Es evidente que de algo debemos morir, pero también lo es que es necesario protegerse de muertes anticipadas más aún cuando son masivas. Valga esta entrada para desvirtuar la frivolidad de expresiones como la indicada que justifican el desorden actual en relación con el peligro de la covid.

Poca broma, en España ha matado ya a 108.000 personas y en Catalunya a 19.488. Por cierto, que el Parlamento de Cataluña, puesto que no lo hace el gobierno, debería indagar por qué nuestra comunidad autónoma, que presume de sistema sanitario, es la primera en número de muertes por encima de Madrid, con 18.935 muertes, pese a que al inicio de la pandemia ésta hizo estragos en la capital española. Andalucía, con más población que Catalunya, sólo ha registrado 13.918 fallecidos. Por tanto, primera cuestión: ¿qué ha fallado en la sanidad catalana?

Hay que considerar, con toda razón, que la mayoría de estos casos responden al período de prevacunación, pero, aun así, se producen en España cientos de muertes cada semana y eso no es ninguna broma. Es una muestra de la confusión en la que vive la sociedad, que medio centenar de muertes al año provocadas por la violencia de género generen un flujo de información cotidiano extraordinario, un gran gasto público, pactos de estado y leyes. Mientras que los miles de muertes por covid que siguen produciéndose ahora incluso con la mayoría de la población vacunada, no merecen ninguna atención y quedan al margen del interés político y mediático. Algo grave falla cuando no todas las muertes tienen la misma importancia y, sobre todo, cuando éstas tienen un carácter masivo, como ocurre con la covid.

La ministra de Sanidad hace ya semanas que mencionó que habría una 4ª dosis sobre la covid, pero una vez dada esta noticia, la cuestión ha desaparecido de escena. Sólo existe vacunación de este tipo en casos muy especiales de enfermos de baja capacidad inmunitaria.

La evidencia señala que las habituales subvariantes de ómicron, BA.2, BA.12, BA.1 y BA.2, la BA.4 y la BA.5, escapan de los anticuerpos que neutralizan el virus inducidos tanto por la vacunación como por la infección. Esta característica significa que todas estas variantes y otras que pueden surgir son las que acaban convirtiéndose en dominantes en una especie de círculo vicioso.

A este hecho hay que añadir que según el conocimiento que se tiene en la actualidad, a los 6 meses de la pauta completa sólo queda una efectividad de la 5ª parte, si bien a las personas mayores la bajada es más rápida. La vacunación permite hacer frente con mayor eficacia a las nuevas variantes y activa las células P de memoria generadas inicialmente por la vacuna o infección. Hay argumentos científicos que señalan que suministrar dosis en exceso puede tener efectos perjudiciales, pero cuyos resultados empíricos de los que se dispone, que proceden de Israel, señalan que tiene un efecto moderado para evitar el contagio, ya que proporciona un 30% de protección adicional. Lo que está claro es que en las personas mayores de 60 años mejora la protección contra la enfermedad grave y multiplica por tres el hecho de que ésta no se dé.

En todo caso mientras ésta no se produce se debería ser mucho más prudente y recuperar obligatoriamente el uso de las mascarillas en espacios interiores y limitar los actos masivos de gran densidad donde la inhalación de virus a través de la gente cercana es más posible. En este sentido, los festivales, celebraciones como la Patum, no digamos ya a los San Fermines, revelan una mentalidad contraria a la mínima prudencia sanitaria y a una cuestión muy importante, que son los costes sociales que la enfermedad genera, es decir, los costes que significa que una persona contagie a otra.

Un ejemplo lo muestra con claridad: en Cataluña se dan bajas laborales automáticas de 5 días sin test. Al margen de los engaños que se pueden producir por este mecanismo, lo inapelable es que todas estas bajas generan un coste sobre el sistema productivo y reducen nuestra productividad. Y todo esto ocurre como si no hubiera ninguna consecuencia, simplemente porque no se contabiliza.

En definitiva, vivimos un período confuso por la cobardía de quienes gobiernan, se teme actuar de acuerdo con el riesgo existente, inmersos en un desorden de un carpe diem a lo bestia que tiene como consecuencia la multiplicación del peligro.

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