Las situaciones de pandemia obligan a variar la dinámica de las relaciones, reducir la movilidad, y utilizar el confinamiento como prevención del contagio. Esto conlleva unos efectos colaterales negativos.
En el ámbito económico provoca la ruina de muchos negocios por falta de actividad, muchas industrias ven su cartera de pedidos reducidas al mínimo, lo que implica una reducción de personal con el aumento del paro, y eso afecta el tejido social.
Hablando con la asistenta social del barrio, me comentaba la cruda realidad del aumento de la precariedad. Familias que nunca habían necesitado ayuda y ahora pedirla se ha convertido en la norma. El exceso de presencia en el hogar, también aumenta la conflictividad y la violencia, especialmente en las viviendas pequeñas.
Un caso especialmente preocupante, es el de las personas mayores que viven solas y que antes de la pandemia recibían visitas y ahora no. Su soledad aumenta y sus limitaciones también. Cada vez necesitan más ayuda, y no siempre la situación económica permite costearla.
Me contaba, esta asistenta, que se han encontrado con muchos casos de personas mayores solas, que han ido acumulando desechos en sus pisos, con las quejas de vecinos por el mal olor que desprendían, y al intentar entrar en su casa para hacer alguna cosa, esa persona no les ha querido abrir la puerta porque siente cierta vergüenza de que se vea en que condiciones vive. No estoy hablando de un hecho imaginario, sino de hechos concretos que pasan a poca distancia de nuestra casa.
Negociar la entrada en la casa de personas que viven en esta situación debe ser una auténtica filigrana de delicadeza y estimación, para que genere un clima de confianza y amistad. Hay que decir que se le ayudará a poner las cosas bien, y de esta manera vivirá mejor. Seguramente que dificultades no faltarán, porque la soledad genera desconfianza y miedo.
Miedo a que se les lleven cosas, miedo a ir al geriátrico, miedos incluso imaginarios, porque las soledades mal llevadas, favorecen las patologías mentales. Debe haber una cierta preparación para actuar en estos casos. Conviene no tomar iniciativas sin el visto bueno de la persona sola. Si lo que dice o quiere no mejora ni facilita la situación, habrá que sugerir benévolamente otras alternativas. No hay que ponerse nervioso y mantener ese punto de buen humor que distensiona y facilita las cosas. También es oportuno para estos casos gestionar un servicio de ayuda permanente, como el de Cruz Roja o tantos otros que existen, haciéndole ver que no sólo se utiliza en caso de verdadera necesidad.
Visto todo esto, aprenderemos algo que nos servirá para siempre. Que la ayuda al otro en sus dificultades es una escuela que nos muestra aspectos de la vida que a menudo nos pasan por alto.