Católicos en Cataluña. Con cifras en mano, no se entiende su insignificancia pública

Los católicos, en particular, y los cristianos, por lo general, lo que creen y proponen está absolutamente desplazado del espacio público-político catalán. Es difícil encontrar una ley, una norma, un discurso que tenga mínimamente en cuenta lo que propone esta creencia. Se podría pensar que este hecho se debe a que constituyen una minoría marginal, tanto cuantitativa como cualitativamente, como puedan significar los cristianos en un país tolerante de cultura musulmana, como Marruecos o Jordania. Pero no es así. Las cifras señalan otra cosa.

Si tomamos como base la última referencia disponible, la encuesta del CEO de la Generalitat de Catalunya sobre valores, constataremos que no es así. Un 42% de la población se declara católico. Si se añaden otros cristianos (protestantes, evangélicos, ortodoxos), la cifra se eleva hasta el 47%, casi la mitad de la población. ¿Puede pensarse cómo serían las leyes si ese guarismo equivaliera al de la población LGBTIQ, que toda sumada ahora apenas llega al 8%, contando que la gran mayoría son bisexuales? La comparación entre estas dos cifras y su traducción en leyes, normas, consideración política, etc. da una idea de la enorme contradicción entre el peso de la población y significación política.

Además, un 37% de los catalanes se considera religioso, y para un 27% Dios es muy importante porque de una escala de 1 a 10, esa es la cifra del conjunto formado por las posiciones 8, 9 y 10, uno 38% afirma creer en Dios, mientras que un 28% «no lo sabe o no contesta». Por tanto, el peso es grande y cualitativamente destacado, porque un 12% asiste con regularidad a misa y hasta un 22% tiene una práctica religiosa bien establecida.

Si se considera que toda esta gente es portadora de una cultura propia que se expresa desde las creencias sobre la naturaleza humana, el sentido del matrimonio, la descendencia, los postulados sociales y económicos, el fin de la vida. ¿debe practicar la política y la democracia, lo que significa una vida realizada, lo que significa hacer una familia y un largo etcétera de cuestiones que afectan a todas las dimensiones personales y colectivas? Es difícil entender cómo éstas no se traducen en una medida tangible en la vida política.

Si a todas estas magnitudes se le añade el hecho de que en cada festividad religiosa se reúnen miles y miles de personas, semana tras semana, para escuchar 15 o 20 minutos de discurso del sacerdote en la misa, si se tiene en cuenta que 1/3 de las escuelas del país se determinan cristianas, si se considera que la mayor fundación de juventud con distancia, Pere Tarrés, pertenece al obispado de Barcelona, ​​si resulta que hay un mínimo de 3 universidades católicas, que dos de las más prestigiosas escuelas de negocios del mundo están vinculadas a instancias católicas, si disponen de una emisora ​​de radio y un semanario y multitud de publicaciones, si hay cientos de asociaciones católicas y más de un millar de centros de culto, si tienen fundaciones para la cultura y sobre todo una acción solidaria estupenda con Cáritas en primer término, pero con muchas más entidades más allá de ella. ¿Cómo es posible tanta incapacidad para imprimir un mínimo sello de lo que ellos piensan que es lo mejor para la vida personal y colectiva? ¿Cómo se explica su silencio a la hora de proyectarse sobre el conjunto de la sociedad, tanto como organización como por transmisión personal boca a boca basada en la firmeza de las mismas convicciones?

Ciertamente, es un gran enigma y además negativo en sus resultados, porque significa que una porción muy grande del país que históricamente ha forjado su cultura y su forma de ser, está ausente de las instituciones y de la vida pública. En su lugar hay un extraño agujero negro, y naturalmente en una sociedad democrática, la dimensión de este gran boquete castiga, no sólo a los católicos, a los cristianos, sino al conjunto de la sociedad, porque pierde el potencial de todo un gran recurso humano.

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