Una característica muy generalizada es la nula ecuanimidad de los medios de comunicación con sesgo marcadamente progresista a la hora de valorar los liderazgos políticos. No hay más que recordar que se celebrara la hipócrita concesión del Premio Nobel de la Paz a un recientemente elegido presidente Obama, cuando mantenía dos conflictos bélicos vivos y había profundizado en las directrices presidenciales sobre la eliminación selectiva de los adversarios terroristas, según los criterios de la política de Washington, porque con Obama se estandarizó lo que ahora es ya habitual, incluso en las películas de acción, como son los drones asesinos.
En el otro lado podríamos situar el linchamiento del presidente Reagan reiteradamente calificado de inepto y objeto de burla y risa, y que después ha resultado uno de los presidentes mejor valorados de la segunda mitad del siglo XX y el protagonista político del derrumbe de la URSS.
Hace muy poco, escasos meses, Jacinda Ardern era el icono de la progresía, la encarnación de todos los logros y virtudes en la política, pese a liderar un país pequeño, Nueva Zelanda. De hecho, su máxima notoriedad le viene de los All Blacks y el rugby. Ahora, al cabo de solo un mandato y medio, 6 años, ha decidido dimitir en una emotiva, como no podía ser de otra forma, rueda de prensa, porque dice que no tiene suficiente energía en el depósito.
De este modo deja plantado a su partido, el laborista, ante las elecciones que habrá en otoño.
Cuando se presentó hace dos años creía que tenía fuerza suficiente, y ahora 12 meses después, ¿descubre que no? Necesitaría algo más de rigor y menos lágrimas, que no deja de ser un recurso emotivista y excesivamente fácil, sobre todo para algunas.
La realidad cruda y pelada es que lo deja porque su perspectiva electoral es muy difícil. Hay personas que ante un horizonte de este tipo se crecen e intentan darle la vuelta. Es el caso del presidente Sánchez. Pero hay otros que echan la toalla a la mínima de cambio. Basta con recordar el absurdo abandono de Trias la misma noche electoral, sin intentar forjar la alianza que le llevara a la alcaldía, tal y como 4 años después sí hizo Ada Colau, que también quedó segunda, pero que ahora es nuestra alcaldesa, con la ayuda decisiva, eso sí, del que venía a salvar la ciudad, el ex primer ministro Manuel Valls.
Jacinda Ardern tuvo un primer mandato movido, pero que la consagró como ese icono, que se ha demostrado que no es. Su notoriedad y posterior victoria electoral se construyó sobre dos hechos.
El primero, la forma en que abordó el atentado terrorista de un islamófobo australiano que atacó a 2 mezquitas, matando a 51 personas. La proximidad a las familias, el estilo que ejerció Ardern, la decisión con la que afrontó el problema hasta llegar a la ilegalización de las armas semiautomáticas, le crearon una aureola de estimación y simpatía.
Luego vino la covid-19 y su gobierno optó por una política tan o más dura que la china de clausura total. El país quedó encerrado al exterior e internamente se declaraban confinamientos de ciudades enteras solo por un caso.
Las observaciones en contra de esa política, por razones que era humanamente insostenible y económica desastrosa, más cuando estaban disponibles vacunas mejores que las chinas, no fueron escuchadas. En su fase inicial se logró dar la imagen de que Nueva Zelanda era inmune a la covid-19, y eso también contribuyó a su notorio éxito electoral. Pero, al igual que China, pero de forma más rápida, las consecuencias se han hecho notar de forma patente. La población se cansó de tantos confiamientos y restricciones y la economía se derrumbó.
La conclusión es que ahora Nueva Zelanda no solo recibe los efectos tardíos de la covid, sino que existen serias dificultades económicas que hacen que los profesionales jóvenes tiendan a emigrar a Australia, donde las condiciones son mucho mejores. La inflación está disparada y la vivienda se ha convertido en un bien de lujo con el agravante de que, como la mayoría de propietarios tienen las hipotecas a interés variable, su coste hace crecer el temor de que muchos de estos hogares acaben en manos de los bancos.
Por si fuera poco, la delincuencia ha crecido de una forma extraordinaria y además con características violentas con atracos a pequeños comercios.
El cóctel está servido. Se ha perdido la aureola de la inmunidad a la covid, la inflación destruye la vida de muchos ciudadanos y, en particular, de los más jóvenes, y la inseguridad se ha convertido en un problema político. En esta tesitura se demuestra la debilidad política de Jacinda Ardern que prefiere marcharse a casa antes de coger ese peligroso toro por los cuernos.
Evidentemente, no hay certeza alguna, pero es muy posible que el corolario de todo este icono progresista sea que el Fin de Año lo celebre en la casa de gobierno Christopher Luxon, el actual líder de la oposición y un cristiano evangélico del partido nacional.