“La trampa de Tucídides“ es una expresión creada y popularizada por un politólogo norteamericano llamado Graham T. Allison, a través de un artículo periodístico de 2015. Trataba sobre el riesgo de guerra que genera el miedo a perder la hegemonía, “cuando un poder en ascenso rivaliza con un poder dominante, como Atenas desafió a Esparta en la antigua Grecia, o como Alemania lo hizo con Gran Bretaña hace un siglo “.
El concepto fue acuñado para describir un conflicto potencial entre Estados Unidos y China en el siglo XXI
Allison analizó dieciséis casos históricos y concluyó que en trece de ellos las partes entraron en guerra, aunque también señaló aquellos en que se logró mantener la paz y evitar “la trampa”. “Cuando las partes evitaron la guerra, se requirieron enormes y dolorosos ajustes en las actitudes y acciones, no solo por parte del retador sino también del desafiado“.
Allison se basaba en una cita del historiador y militar de la Atenas clásica, Tucídides, contenida en su “Historia de la Guerra del Peloponeso “, en la que se postulaba que “fue el ascenso de Atenas y el miedo que esto infundió en Esparta lo que hizo inevitable la guerra entre ambas“. Empleó el término para describir una tendencia hacia la guerra cuando una potencia emergente (ejemplificada por Atenas) desafía el estatus de una potencia dominante (ejemplificada por Esparta).
cuando la hegemonía de una gran potencia es disputada por una potencia emergente, existe una gran probabilidad de que estalle una guerra entre ambas
Allison ahondó más tarde en este concepto, en su libro titulado Destined to War (2017), en el que sostiene que Estados Unidos y China están “en curso de colisión para la guerra“. Desde entonces el término se emplea para impulsar la teoría de que, cuando la hegemonía de una gran potencia es disputada por una potencia emergente, existe una gran probabilidad de que estalle una guerra entre ambas.
Después de la caída del muro de Berlín en 1989 y la implosión de la URSS y caída del comunismo en 1991, se acabaron la Guerra Fría y un orden mundial bipolar
Estados Unidos quedó como poder hegemónico en el mundo (orden mundial unipolar) y no se veía por ningún lado un poder emergente que pudiera rivalizar con él. Sin embargo, había uno en ciernes, China.
Su proceso rapidísimo de cambio, que le llevó en pocos años a convertirse en “la fábrica del mundo“, empezó en 1978 con su cambio de modelo económico a un capitalismo de estado, dirigido por el pragmático líder Deng Xiao Ping, cuyas consignas principales eran crecer mucho y no hacer ruido.
Estados Unidos y la pax americana se imponían en el mundo prácticamente sin oposición a partir de los años noventa del siglo pasado. Los tiempos precedentes de la presidencia de Reagan en Estados Unidos (1981-1989) y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979-1990) habían significado el triunfo de un mundo ”neoliberal“ y de su acompañante, el llamado “Consenso de Washington“.
Reagan fue el artífice del orden “neoliberal“ y Clinton su ejecutor, hizo más que el primero por la desregulación de la economía. El Consenso de Washington convirtió el orden “neoliberal“ en un proyecto global, muy ligado con el colapso del comunismo.
En aquellos momentos se produjo un gran aumento de poder por parte de las institucionales multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), bajo el control de Washington.
Sus reglas consistían en un conjunto de medidas de política económica aplicadas, por un lado, para hacer frente a la reducción de la tasa de beneficio en los países del Norte tras la crisis económica de los años setenta, y por otro, como salida impuesta por el FMI y el BM a los países del Sur ante el estallido de la crisis de la deuda externa. Todo ello por medio de la condicionalidad macroeconómica vinculada a la financiación concedida por aquellos organismos internacionales.
El Consenso de Washington consistía fundamentalmente en diez puntos, exclusivamente económicos:
1) disciplina fiscal, 2) recorte del gasto público, 3) incremento de la base tributaria, 4) liberalización de las tasas de interés, 5) libre flotación del tipo de cambio, 6) liberalización comercial, 7) liberalización de las importaciones, 8) liberalización de la inversión extranjera directa, 9) privatizaciones, 10) desregulación.
