como una obligación para “proteger a las mujeres y sus libertades”, como el candidato demócrata a vicepresidente Tim Walt llegó a tuitear en una ocasión. Como si ellos no contaran para nada.
El resultado fue que si hace cuatro años Joe Biden ganó el voto popular de los hombres jóvenes por una diferencia de más de 10 puntos porcentuales, este año ha sido Donald Trump quien lo ha concentrado según las encuestas hechas a pie de urna.
La gran pregunta es si los progresistas estadounidenses (y occidentales en su conjunto) aprenderán de sus errores y propondrán un programa político que interese a los votantes masculinos.
Por el momento, y constatada una vez más la falta de autocrítica tras la segunda victoria de Trump, los Republicanos parecen estar tranquilos. Al otro lado del Atlántico, derecha e izquierda deberían también tomar nota de las consecuencias electorales que tiene marginalizar a la población masculina, un fenómeno que ya empieza a sentirse en España.