En las últimas semanas, la capital administrativa de la Unión Europea ha sufrido un alud de episodios violentos relacionados con el tráfico de drogas, generando gran alarma entre la población local.
En el episodio más mediatizado de la crisis de inseguridad vinculada a las sustancias ilegales que sufre Bruselas, dos individuos se pasearon por la mañana en la estación de metro Clemenceau de Bruselas blandiendo y disparando fusiles de asalto AK-47 (popularmente conocidos como Kaláshnikov) .
Según el fiscal de Bruselas, todos los ataques de las últimas semanas están efectivamente vinculados al tráfico de drogas, tratándose de venganzas entre bandas que se disputan el control de determinados territorios.
Los hechos tuvieron lugar también días después de que Bélgica lograra formar un nuevo gobierno claramente escorado a la derecha, y que cuenta con algunos de los partidos más críticos hacia la falta de actuación decidida contra los delincuentes, como son los nacionalistas flamencos. Y efectivamente, una de las medidas del pacto de coalición es la “tolerancia cero” hacia las actividades de tráfico.
Además, a Bruselas se le suma un problema adicional y es que la ciudad está dividida en municipios, cada uno de los cuales cuenta con su propia fuerza de policía local. El partido socialista francófono PS se ha resistido hasta ahora a entrar en el nuevo gobierno regional de Bruselas aduciendo la participación de los nacionalistas flamencos del N-VA, lo que dificulta el reforzamiento de la lucha contra el tráfico.
La droga que inunda Bruselas proviene del puerto de Amberes, a través del cual entra año tras año una cantidad ingente de cocaína y otros narcóticos, ante la impotencia de las autoridades locales y federales de Bélgica.
Según el alcalde de Saint-Gilles, uno de los municipios que conforman la ciudad de Bruselas, la inseguridad se ha convertido en una de las principales preocupaciones de sus conciudadanos, apuntando que la situación no mejorará si la respuesta no se coordina a nivel nacional.
Los problemas que Bélgica sufre de forma cada vez más acentuada son bien conocidos en los vecinos Países Bajos.
En ambos casos, los ingredientes del drama son similares: grandes puertos de mercancías que constituyen la puerta de entrada de la droga en Europa, y especialmente de la cocaína (Amberes y Rotterdam, respectivamente), una numerosa comunidad inmigrante proveniente sobre todo de África del Norte, cuyos miembros han encontrado en las actividades criminales una fuente ingente de riqueza, y finalmente unos poderes públicos debillitados por las divisiones políticas sin voluntad de reconocer el alcance del problema y todas sus implicaciones.
De hecho, los Países Bajos han acuñado un término muy representativo de estos criminales: la Mocro Mafia, en alusión al país de Marruecos de donde provienen buena parte de sus miembros.
Los problemas que sufren Bélgica y Países Bajos son muy similares al caso de Suecia, donde encontramos patrones idénticos, y cada vez más también a otros países que actúan de puerta de entrada de la droga proveniente de América y África, como España.
