Año tras año, las cifras de natalidad de España empeoran, y nuestro país es ya el segundo de la Unión Europea donde nacen menos niños por mujer en edad fértil (y el primero de los países relevantes si se excluye a la minúscula Malta que lidera el ranking): en 2022 esta tasa fue de 1,18 hijos cuando la tasa de reposición se sitúa en 2,1, cada vez más lejos.
Ante este triste invierno demográfico, numerosas voces señalan que sus causantes son de índole económica.
Según esta tesis, la actual tendencia podría invertirse implementando ayudas financieras a las familias como numerosos países europeos han hecho tradicionalmente, como Francia, o bien han implementado más recientemente, como Hungría. La cuestión es más que nunca de actualidad porque la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha lanzado recientemente un ambicioso programa en este sentido.
Sin embargo, el instituto de investigación norteamericano National Bureau of Economic Research ha publicado los resultados de un estudio que desmienten la validez de los argumentos puramente financieros a la hora de tener (más) hijos.
La investigación, titulada «¿Familias afortunadas? Los efectos de la riqueza en el matrimonio y la familia», ha estudiado cómo varía la natalidad cuando la gente en edad de tener hijos recibe ingresos extraordinarios.
El estudio estadounidense tomaba como referencia a un grupo de ganadores de la lotería de Suecia y comparaba su situación familiar entre el momento de recibir el premio (unos 90.000 euros) y diez años después.
Pues bien, la variación entre lotería y fecundidad, siendo positiva, era insignificante: 0,03 puntos en la tasa de natalidad. Por el contrario, el riesgo de divorcio se multiplicaba por dos si la ganadora de la lotería era la mujer, y se reducía en un 40% si el premiado era el hombre. De hecho, la lotería incrementaba también en un 30% las posibilidades de que un hombre soltero se casara.
Aquí vale la pena, por cierto, mencionar cómo estos resultados refuerzan la idea del pater familias en una sociedad escandinava supuestamente muy liberal.
En términos estrictamente de natalidad, el estudio se ubica en la misma línea que los resultados alcanzados por otras políticas públicas exclusivamente basadas en bonificaciones económicas. Por ejemplo, el «cheque bebé» de 2.500 euros del presidente José Luis Rodríguez Zapatero tan sólo tuvo un impacto a corto plazo y muy poco significativo sobre el número de nacimientos.
Lo que estudios como el de la institución estadounidense dejan entrever es que las ventajas económicas son muy probablemente necesarias pero no suficientes para invertir durablemente la pendiente descendente de la natalidad.
Cuando se pone a Francia como ejemplo de un país que ha logrado mantener la mejor tasa de fertilidad de la UE (según datos de 2021), con 1,84 hijos por mujer en edad fértil, se presentan tan sólo las medidas financieras y fiscales que premian tener a más de un hijo, pero no se menciona el hecho de que la familia tradicional todavía es un modelo social mucho más aceptado e incluso promovido que en España.
La importancia para la natalidad de que las parejas estables con hijos sean presentadas como un modelo también queda clara en países de Europa del Este como Hungría. En éstos, después de sufrir bajadas de nacimientos muy importantes durante los noventa se ha logrado invertir la tendencia después de tener durante años gobiernos que promovían los valores familiares tradicionales.
Como Converses ya ha expuesto anteriormente, el factor cultural tiene un peso aún más importante que el económico a la hora de tener hijos. Una buena política natalista no puede pues basarse sólo en subsidios económicos y bonificaciones fiscales, sino que debe promover a la familia como modelo de vida.