Quitarse el muerto de encima hablando del cambio climático y de los incendios de “nueva generación” es practicar la política del avestruz. Está claro que los veranos son más secos y cálidos, y es evidente que se producen fuegos de gran virulencia.
Pero lo nuevo no es el hecho, sino su frecuencia. Periodos climáticos adversos los ha habido siempre, al igual que grandes incendios forestales. Y sin embargo, los gobiernos catalanes siguen sin una visión clara de la política a seguir, ni de las previsiones a adoptar, ni en la lucha ni en la prevención. Y, relacionada con esta última cuestión —pero con entidad propia—, existe la política forestal absurda que contempla el bosque desde una mirada ecologista-urbanita en lugar de desde la ciencia forestal.
Pero vayamos a palmos.
Ya apunté en marzo del año pasado que el mal crónico de Cataluña es que no tiene una estrategia para el gran incendio. Lo único que se ha hecho —y está muy bien— es dotar de mejores medios y actualizar la estrategia del Foc Verd, de 1987. Fue concebida para afrontar con éxito lo que era el problema número uno: el elevado número de incendios forestales. Sus cimientos eran claros: reducirlos, detectarlos rápidamente e intervenir para que el foco no se convirtiera en frente.
Pero, ¿qué ocurre cuando el incendio ya ha hecho frente? No existe política definida. Lo único que queda es intentar controlarlo y apagarlo. Y entonces comienzan los problemas, porque hasta que no se deja dominar (por el terreno, el viento o la humedad), no se detiene. Por eso, ya llevamos más de 10.000 hectáreas quemadas, la mayoría en dos grandes incendios: el de las proximidades de Els Ports, con unas 3.200 ha (1.500 en el Parque Natural), y el de la Segarra, con casi 6.000 ha. Este último, pese a tener menos impacto sobre el patrimonio forestal (eran campos de cultivo), fue trágico: dos personas murieron. En cambio, el impacto sobre el patrimonio natural del Baix Ebre es mucho más grave.
La perspectiva temporal es clara: Cataluña es la comunidad autónoma con mayor superficie quemada este año. De unas 25.000 ha quemadas en todo el Estado, un 44% han estado en Cataluña, a pesar de no tener la mayor extensión ni registrar las temperaturas más extremas. Algo grave falló en la previsión.
Hay preguntas necesarias: ¿cuáles eran las previsiones probabilísticas respecto a las retículas de mayor riesgo?, ¿qué medidas se tomaron en materia de observación e intervención rápida? ¿Qué estaba previsto para proteger los grandes patrimonios forestales y los parques naturales? La impresión es de dejadez, pero es fácil demostrar lo contrario si se aportan datos concretos.
Un segundo capítulo es el déficit estructural en recursos humanos. Cataluña tiene una dotación ridícula de agentes forestales y, además, mal equipados. También falta personal de bomberos. No es necesario sobredimensionar el cuerpo todo el año, pero el recurso a los bomberos voluntarios debería ser prioritario si se cree que los veranos serán adversos cada año.
La detección del foco es otra área abandonada. Las vigías son insuficientes. Es necesario incorporar tecnología: drones, sensores, IA , además de la observación directa. La recuperación del grupo de Voluntarios Forestales disuelto también debería formar parte de la respuesta.
Y una última consideración. El cuerpo de bomberos es magnífico pero insuficiente. Y, como todo lo humano, puede equivocarse. Es un error confiar en todo el peso de la lucha contra los incendios forestales solo en los bomberos. Son parte importante de la ecuación, pero no la única. Este verano lo evidencia. Pero claro, ¡el consejero o consejera solo mira hacia los bomberos con ojos de “Salvem”!, porque es el único recurso que tiene a mano. Pero Interior no debe ser la pieza decisiva, como tampoco lo fue cuando el éxito del Foc Verd redujo los incendios.
Con los datos del 8 de julio, ya tenemos más hectáreas quemadas que cualquier otro año de este siglo, excepto en el 2012 (15.026 ha). Pero el verano apenas empieza. Es el cuarto peor año desde 1986, año de inicio del Foc Verd. Peor, imposible.
Aún habría que abordar otro aspecto: la desastrosa política forestal de Cataluña, basada en prohibiciones absurdas que confunden el bosque con un parque urbano. Sin ayudas, sin estrategia forestal, sin colaboración público-privada. Los bosques se han convertido en un problema, cuando deberían ser parte de la solución. Necesitamos menos ecologistas de “Consell de Cent” y más gestores e ingenieros forestales.
Quizás Salvador Illa, el de los innumerables planes, podría incluir uno nuevo, antes de que tengamos que asar todo el país.
Cataluña no tiene una estrategia para el gran incendio. Seguimos improvisando mientras el país arde. #EmergenciaClimática #GobiernoResponsable #incendiosCatalunya Compartir en X