Durante más de un siglo, el sueño americano ha sido uno de los grandes relatos que han construido los Estados Unidos de América, volcando a millones de personas en busca de un futuro mejor que el Viejo Continente les parecía privar.
El sueño americano se basa en la movilidad social ascendente, del famoso «ascensor social». Cualquier estadounidense, si trabaja duro, debe ser capaz no solo de triunfar, sino de vivir mejor que sus padres.
Todavía hoy, y como Converses ha expuesto recientemente, Estados Unidos puede alardear de una economía mucho más dinámica y con muchas mejores perspectivas de futuro que la europea.
Sin embargo, algo se ha estropeado en el Nuevo Mundo. En los últimos 50 años, como recuerda la economista y periodista estadounidense Rana Foroohar, los ingresos de las familias se han estancado y las desigualdades de riqueza se han ensanchado. En 2019, un hogar medio disponía de un patrimonio neto algo menor que en 2001.
Estos indicadores no son los únicos que señalan los males profundos que afectan al país. La esperanza de vida se ha reducido (y llevaba ya años estancada antes de la pandemia de la Covid) y el país atraviesa una grave crisis cultural generada por la ideología woke que está teniendo amplias consecuencias en ámbitos muy diferentes, desde fomentar la impunidad de la criminalidad hasta la ruptura de la concordia ciudadana.
Mientras el 92% de los bebés nacidos en 1940 consiguieron ingresos superiores a sus padres, los nacidos en 1980 sólo han tenido el 50% de posibilidades de mejorar en relación con sus progenitores.
Volviendo a las manifestaciones socioeconómicas de esta crisis, el académico de Harvard (universidad que se ha convertido ella misma en un campo de batalla) Raj Chetty afirma que mientras el 92% de los bebés nacidos en 1940 consiguieron ingresos superiores a sus padres, los nacidos en 1980 tan solo han tenido un 50% de posibilidades de mejorar en relación con sus progenitores. Se trata, por tanto, de un declive que no es tan reciente como se podría pensar, y que ha tenido profundas consecuencias económicas, políticas y sociales.
El periodista ganador del premio Pulitzer, David Leonhardt, propone la siguiente tesis para explicar este cambio: «ya no hay ningún movimiento de masas centrado en mejorar las perspectivas económicas para la mayoría de americanos. Los principales grupos de presión del país, tanto a la derecha como a la izquierda, se preocupan por otros asuntos».
Se trata de una forma suave de decir que Estados Unidos ha perdido los acuerdos fundamentales que mantenían a sus ciudadanos unidos como nación.
Leonhardt añade que estos cambios afectan a tres ámbitos en particular: poder político, cultura e inversiones. En cada uno de ellos, las élites que deberían haberse responsabilizado de la defensa del estadounidense medio y desfavorecido, han abandonado ese ideal social para centrarse en sus preocupaciones individuales, ya tengan un carácter identitario (género, aborto, inmigración) o financiero (imposición, inversión en grandes infraestructuras y educación, por ejemplo).
El declive del sueño americano es, por tanto, un fenómeno que hay que enmarcar dentro de la crisis que sufre Occidente en su conjunto, y que es en último término una consecuencia de la ruptura con los acuerdos fundamentales responsables de hacer aparecer y mantener unida una comunidad política.