Esta palabra define la situación en la que nos encontramos, con el agravante del pesimismo ante el futuro, y la desconfianza desbordada hacia quienes nos gobiernan. La etimología latina de la palabra señala un proceso de cambios marcado por la inestabilidad, y que afectan especialmente a aquello que es más profundo, las estructuras. Pueden representar un cambio traumático, una situación social inestable y peligrosa o de emergencia. En eso estamos y de todo hay en las crisis generadas por la guerra de Ucrania, y las sanciones a Rusia, acumuladas sobre lo que ya significaba la transición energética, los daños no totalmente superados de la Pandemia y las secuelas de la gran recesión iniciada el 2008. Claro que para Ucrania es más que una crisis, es simplemente un proceso destructivo, del que Rusia no quedará indemne.

Pero lo que deseo subrayar ahora son dos hechos. El primero: se trata de una crisis europea de alcance insospechado, y segundo, el pesimismo no surge tanto del escenario como de la falta de confianza de que nuestros gobernantes adopten las medidas adecuadas y, sobre todo, señalen la mejor ruta. Porque los problemas, siendo los mismos, tendrían una repercusión menos desfavorable, si la nave estuviera pilotada por personas como las hacedoras de Europa después de la destrucción de la II Guerra Mundial. Estadistas como Adenauer, De Gasperi y Schuman, que supieron elegir el camino, que no solo permitió escapar del “Descenso a los Infiernos”, que describe la obra de Ian Kershaw, sino construir el mejor espacio de prosperidad y paz, que se ha dado en el mundo desde la Modernidad. Esto, y deseo que no sea así, es lo que puede llegar a su fin.

Porque el título de este artículo reproduce deliberadamente parte del que encabeza una obra de Jared Diamon, “Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos”, que ofrece patrones de respuesta adoptados por distintos países ante los grandes problemas que les afectaron en un periodo concreto. De Alemania a Japón; de Indonesia a Finlandia, entre otros más, Diamon busca la identificación de los factores que les ha permitido emerger satisfactoriamente de escenarios históricos terriblemente difíciles, mostrando así que, no deja de ser cierto, al menos en su trasfondo, aquello de que en toda crisis se encuentra una oportunidad.

En nuestro actual conflicto es Finlandia lo que podríamos denominar el modelo de éxito. Libradas dos guerras contra la URSS, que era mucho más que la actual Rusia, no solo consiguió salir de ellas sin invasión, a base de ceder toda la región de la Carelia finesa, eso sí, sino que su estatus de neutralidad y de relaciones, también económicas, con los dos bloques, (eran tiempos de Guerra Fría) posibilitó un desarrollo más que notable. Supo encontrar una política de mutuo beneficio en su relación con la URSS. Y esta y sus dirigentes, no eran, obviamente, más permisivos, compresivos y menos agresivos, que Putin.

De hecho, Austria participa de un estatus equivalente. Se ha olvidado en el actual conflicto que este país, si bien es miembro de la UE, no lo es de la OTAN, como consecuencia del acuerdo adoptado por su parlamento el 26 de octubre de 1955. En Europa, a los países neutrales les ha ido bien. ¿Por qué no ha de ser una buena solución para Ucrania?

Pero hay dos diferencias fundamentales entre aquellos escenarios y el actual. Durante la Guerra Fría, EUA era favorable a la neutralidad finesa y austriaca, y Europa, que sufría en sus carnes el conflicto entre los dos bloques,. Hoy no es así.

Porque no es la solución de Estados Unidos, o al menos no la de los demócratas. Biden persigue convertir a Ucrania en un nuevo Afganistán para Rusia, a base de alimentar con armas e información a su ejército, a pesar de que el precio sea la destrucción física, y también humana, de aquel país. La estrategia de Washington en este conflicto persigue crear el desbordamiento económico de Rusia, como Reagan lo consiguió con su pulso militar en la “Guerra de las estrellas” o de las “Galaxias”, que de ambas maneras se la denominó, más bien en términos de descrédito. El 23 de marzo de 1983, en un mensaje transmitido por la red nacional de televisión de los EUA, el presidente Reagan anunció su Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE). Fue el proyecto tecnológico más ambicioso de todos los tiempos. Sus objetivos eran “hacer las armas nucleares [soviéticas] impotentes y obsoletas”, y sus fines desarrollar e implementar un sistema anti-cohetes capaz de destruir los misiles mucho antes de que alcanzasen su objetivo. Esto dio lugar a una carrera de armamentos y tecnología que terminó por desfondar a una ya débil URSS. No es porque sí que Putin ha hecho ostentación de sus misiles subsónicos, con los que por primera vez liquida parte de la ventaja adquirida por el sistema de defensa de los EUA.

La combinación de guerra y sanciones añaden complejidad al problema, y pueden tener efectos múltiples. Solo en relación con productos agrarios puede  desencadenar una oleada de inestabilidad y emigración en países clave de África. Libia será el más afectado (trigo, cebada y maíz), pero también Egipto porque el trigo de aquel origen representa el 42,5% de su mercado interior. En la R.D. del Congo significa el 42%, en Nigeria el 40%. Buena parte de los inestables países del Sahel dependen del grano eslavo entre un 40% y 50%. ¿Quién se lo va a proporcionar y a qué precio? Más allá y en otros contextos geopolíticos, Indonesia, el país islámico más grande del mundo, cubría sus necesidades con trigo de aquella procedencia en un 38% y Turquía en un 39%. La propia España depende en un 51% del girasol de Ucrania, y un país tan occidental como los Países Bajos, lo hace con relación al maíz en un 81%. Los efectos de la crisis de oferta agrícola no los notaremos ahora -en todo caso los precios se disparan por la especulación-, sino en la próxima cosecha, que no existirá o estará muy mermada.

Y todo esto limitado solo a la agricultura, quizás la cuestión menos tratada. Ya ni me refiero a los costes de la energía, ampliamente considerados, o el efecto de una emigración masiva, que además sienta un precedente en cuanto a la acogida. Todo esto en un contexto de inflación como no veíamos desde la década de los ochenta, amenaza con un resultado final, que no solo es la crisis en unas proporciones y duración que están por ver, sino, más grave, puede producir la formación de un nuevo cisne negro.

La cuestión no es que Putin sea malo, ni que Rusia crea que pueda agredir a otros países (¿Con qué? ¿Su presupuesto militar es semejante al del Reino Unido?), sino en cómo conseguimos la paz, en qué términos se reconstruye Ucrania y se integra Rusia al espacio económico y de defensa Europeo. Si esto último lo consiguieron Alemania y Francia después de siglos de sangre derramada y destrucción mutua, no veo porque no pueda ser el objetivo a medio plazo, porque la alternativa a esta solución es una nueva división en bloques, que destruirá a Europa, y una frontera con el régimen de Pekín que comenzará en el Dniéper.

Artículo publicado en La Vanguardia

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