Entre la independencia, que bloquea toda mejora del presente a favor de un futuro milenarista, y la carencia de respuesta política que caracteriza a los partidos españoles, la respuesta catalana es el ejercicio pleno del autogobierno hasta agotar sus capacidades. Hace falta, después de tanto de tiempo perdido, centrarnos en gobernar desde la eficacia y la eficiencia, y mejorar las competencias en el marco de las leyes del estado. Construir una Cataluña cultural, social y políticamente fuerte, en el marco de una España como proyecto común, y una Europa grande.
Los indicadores de que la realidad de Cataluña se deteriora su múltiples y alarmantes, desde las listas de espera de la Sanidad, las más numerosas de España, a la situación de la educación como muestra el último informe PISA, y el aumento de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, el crecimiento de los puestos de trabajo perdidos por los ERE, que ya son parecidos a los de los años de la crisis, hasta las más de 300.000 personas que figuran en la lista insatisfecha de petición de vivienda social, y así podríamos continuar en una larga exposición de hechos. El último, el estudio del Consejo General de Economistas (CGE) Informe de la competitividad regional de España, que señala el estancamiento de Cataluña, y el continuado distanciamiento de Madrid. También manifiestan un dinamismo más grande Aragón, Castilla-La Mancha, Andalucía, Extremadura, Galicia, Asturias y Cantabria. Algo importante falla en casa nuestra, y es el pésimo uso de los grandes recursos de la Generalitat.
La Generalitat es una máquina demasiado grande y potente como para pensar que dejándola desatendida año tras año el país no sufriría las consecuencias.
Los que quieran continuar con la ilusión de un futuro en la independencia que continúen, y los que crean en nombre del catalanista que aquella no es la vía que perseveren, pero unos y otros, en nombre del bien común de Cataluña, tienen que establecer una moratoria de cuatro años y situar como prioridad el gobierno de las cosas.
Entre el republicanismo de una república de ficción y un constitucionalismo que sacraliza la constitución como arma contra el autogobierno de Cataluña, hay que impulsar el máximo autogobierno en el marco de una Constitución viva, que sirve para resolver problemas en lugar de utilizarla para crearlos. Unos cavan cementerios y otros levantan muros; nosotros venimos a construir. Unos y otros dibujan líneas rojas; nosotros respetamos a todo el mundo y buscamos lo que hay de bueno en cada propuesta colectiva.
Entendemos y compartimos la ilusión de hacer un país nuevo. En esto, coincidencia llena. Consideramos que el camino escogido es un error. No somos adversarios del fin último, discrepamos en el método. Participamos de la idea de España como país donde todos tenemos cabida en la singularidad respectiva y la fraternidad y solidaridad mutua en el camino de una mayor unidad europea. ¿Cómo podemos decir que queremos reducir las fronteras de Europa si se empieza por levantar una frontera que nunca ha existido con España?
El independentismo es ineficaz para abordar los problemas de los catalanes. Llevamos más de un quinquenio de parálisis del autogobierno. No resuelve los problemas, al contrario, los multiplica y agrava. Nos divide como pueblo y por tanto nos debilita, deteriora nuestra fuerza democrática, cultural y económica, nos margina en la capacidad de incidir sobre las políticas públicas españolas, nos ha expulsado de las relaciones políticas con la UE y los estados miembros; nadie quiere recibir a la Generalitat, degrada las instituciones de gobierno catalanas convirtiéndolas en instrumentos de partido, sitúa en un tercer plano la acción de gobierno de la Generalitat, y la instrumentaliza; no ejerce las competencias- y esta es una gran contradicción-, deteriora la economía y puede llegar a generar una gran crisis, genera inestabilidad en el estado dificultando abordar los grandes retos derivados de la globalización y la transformación económica y social, y puede agravar los problemas de la UE. En resumen, el independentismo del callejón sin salida, si se mantiene en su inercia, nos deteriora, si va a más desestabiliza el estado y la UE.
El catalanismo siempre ha reivindicado el autogobierno, y antes que él Cataluña ha luchado por los derechos históricos de las Constituciones Catalanas, pero esto nunca ha supuesto que se quisiera la independencia. Siempre se ha entendido que este reconocimiento podía darse dentro del Estado español.
Nunca hasta ahora habíamos disfrutado de un reconocimiento tan amplio y de un periodo de libertad tan extendido. Hay que seguir avanzando en el marco constitucional y de cumplimiento de las leyes, y en este marco hay que exigir al gobierno del estado el mismo cumplimiento, empezando por la aplicación de las sentencias del TC favorables a la Generalitat, así como el reconocimiento de la especificidad catalana manifestada siempre a lo largo de la historia desde las Constituciones, la Mancomunitat de 1901, el acuerdo de Macià con la reciente proclamada II República, instaurando la Generalitat contemporánea, y el acuerdo Tarradellas-Suárez para recuperar la Generalitat Republicana, antes de la existencia de la Constitución española. Esta singularidad se tiene que manifestar en su reconocimiento formal, en el ámbito competencial especialmente en lengua, cultura y derecho civil en base a los artículos 150.1 y 150.2 de la Constitución, y en un marco fiscal más transparente, eficiente y justo.
Cataluña es una comunidad nacional. Lo afirma el preámbulo del Estatut. Lo es no únicamente por su propio sentimiento de nación, sino por su lengua y su cultura y el hecho de haberse dotado históricamente de un corpus jurídico diferenciado. Afirmar la nación no se sinónimo de independencia. No lo ha sido nunca en el catalanismo, ni siquiera en el nacionalismo mayoritario catalán. Significa reconocerse en una comunidad dotada de una historia que quiere proteger y mejorar la lengua, cultura, leyes, instituciones y autogobierno.
Todo esto y otras cuestiones unen a muchos catalanes, pero no existe la alternativa política que los una. Hay intentos, buenos, respetables, pero ninguno de ellos por separado, ni siquiera alguno de los pocos unidos crearán la expectativa necesaria para ser la alternativa real. Solo el gran reagrupamiento de todos ellos en un acuerdo electoral basado en un programa común, que además reciba la inyección fecunda de un grosor valioso de personas que hasta ahora se ha mantenido al margen de toda política, transformará la infausta realidad desde el catalanismo.