De la guerra a la paz

Las guerras siempre invocan nobles motivos para justificar lo injustificable.

Como dice Eduardo Galeano, las guerras matan en nombre de la paz, en nombre del progreso, en nombre de la democracia, y a su lado los medios de comunicación, a menudo apoyan ese desbarajuste, siguiendo el dictado de los poderes fácticos, que mirando a sus propios intereses, no les importa poner en juego la vida de los pobres ciudadanos, que no tienen otro objetivo que vivir en paz.

En un mundo donde cada minuto muere de hambre o de enfermedades curables 10 niños, y por el contrario, cada minuto se gastan 3 millones de dólares en armamento, cabe preguntarse si esto tiene sentido. Como también es un contrasentido que los cinco países principales productores de armamento formen parte del Consejo de Seguridad.

Y uno se pregunta: ¿hasta cuándo la paz en el mundo estará en manos de quienes hacen negocio con la guerra? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que la guerra es el principal fracaso de la historia humana? ¿Hasta cuándo seguiremos sin ver que los conflictos no se solucionan con la violencia, sino que la violencia perpetúa el conflicto?

La segunda parte de la constitución europea, nos habla del derecho a la paz, la vida, la dignidad humana, la integridad física, el derecho a la libertad de la ciudadanía. Pero resulta que esos derechos que proclamamos para nosotros, se los negamos a los demás.

Y esto lo hacemos de muchas formas. Explotando recursos de los países pobres en beneficio de los países ricos, y como dice Oxfam/Intermón, se revisten legalmente con los nombres de licencias de explotación, concesiones productivas, royaltys por extracción, y si es necesario sobornar a los dirigentes de los países, se hace, y si es necesario financiar guerras, se hace. Luego leeremos en nuestra prensa informaciones deformadas, hablando de «guerras tribales» en un sitio u otro, sin decir ni una palabra de lo que hay detrás de aquellas guerras.

Ésta es tristemente nuestra hipocresía. Decimos y proclamamos una cosa y hacemos otra.

El apartado 141 de la Constitución Europea nos habla de las partidas destinadas a armamento e investigación militar. Si el mundo lo que quiere es la paz, ¿por qué tantas concesiones a la guerra? ¿Por qué no se trabaja a fondo en el diálogo como arma civilizada para tratar conflictos? ¿Por qué no se nos enseña en las escuelas lo que es el diálogo auténtico?, ese diálogo de igual a igual, nadie por encima de nadie.

El diálogo exige una rigurosa simetría. El diálogo asimétrico en el que el fuerte impone sus razones, no es diálogo. Éste debe ser limpio de suspicacias, respetuoso con las razones del otro, aunque no se compartan. Esto significa que debe haber un espacio para el disentimiento, pero éste debe expresarse serenamente y sin violencia.

Aprender a dialogar es aprender a ser personas. Éste es el camino que la humanidad debe tomar para tratar los conflictos. Estamos lejos de conseguirlo, pero la perseverancia siempre acerca los objetivos.

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