A partir del auge extremadamente rápido de la economía china a partir de 1978, el Consenso de Washington fue progresivamente substituido por el Consenso de Pequín.
Consistía en la diplomacia y el modelo de desarrollo llevado adelante por China, en particular respecto de los países en vías de desarrollo y muy especialmente en lo que concierne a los países africanos.
La línea política china prestaba gran atención a la no injerencia en los asuntos internos de otros países, promoviendo en lo productivo un desarrollo peculiar, “a la china“, basado en infraestructuras y producción, dejando los aspectos cívicos en manos de instancias políticas locales.
Xi Jinping culminaría el proyecto con la creación en 2013 de la “Nueva Ruta de la Seda“, conocida también como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI) o también OBOR (One Belt, One Road), una gran red comercial entre Asia, África y Europa.
Hace tiempo que el primitivo Consenso de Washington ha sido declarado muerto.
El objetivo de Estados Unidos había sido la integración de China en el sistema occidental, especialmente a través de su entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. Al no haberse producido aquella integración deseada, y perdida posteriormente la esperanza de que se produjera, aquel objetivo ha sido reemplazado por un debate centrado en cómo hacer frente directamente al desafío chino, económico, político y militar.
Hoy, a juicio de especialistas, el FMI y el BM ocupan un lugar que califican de “marginalizado“ en la economía global. Quedan muy lejos los tiempos hegemónicos de las instituciones de Bretton Woods de los años noventa del siglo pasado, creadas con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, entre las que destacan las citadas FMI y BM. China ha creado sus propias instituciones, cada día más potentes, a la hora de estar presente en el llamado Sud Global.
Un nuevo Consenso de Washington
Por todo ello, hoy se habla en Estados Unidos de un nuevo Consenso de Washington, que consiste simplemente en cómo parar a China en su auge hacia el status de superpotencia. Esta es una de las escasas cuestiones sobre las que están de acuerdo demócratas y republicanos, en un país políticamente muy polarizado.
El nuevo Consenso de Washington se diferencia del anterior en tres aspectos:
1) Estados Unidos ya no ejerce una hegemonía total incuestionable, 2) el nuevo Consenso es geopolítico, no consiste en instrumentos económicos, se trata de atender a cuestiones de seguridad nacional y sobre todo de contener a China, 3) el nuevo Consenso es pesimista, mientras que el primero era optimista.
Washington ha perdido la fe en el multilateralismo económico y el neoliberalismo ha sido substituido por un nuevo papel del estado más intervencionista en la economía.
El último test consistirá en “cómo se contiene a China y se le hace aceptar de alguna manera un liderazgo global norteamericano“, nuevo orden mundial deseado que algunos colaboradores de la revista norteamericana Foreign Affairs ya califican de “unipolaridad parcial“. Una pregunta clave que ahora se formulan los analistas es: ¿cómo se podrá imponer a China un liderazgo de Estados Unidos basado en unas reglas en las que Estados Unidos han dejado de creer (multilateralismo)?
El corresponsal del Financial Times en Estados Unidos, Edward Luce, acaba de escribir:
“El camino intermedio entre el viejo Consenso de Washington y el nuevo consiste en preservar lo que era bueno del primero, en lugar de tirarlo por la borda. El futuro está por escribir. Ningún poder será su único autor. Pero Estados Unidos tiene todavía mucho que decir sobre si el guion será obscuro (para la humanidad, léase cumplimiento de la trampa de Tucídides) o no“.
Su colega del mismo medio de comunicación, Gideon Rachman, acaba de escribir que en Washington ya es moneda común hablar de una posible guerra entre Estados Unidos y China.
“Mucha gente influyente parece pensar que una guerra entre Estados Unidos y China no solamente es posible, sino probable. La retórica proveniente tanto de Washington como de Pequín es belicosa, y esto es peligroso. Afortunadamente, los profundos lazos económicos entre China y Estados Unidos juegan a favor de parar una guerra e incluso una nueva guerra fría. Los dirigentes clave norteamericanos insisten en que a largo término lo que hay que conseguir es una estabilidad estratégica entre ambas potencias. Parece muy lejos“.
