El actual alcalde de Barcelona tiene pies de barro que afectarán a todo su mandato si no hace nada por resolver esta debilidad, que no es otra que la escasa representatividad que tiene en términos de preferencia de los electores barceloneses hacia su persona. Lo apunta el barómetro municipal de junio, que sólo recogía el 18 por ciento de las preferencias de los ciudadanos.
Por tanto, y de entrada, todo lo que haga tendrá una gran mayoría de la población a priori en contra y eso es un problema. Si a este hecho se le añade que con la percepción de la imagen de la ciudad el mismo barómetro señala que para el 58% de los ciudadanos ha empeorado, y que sólo para un 30% ha mejorado, y que Collboni está perfectamente envuelto en esta valoración, primer teniente alcalde que fue del mandato Colau, concluiremos que el nuevo alcalde debe hacer un esfuerzo extraordinario para conectar con la mayoría. Y no parece que los primeros pasos tangibles –otra cosa son las declaraciones- vayan por ahí.
Haber faltado a su compromiso con los vecinos sobre la solución de la Ronda de Sant Antoni al ser alcalde no es un buen comienzo. Y lo que les ofrece para la Mercè como símbolo tampoco le congraciará con la mayoría de los barceloneses. Ni el cartel escogido, del ilustrador Chamo San, ni la persona elegida para hacer el pregón, la escritora marroquí Najat El Achmit, con independencia y sin entrar en juicios sobre su valía profesional, expresan ni con su obra ni con sus actitudes la sentimentalidad de los barceloneses ni de las fiestas mercedarias. Se puede pensar que ambas cosas ya estaban bendecidas de antes y que se las ha encontrado hechas. Es posible, pero en todo caso simbólicamente no le ayudan a ganarse el grueso de Barcelona.
Está claro que las castañas se las juega en hechos más materiales y concretos. Aquellos que señalan a los ciudadanos como más problemáticos: la inseguridad (22,7%), la limpieza (3,2%) y el acceso a la vivienda. Pero es necesario otorgar un valor relativo a este tipo de clasificaciones porque estas perspectivas globales que señalan el “problema más grave de la ciudad” no va bien para registrar los estados de ánimo de los vecinos en los distintos y barrios y distritos. Por ejemplo, la congestión que ahora no aparece como un grave problema lo es para el Eixample y para los accesos a la ciudad. O el turismo que aparece como un problema muy secundario es vital para barrios como la Barceloneta, o la Sagrada Família, por no hablar de Ciutat Vella.
Pero seguramente existen cuestiones de mayor peso para el futuro a medio plazo de la ciudad, lo que exige una acción continuada de todo el mandato, que no salen en las encuestas. Una es el envejecimiento de Barcelona. Es tan importante que las pensiones representan ya la segunda fuente de ingresos en la configuración de la renta. Y éste no es un buen síntoma. Rápidamente, este envejecimiento se multiplicará porque se ha empezado a jubilar la muy numerosa generación del baby boom, al tiempo que los nacimientos decaen y cada vez reposan más sobre hijos de personas que han inmigrado.
Todo esto requiere un análisis atento que habrá que hacer en un futuro porque señala que, a pesar de una dinámica económica de gran progreso técnico, permanece una gran masa creciente de población que depende del turismo y actividades conexas y esto va creando una población dual, una mayoritaria de muy bajos ingresos y otra mucho más reducida de rentas altas y muy altas.
Operaciones urbanísticas como las de Consell de Cent rompiendo la homogeneidad del espacio del Eixample acentúan este proceso de desigualdad en el ámbito territorial porque favorecen una de sus principales manifestaciones, la gentrificación. A todo esto se le añade que Barcelona no tiene capacidad, dado el precio de la vivienda y las condiciones de la ciudad, para acoger a nuevas familias con hijos, y este hecho acentúa el problema.
Hacer frente a todo esto es realmente muy difícil sobre todo si como hasta ahora el gobierno del ayuntamiento de Barcelona sigue viviendo de espaldas a esta realidad que se cierne sobre la ciudad.