Colau y Nissan. No se puede repicar e ir a la procesión

Hay un dicho catalán que afirma que no es posible repicar las campanas y al mismo tiempo participar en la procesión. Es una manera de subrayar que no se pueden mantener dos posiciones diferentes. Y ese es el problema y la responsabilidad de Ada Colau con el drama de Nissan.

Desde el Ayuntamiento han hecho todo lo posible por señalar al vehículo privado como el gran enemigo a batir, hasta el extremo que no hace tantos días que la segunda teniente de alcalde, Janet Sanz, argumentaba que era necesario aprovechar la crisis del sector del automóvil para que no recuperáramos la situación anterior, y esto lo decía en plena crisis, porque hace mucho tiempo que está anunciada, la de Nissan.

Además de las decisiones siempre descarnadas de las grandes multinacionales, ha pesado mucho la frivolidad y falta de capacidad de nuestros gobernantes. Hay que recordar que el pasado mes de enero el presidente Sánchez declaró que el tema de Nissan estaba resuelto.

Pero no hay que ir tan lejos en el tiempo. Ni siquiera hay que retroceder a las recientes declaraciones de la teniente de alcalde. La propia alcaldesa, en una entrevista de La Vanguardia del pasado domingo 24 de mayo, justo cuando estaba en puertas la decisión final de la multinacional japonesa, se abalanzaba una vez más contra el coche y hacía de Barcelona la ciudad bandera contra el vehículo privado. Ciertamente, una enseña nada atractiva para los fabricantes de vehículos. Aseguraba que haría el tranvía «a toda costa» y, por tanto, dejaría colapsada la Diagonal. Ni siquiera le importa que su coste se multiplique porque tenga que rescatar la actual concesionaria privada porque, argumenta la alcaldesa, «no se puede ir con criterios de financiación anteriores a los de la crisis».

La alcaldesa hace una ecuación directa entre la contaminación inaceptable, cuestión en la que tiene toda la razón del mundo, y el vehículo privado. Y prescindiendo de cualquier otra consideración, cree que en Barcelona este medio de transporte está sobrerrepresentado y que hay que reducir su presencia, mejorar el transporte público, cosa siempre recomendable y, por supuesto, la inefable bicicleta, que apenas soporta el 2% los desplazamientos.

Cuando el periodista le argumenta que el transporte público es un foco de mayor peligro por el Covid-19, Colau lo destierra a base de asegurar que hay que evitar aglomeraciones y que la situación será transitoria. ¿Cómo evitar aglomeraciones si al mismo tiempo se quiere reducir el vehículo privado? ¿Cómo evitar el transporte colapsado en horas punta si se reducen los coches? Y sobre la transitoriedad, hay que decir que durará al menos un año y medio. ¿Qué pasará con la economía de la ciudad si en otoño o si en una línea de transporte por congestión se producen rebrotes? ¿Cómo resolverá los problemas ocasionados por las calles donde se ha reducido hasta el absurdo el tráfico de coches?

Todo este montón de contradicciones, fruto de una animadversión irracional, no eran una buena carta de presentación para que Nissan Barcelona fuera una excepción a la reducción de plantas de la multinacional. En lugar de preocuparse tanto de la sobrerrepresentación del coche, si lo que le preocupa realmente es la contaminación, tendría que dirigir el foco no a medidas que aumentarán la congestión del tráfico, sino a actuar sobre el grueso que genera una tercera parte del impacto ambiental y que son los medios de transporte de mercancías en la ciudad y los taxis, racionalizando su actividad y sobre todo incentivando su transformación en vehículos eléctricos.

Colau no es evidentemente la culpable del grave impacto que representa el cierre de Nissan, pero ciertamente ha sido una colaboradora constante y de primera línea para hacer antagónico el nombre de Barcelona y la fabricación de coches.

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