Begoña y el efecto mariposa o el Watergate de Sánchez

En el caso de Begoña Gómez se está produciendo el efecto mariposa, lo que puede dar pie a un verdadero Watergate de Sánchez, título que aún podríamos prolongar, de no ser demasiado largo, en un futuro Waterloo del PSOE.

El efecto mariposa explica cómo pequeños cambios pueden tener consecuencias imprevistas e incluso catastróficas en sistemas complejos. Se dice que el aleteo de una mariposa en California puede provocar un huracán a 3.000 kilómetros de distancia.

Es así porque el caso judicial que le afecta prosigue por el momento, ya que no se ha logrado intimidar al juez ni detener la instrucción desde instancias judiciales superiores. Además, se ha complicado sensiblemente con la presentación de la Universidad Complutense como parte afectada de un nuevo e hipotético delito, y porque tras la no declaración de Gómez, el juez ha imputado al empresario Barrabés, lo que hace que ya haya dos personas investigadas.

Pero ese volar de la mariposa no tendría efectos de futuro tan graves si la oscuridad por la falta de la más mínima explicación por parte de Sánchez y Begoña no hubiera, además, creado un clima de desconfianza. Por mucho que se considere que es un caso hinchado, como argumentan Sánchez y su entorno, es evidente que existen algunos hechos concretos que existen y que merecen una explicación por parte del presidente.

Por ejemplo, las reuniones en la Moncloa de Begoña Gómez para tratar sus masters y su cátedra. Por ejemplo, es necesario aclarar si Sánchez estuvo presente o no . Esclarecer esto y otros aspectos es una obligación por parte del presidente del gobierno que no contradice para nada que se puedan considerar plenamente inocentes. Según esta lógica, cuando te acusan de alguna cuestión que consideras injusta, en lugar de contarlo, lo que tienes que hacer es descalificar a los demás. Naturalmente, bajo este método nada puede funcionar bien.

Si, además, todo esto se mezcla con cartas a la ciudadanía, reflexiones de 5 días, amenazas de retirarse del gobierno o postular unas medidas de regeneración democrática en plena tormenta mediática, todo ello no hace más que multiplicar los efectos del gobierno del vuelo de la mariposa.

Pero es que, además, Sánchez tiene un problema Watergate, como el de Nixon, que consiste en mentir en el ejercicio del cargo, ya que afirmó que nada sabía de las actividades de su mujer, cuando ahora ya es evidente, por las declaraciones de los testigos, que lo conocía sobradamente.

Y todo ello puede derivar en un Waterloo del PSOE. Primero, por la falta de exigencia moral de sus dirigentes hacia Sánchez, insistiendo en que no dé explicación alguna, en lugar de procurar lo contrario, no de manera pública, pero sí en privado. Pero nadie del partido se lo pide. Y esto les hace cómplices de todo.

Si a este hecho se añade el escándalo de las amnistías parciales o totales disfrazadas de sentencia del Tribunal Constitucional sobre el escandaloso caso de los ERE de Andalucía, todo ello sitúa al partido socialista en un deterioro moral que pagará sus consecuencias.

Un deterioro que, por cierto, afecta también a Illa porque, al ser un hombre de confianza de Sánchez, le sitúa en el núcleo del problema. ¿Qué confianza se puede tener en un hipotético presidente de Cataluña que asume la teoría de la “máquina del barro” de Sánchez y la inexistencia de responsabilidades, y por tanto de delito, por parte de los máximos responsables políticos de la Junta de Andalucía? Nadie puede pensar que, cuando se actúa de esta forma, la práctica quedará reducida sólo a estos ámbitos y no se reiterará cuando lo necesite en otros casos.

Si a todo esto se le añade el escándalo de las sentencias del TC con votaciones en las que intervienen jueces que están contaminados porque han estado presentes antes en la materia que juzgan, como ocurrió con la sentencia sobre el aborto y ahora con los ERE. Si le añadimos la circunstancia en la que está el fiscal general del estado, que ha enmascarado su intervención directa en la nota de fiscalía sobre la pareja de Ayuso presentándola como si fuera una cuestión ajena a él, de la que simplemente tuvo conocimiento.

Si todo esto se suma, es fácil concluir que, o bien el país ha perdido todo criterio moral, o que, pese a la apariencia de que no acabe ocurriendo nada a corto plazo, el Watergate y el Waterloo se producirán de forma inexorable.

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