El problema real del catalán en la escuela

Mientras continúa la polémica y las trifulcas judiciales relacionadas con la cuota de al menos el 25% de clases en castellano, la realidad del problema va por otra parte. Sin embargo, acotamos un primer hecho: en la práctica la cuota del castellano es mucho mayor, especialmente en las áreas, las más pobladas, donde hay un predominio de la lengua castellana. Un reciente estudio del Consejo de Evaluación de la Enseñanza en Cataluña, “Análisis del contexto del alumnado de 4º. de ESO para el curso 2021-22”, para alumnos de al menos 15 años, aporta información muy interesante sobre la motivación e interés del alumnado en ese momento de la enseñanza y concretamente sobre el catalán.

El primer hecho que se puede constatar de los datos es que la enseñanza en el aula, que es el lugar neurálgico, se ve afectada, según los propios alumnos, por la conducta de los demás. Chicos y chicas en una proporción del 70% señalan que este comportamiento es lo que hace difícil el estudio. Tenemos aquí situado un primer y grave problema, que no es un descubrimiento, sino una constatación más. En las aulas el esfuerzo por mantener un orden que permita la atención, se lleva una gran parte de las capacidades del profesor. Los alumnos no vienen enseñados de casa, el buen orden, la compostura y el silencio.

Un segundo dato significante, es que una gran mayoría, al 59%, no les gusta ir a la escuela. Hay detrás de esa cifra un principio de desmotivación que confirma otra traba: el 40% no ven que sea interesante y eficaz estudiar. En este contexto es necesario situar el catalán. No llegan al 40% (37,7%) los alumnos que manifiestan interés y están dispuestos a esforzarse porque le den importancia al estudio del catalán. Es una cifra terrible porque la lengua vehicular es la asignatura más menospreciada por los alumnos y, además, a distancia de otras que también se mueven en este sentido, como la física y la biología. Este dato contrasta con el inglés: el 82% de los alumnos lo ven en términos favorables de interés, esfuerzo e importancia. Y este es el punto neurálgico de la cuestión.

La Generalitat, el departamento de Educación, el sistema público en Cataluña, el departamento de Cultura en lo que le pueda afectar, han dejado que el catalán en la escuela se convirtiera en un estorbo que no despierta interés, que no se ve la utilidad de dominarlo bien. El contraste con el inglés es evidente porque además resulta que esta, digamos, afición de los chicos y chicas por esta lengua no se corresponde con un nivel de enseñanza y aprendizaje que al final de los estudios les dé un buen dominio de esa lengua.

Es una obviedad que los problemas de nuestra escuela están lejos de poder ser atendidos con lenguajes complejos, sofisticados, teorizantes, en definitiva. Los problemas de la escuela catalana, como los del conjunto de España, radican sobre todo en cada una de las aulas y dentro de ellas en la capacidad de crear unas condiciones favorables al estudio, a la participación y a la reflexión.

También es una condición necesaria construir el interés por todas y cada una de las asignaturas, empezando por la que está peor parada que es precisamente el catalán. Y es en esta batalla donde se juega el futuro de la lengua y no en el famoso 25%.

Una tercera condición es que para conseguir todo esto, es necesario construir la motivación del alumno para interesarse, para aprender. Sin motivación no hay progreso, el progreso no es posible sin esfuerzo y el esfuerzo necesita al mismo tiempo motivación. Y aquí el círculo a introducir para salir del agujero negro en el que se encuentra nuestro sistema educativo.

Por último, la comprensión lectora, sin la cual nada es posible. Una comprensión lectora primero en las lenguas del uso real, catalán y castellano, así como en los lenguajes específicos que intervienen en la enseñanza, básicamente en las matemáticas, la física y la química. Que esto se haga por competencias, como pretende la nueva ley, o por el conocimiento de asignaturas específicas, es secundario porque tanto un aspecto como otro son vías para garantizar aquellos fines, que son los determinantes para superar la emergencia educativa en la que hace años que nos encontramos y que la nueva ley Celaá posiblemente acentuará.

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