A pesar de que Cataluña ha adoptado medidas muy restrictivas, de las más de toda España, la situación sigue siendo desfavorable y no mejora sustancialmente. El indicador de incidencia por el número de casos en los últimos 14 días cada 100.000 habitantes nos dibuja muy bien el panorama. La Comunidad Valenciana está en una situación muy buena, 35,57 de IA en fecha 15 de abril. Cataluña se encuentra en 219,83 y Madrid, que no ha cerrado nada, a 348,58 .
Como se puede ver nos encontramos a años lejos de la Comunidad Valenciana y mucho más próximos a la situación madrileña, a pesar de que en aquella ciudad las restricciones son mínimas. Hay un error de fondo en el sistema catalán que tiene mucho que ver con su capacidad logística, tanto por el control de la enfermedad y los contagios, como por la vacunación.
A estas alturas todavía no se ha inyectado una primera dosis a toda la población mayor de 80 años, a pesar de que son pocos, del orden de 400.000 y pico. Aunque falta un 13%, y estamos hablando, hay que subrayarlo, no de la inmunización completa sino sólo de la primera dosis. Más grave es aún el hecho de que la población de 70 a 79 años, también de gran riesgo, sólo ha recibido una dosis el 26,8%. Muy pocas personas por tanto. Y los de 60 a 69 sólo el 14,7% .
En cuanto a los dos primeros grupos, hay que decir que no es por falta de vacunas que no se haya podido completar, sino porque el Procicat ha comenzado a otorgar prioridades a otros grupos que no tienen nada que ver con el riesgo de mortalidad o de enfermedad con secuelas graves. Detrás de sus decisiones hay extraños senderos que merecerían una mayor atención del Parlamento.
Y la última pieza que completa este desgraciado panorama es el invento de pasar del confinamiento comarcal a las vaguerías. Evidentemente es más amplio y por tanto facilita la movilidad, pero una vez más, y en el caso de Barcelona, rompe por la mitad el Área Metropolitana de Barcelona, dejando el Baix Llobregat, una fuente estratégica por su actividad económica estratégicamente conectada a Barcelona, en el otro lado de la «frontera», en lugar de hacer confinamientos serios, pero muy puntuales y específicos, de localidades o como mucho de algunas comarcas concretas.
Aquí el gobierno se dedica a establecer fronteras interiores, como en la Edad Media, con el agravante de que además en cuanto a su cumplimiento son el pito del sereno. Quizás en este punto encontraríamos la explicación del fracaso del Procicat en la gestión de la pandemia.