En cuanto se refiere a la UE
A juzgar por las recientes visitas de líderes europeos a Pequín (Olaf Scholz, Pedro Sánchez, Úrsula von der Leyen, Emmanuel Macron) se ha evidenciado que en su seno existen visiones diferentes sobre cómo relacionarse con una China retada por Estados Unidos y, al mismo tiempo, deseosa de mantener buenas relaciones con Europa.
China tiene muy claro lo que se propone.
Políticamente, debilitar la unidad europea ante la guerra de Ucrania. Económicamente, evitar que la UE restrinja su acceso al mercado europeo. En conjunto, aumentar la dependencia europea de China y que Europa se distancie de Washington.
En cambio, no es fácil definir cuáles son los objetivos europeos.
El discurso de Von der Leyen fue duro con China antes y durante su viaje a Pequín. Ella piensa que China es al mismo tiempo un rival sistémico, un competidor económico y un socio estratégico.
Borrell habla de la necesidad de “una reducción de riesgos “al tratar con China.
Macron, por su parte, declaró que Europa no debe ser un “vasallo” ni convertirse en una “seguidora“ de Estados Unidos, contrariamente a lo que opinan los líderes polacos y bálticos. Xi Jinping reaccionó inmediatamente a esta declaración y calificó a Macron de “un auténtico líder europeo“ y “la voz de la razón” más influyente de Europa.
Muchos líderes empresariales europeos son firmes defensores de trabajar y participar en el inmenso mercado interior chino, pero algo está cambiando en sus prácticas operativas.
“Acceso a China“ para las grandes empresas europeas significa, cada vez más, producir dentro de China, como lo hace Volkswagen. El prestigioso comentarista Martin Sandbu acaba de escribir al respecto que “ya es tiempo de que Europa aprenda que lo que es bueno para Volkswagen no es necesariamente bueno para Europa“.
Mientras tanto, los recientes comentarios de Xi Jinping en la Asamblea Popular Nacional (APN) china confirman las ambiciones de Pequín para los próximos cinco años y los retos que plantean para Europa.
Se trata de una nueva “misión de gobierno” para cinco años. Xi tiene ante sí retos sin precedentes: una economía en desaceleración, una población que envejece y un entorno internacional muy cambiante, a veces en detrimento de China.
Pequín ha empezado a avanzar hacia un nuevo modelo económico que prioriza el mercado interior, el mayor del mundo, y las industrias de más valor añadido -“alta tecnología e innovaciones”- para que la economía china sea más autosuficiente y competitiva.
Esto ha quedado patente en estrategias como Made in China 2025 y China Standards 2035. Pequín busca combinar el fortalecimiento interno con la cooperación selectiva con empresas y mercados extranjeros.
el objetivo a largo plazo es conseguir que China sea más autosuficiente
La APN ha decretado que “la seguridad es la base del desarrollo y la estabilidad es el requisito previo para la prosperidad“. Pequín sabe que sus esfuerzos por crear un nuevo paradigma de desarrollo siguen dependiendo en gran medida de la capacidad de China para mantener vínculos económicos con el exterior, aunque el objetivo a largo plazo es conseguir que China sea más autosuficiente.
Los máximos dirigentes chinos quieren reducir la brecha tecnológica que les separa de otras economías avanzadas, sobre todo de Estados Unidos. Xi Jinping quiere que, a pesar de las diferencias políticas, la cooperación pragmática siga siendo factible.
El decoupling (desacoplamiento) propugnado por Estados Unidos pone en peligro la estabilidad, a juicio de Xi. Sus declaraciones en la APN confirman que China no puede desarrollarse aislada del mundo exterior.
Los países europeos seguirán siendo socios cruciales para la China de Xi, pero, a juicio del prestigioso think tank, European Council on Foreign Relations, “cuanto más desunido esté el continente, mejor para Pequín“.
Hoy se habla en Estados Unidos de un nuevo Consenso de Washington, que consiste simplemente en cómo parar a China en su auge hacia el status de superpotencia Share on X