«El cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano». Esta rotunda predicción corresponde a Karl Rahner, uno de los grandes teólogos del siglo XX. Una frase similar (“El siglo XXI será espiritual o no será”) se atribuye, de forma menos pacífica, a André Malraux. Rahner no era precisamente un teólogo conservador. Y Malraux, era un espíritu libre que luchó al lado de la república española y después fue varias veces ministro de Charles de Gaulle. La profecía de ambos se está confirmando como cierta en nuestro siglo XXI.
Rahner lo justificaba así: «Habría que decir que el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro ya no se apoyará en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y la decisión personales».
A pesar de ser Rahner un teólogo de referencia del catolicismo autodenominado «más abierto y avanzado», a menudo los sectores «progresistas» de la iglesia han menospreciado una vivencia más mística o espiritual de la fe cristiana. Podríamos hablar de lo mucho que costó en algunas diócesis catalanas que la jerarquía eclesiástica aceptara los movimientos laicales, que sí tienen una fuerte dimensión espiritual, en contraste con la sequedad con que hoy se vive la fe en la gran mayoría de las parroquias. O de cómo todavía hoy la adoración eucarística es observada con recelo o directamente menospreciada por los sacerdotes “más abiertos y avanzados”.
algunos cristianos, con deseo de crecer en vida interior han terminado buscando sucedáneos fuera del cristianismo
En un tiempo de saturación materialista y consumista, de decepción política y escepticismo ideológico, aumenta la sed de espiritualidad. En la tradición católica existen tesoros de espiritualidad para todos los gustos y tendencias. Pero hace muchas décadas que estos tesoros, por dejadez o intencionadamente, se han ocultado a los fieles. Y algunos cristianos, con deseo de crecer en vida interior, han acabado buscando sucedáneos fuera del cristianismo. Les ha pasado como aquel mendigo que se había pasado la vida mendigando junto a un camino asentado sobre un cofre cerrado, que nunca había abierto. Hasta que un día un viandante le ayudó a abrirlo y se dio cuenta de que dentro estaba lleno de oro y piedras preciosas.
La oración es el corazón de la espiritualidad cristiana. Hace años un cura mayor, amigo mío, un hombre de una gran finura y profundidad teológica, me dijo que todo se empezó a estropear cuando los sacerdotes sustituyeron sus oraciones de la tarde por la televisión. Nadie puede transmitir lo que no vive. El gran Blaise Pascal a mediados del siglo XVII afirmaba en sus «Pensamientos»: «he descubierto que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación». Hoy diría que nuestra desgracia es no saber permanecer una hora seguida sin mirar una pantalla.
una de las cosas más importantes que hoy puede hacer la Iglesia por los cristianos es enseñarnos a rezar
En tiempos de recogida de propuestas por el Sínodo, creo que una de las cosas más importantes que hoy puede hacer la Iglesia por los cristianos es enseñarnos a rezar. Nuestra actual manera de vivir, permanentemente ocupados y distraídos con cosas a menudo banales, no invita a nada. El cardenal Robert Sarah, en su magnífica obra “Dieu ou rien” afirma que “en realidad la oración consiste en callar para escuchar a Dios que nos habla y oir al Espíritu Santo que habla en nosotros” (Rm 8, 16-26 ).
Sarah añade: “Sólo existe fecundidad espiritual en un silencio virginal que no está mezclado con demasiadas palabras y ruido interior. (…) La verdadera oración lleva a algo parecido a la desaparición de nuestro caos personal.” Y recuerda que rezar así no es fácil, jamás lo ha sido. Y que también los grandes santos, como Teresa de Lisieux, han dudado de su propia vida de oración. Sarah añade que lleva tiempo creyendo que la oración sólo puede tomar cuerpo de noche. Así lo hacía Cristo, que pasaba noches enteras orando (Lc 6, 12). Es muy necesario que obispados y parroquias promuevan actividades y espacios donde niños, adolescentes y jóvenes cristianos se encuentren y se les ayude a descubrir el valor del silencio y cómo éste les puede conducir a la verdadera escucha y diálogo con Jesucristo.
Sin embargo, empiezan a haber brotes verdes de renacimiento espiritual. Un par de ejemplos en la ciudad de Girona: la oración que los jóvenes del Movimiento de Schoenstatt organizan una vez al mes los viernes a las 8 de la tarde en la parroquia de Sant Salvador de Horta. O el grupo de Hakuna, jóvenes y mayores que se reúnen cada lunes por la noche en la iglesia del Sagrat Cor a hacer una hora de adoración eucarística, silencio y cantos.
Cuando San Juan María Vianney le preguntó a un humilde labrador qué hacía pasando cada día un rato quieto ante el sagrario de la iglesia de Ars, le contestó: “Yo lo miro y Él me mira”. Así de difícil y así de sencillo. La Cuaresma que acabamos de empezar es una buena oportunidad para hacer abstinencia de móvil y experimentar ratos en silencio para escuchar en nuestro interior “los gemidos inefables del Espíritu” (Rm 8, 27).
Publicado en el Diari de Girona, el 7 de marzo de 2022
Algunos cristianos, con deseo de crecer en vida interior han terminado buscando sucedáneos fuera del cristianismo Share on X