El reto de la soledad no deseada que actualmente sufren silenciosamente cerca de tres millones de personas mayores en nuestro país

Pablo Alonso vivía en Barcelona y pensaba en jubilarse, con su mujer, para disfrutar los siguientes años con una buena pensión conjunta. Los inviernos los pasarían en Mallorca. Los veranos viajarían. Saldrían a bailar. Con el piso pagado y las hijas independizadas, el futuro parecía diáfano.

Pero la vida no siempre va como uno imagina: el matrimonio terminó separándose y los planes de Pablo se hundieron. ¿Cómo iba a empezar de cero, a esa edad y solo? Lo logró gracias al programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, que colabora con distintas entidades y la Administración local para dar respuesta al reto de la soledad no deseada que en la actualidad sufren silenciosamente cerca de tres millones de personas mayores en nuestro país.

«Ahí es donde vi que mi futuro no iba a ser el que pensaba y toqué fondo, un fondo profundo del que llegué a creer que no saldría»

Tras un par de años deambulando por casas de amigos, Pablo decidió buscar una vivienda propia, acorde a su nueva situación de jubilado separado. Y la encontró en Tortosa, un lugar en el que nunca pensó que acabaría. «Ahí es donde vi que mi futuro no iba a ser el que pensaba y toqué fondo, un fondo profundo del que llegué a creer que no saldría», confiesa. «De repente ya no vivía en la playa ni tenía una vida apasionada y dinámica. Había perdido mi estatus, a mi familia y amigos, y no conocía a nadie. Lo viví como un destierro», recuerda

Y empezaron los peores síntomas: «En lo físico descendí 20 escalones, me abandoné, no me arreglaba. Mi casa era una guarrería. Y anímicamente estaba hundido, con pensamientos en bucle y la autoestima por los suelos. ¡Yo, con tres carreras y contactos! No salía de casa. Yo mismo me invisibilizaba», reconoce. Afortunadamente, un día Pablo decidió salir y buscar ayuda.

Dio con unas asistentes sociales en Tortosa y les habló de su soledad. Ellas lo mandaron a la Cruz Roja y allí lo inscribieron en Siempre Acompañados, de la Fundación ”la Caixa”, un programa nacido en 2014 para mejorar la calidad de vida de las personas mayores conectándolas con su entorno y acompañándolas hacia una vida plena y con propósito, con mucho que aportar aún a la sociedad.

«Cuando Pablo llegó al programa no conocía a nadie y tenía que generar raíces y un nuevo proyecto, empezar a cubrir otras expectativas», explica Elizabeth Poy, la técnica social que lo atendió.

Como en todos los casos, tras un primer contacto y un diagnóstico de su tipo de soledad —que puede ser familiar, social, física (por falta de autonomía) o existencial («¿Qué voy a hacer con mi vida?»)—, empezaron a trazar junto a él un plan de trabajo individualizado, acorde a sus capacidades, posibilidades y gustos personales. «En su caso intentamos que realizara trabajo interno contra la soledad existencial. Se creó un clima de mucha confianza y hemos ido avanzando mucho. Se ha ido empoderando y asumiendo este compromiso, que le ha ayudado a salir adelante», asegura la técnica de la Cruz Roja.

«Afrontar la soledad a partir de los 60 es mucho más profundo que mandarlos a realizar actividades»

Pablo recuerda muy bien cuál fue el siguiente paso hacia su nueva vida: «Me metieron en un programa sobre el uso de móviles y yo, que manejo el móvil sin problema, pensé que podía ayudar a otras personas con menos conocimientos y acepté». Eso le hizo ver su potencial y sentirse afortunado de poder ayudar, aunque solo fue el comienzo. «Afrontar la soledad a partir de los 60 es mucho más profundo que mandarlos a realizar actividades», aclara Luz Morín, experta en intervención comunitaria y desarrollo local, y asesora del programa de la Fundación ”la Caixa”. «Se trata, primero, de ser capaz de reconocer tu sentimiento de soledad y buscar ayuda, y segundo, de pensar qué puedes hacer tú por tu comunidad».

Pablo siguió implicándose, cumpliendo a rajatabla el plan trazado por las profesionales que lo atendían, y empezaron los cambios: «Volví a arreglarme, empecé a cocinar, salía a dar paseos por el Ebro y tenía largas charlas conmigo mismo sobre qué había hecho mal, qué iba a hacer ahora… Y también empecé a comprar en las pequeñas tiendas del barrio y a saludar a los vecinos».

Ese saludo es, para Luz Morín, un gran elemento de cambio: «Solo un “Hola, buenos días, ¿qué tal?”, ya es un “Te reconozco, sé que estás ahí y formas parte de nuestro barrio”»

Elizabeth Poy lo corrobora: «Todos, comerciantes, vecinos…, podemos ayudar a estas personas en situación de soledad. Un “¿cómo está?”, aunque parezca muy pequeño, puede cambiarles la vida»

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