Colau se ha presentado siempre bajo la bandera de un modelo diferente de ciudad, que planteaba un espacio más o menos idílico sin masividad turística, grandes eventos limitados, poca circulación de coches y mucha bicicleta, viviendas al alcance, economía colaborativa, el tranvía como gran «mejora» del transporte público, ningún gran proyecto de ciudad y un papel secundario del área metropolitana. Sobre esto se ha vestido una crítica que, hasta ahora, y ya estamos en su segundo mandato, no ha transformado nada, a pesar de disponer de abundantes recursos económicos al haber heredado una administración saneada. Todo continuó más o menos igual con ligeros retoques que nada cambiaban.
Una circunstancia totalmente imprevista y trágica, el coronavirus, ha situado un escenario muy cercano a lo que Colau predicaba. El turismo ha desaparecido, los grandes eventos, Mobile, Alimentaria, también. La presión sobre la vivienda de alquiler se ha reducido porque los pisos turísticos permanecen vacíos. El coche quedó congelado durante semanas y meses. Los cruceros con los megabarcos ya no llegan al puerto, y Nissan, malévolo fabricante de vehículos, cierra.
La contaminación decayó. Pero de esta situación, que a pesar de la desgracia hacía frotarse las manos a miembros del gobierno, como la teniente de alcalde Janet Sanz, proclamando la necesidad de culminar la crisis del sector del automóvil, no ha emergido nada que pueda significar un nuevo modelo. Lo único que se hace presente más y más es una crisis histórica de ciudad. A estas alturas sólo hay 37 hoteles abiertos en Barcelona, con una ocupación sobre el total de plazas que no supera el 10%. Y es que la desaparición de 9 millones de turistas se hará notar y mucho. De ellos dependía directamente el 12% del PIB de la ciudad y una cifra mayor a través de las relaciones, las demandas entre sectores, con una afectación que no se limitará sólo a Barcelona, sino que incidirá sobre el conjunto de Cataluña. Y al menos 90.000 puestos de trabajo dependían de esta circunstancia. Nada los sustituirá.
Barcelona, el Ayuntamiento y los medios de comunicación más proclives a hacer de «palmeros» proclamaban el 20 de noviembre, con motivo de la celebración del Smart City Expo World Congress, que Barcelona lideraba la revolución europea en movilidad urbana y que se convertía en un referente de ciudad inteligente. La realidad es que esta inteligencia ha consistido en cortar o reducir el tráfico de una serie de calles y pintar rayas amarillas en el suelo. No se puede decir que sea mucho.
También en noviembre del año pasado el primer teniente de alcalde Jaume Collboni firmaba una alianza con la polémica empresa china Huawei, acusada de ser el caballo de Troya del régimen chino, un acuerdo para crear un centro de I+D en la ciudad. Pero la otra cara de la moneda señala que cada día se ven más letreros de tiendas que se alquilan en Barcelona, y que el área central de la ciudad y en particular el comercio del barrio gótico vive una crisis extraordinaria que amenaza con la desertización de esta zona de la ciudad que, de producirse, significaría su degradación y la formación de un gran slum central. Ya sucedió hace muchos años cuando el mercado central de frutas y verduras fue trasladado del Born a Mercabarna y todo aquel entorno se fue degradando. Un proceso que sólo se superó por la fuerte inyección del turismo. Ahora nos podría suceder algo parecido a una escala mucho mayor.
Ante esta histórica situación no se ve en el ayuntamiento, más allá de declaraciones y reuniones, un modelo nítido que pueda representar una alternativa a tanta destrucción económica.
Colau no ha transformado nada, a pesar de disponer de abundantes recursos económicos al haber heredado una administración saneada Share on XMás información sobre el coronavirus en ESPECIAL CORONAVIRUS