La crisis se plantó en la historia para decirle al hombre ilustrado contemporáneo: ¡Párate, sé humilde, acepta realidades y reflexiona! Es el mensaje que nos están enviando constantemente las grandes y pequeñas crisis, personales y colectivas, que han conseguido diluir como un azucarillo la idea de progreso de la modernidad, construida sobre una fe inquebrantable en la sola razón, en los éxitos de la ciencia y en la dictadura de la tecnología, y que ha sido transformada en auténtico mito por nuestra civilización occidental.
Las crisis siempre se hacen presente en la vida de las personas y sociedades a través de realidades que hablan de dificultad, peligro, problemas, enfermedad, cambio…
Generalmente producen fatiga física, mental y psíquica, pero no siempre interpelan y responden a su significado etimológico -decisión, juicio, cambio- que harían posible una salida en forma de crecimiento humano, o de mejora social. La frase “toda crisis es mitad un fracaso y mitad una oportunidad” atribuida a Winston Churchill debería constituir un fundamental axioma para esta nuestra sociedad globalizada, de progreso lineal ilimitado e insostenible.
En la actualidad estamos inmersos y atrapados por infinidad de crisis de todo tipo, sociales, políticas, económicas, sanitarias medioambientales… Sin olvidar las personales, que están llenando nuestra vida cotidiana de ansiedades, depresiones y miedos. Pero… ¿Estamos aprendiendo algo de ellas? ¿Nos están ofreciendo alguna oportunidad para crecer y madurar en un auténtico progreso integral personal y colectivo que tenga como finalidad la defensa de la dignidad humana, la búsqueda del bien común y la utilización de medios éticos para conseguirlo?
Sirvan de ejemplos paradigmáticos las dos crisis actuales que nos han conmocionado, impactado y a muchos interpelado: los sucesos de Ceuta y los de la Franja de Gaza.
Ambas, aunque en sitios diferentes y con actores distintos forman parte de ese variado y espaciado mundo de crisis sociopolíticas y económicas, esparcidas por todo el mundo, que hacen de ellas, por las causas que las producen y los medios que se utilizan, auténticas crisis de Humanidad.
Cuando la confrontación violenta y el ruido de las armas sustituyen al diálogo entre vecinos se produce crisis de Humanidad; cuando las estrategias sociopolíticas y económicas colocan la razón de Estado por encima de la razón social, de la dignidad de la persona y del bien común se sobrepasa la frontera de los Derechos Humanos; cuando se utilizan a niños, ancianos y a personal civil como armas arrojadizas para conseguir espurios fines políticos sin mirar las consecuencias futuras, se hace la oscuridad en el ambiente y aparece el dolor y las lágrimas que llenan el corazón humano sobre todo de las personas más frágiles y consecuentemente queda dañada la esperanza…
Todo ello debería interpelarnos para desde un serio discernimiento exigir cambio. En lo estructural y en lo personal. Siempre se ha dicho que para que cambien las estructuras tenemos que cambiar las personas, pero también que no puede haber cambio en las personas cuando están sometidas a sistemas estructurales injustos.
La crisis de Humanidad conforma la inmensa mayoría de todas las crisis que están hiriendo nuestra sociedad actual, porque tanto el sistema como la cultura que reproduce y las fórmulas de progreso que las orientan son objetivamente deshumanizadoras.
Si la sociedad no se deja interpelar por sus crisis, por las causas y sus consecuencias, difícilmente podrán encontrar el auténtico valor humanizador que debería ser el motor de la Historia.
Sirvan de ejemplos paradigmáticos las dos crisis actuales que nos han conmocionado, impactado y a muchos interpelado: los sucesos de Ceuta y los de la Franja de Gaza Share on X