La estabilidad y predictibilidad en las que la legitimidad de la Unión Europea se basa como bloque económico acaban de recibir un durísimo golpe.
Después de que el Parlamento Europeo anunciara solemnemente en junio de 2022 la prohibición de vender coches nuevos con motores de combustión interna a partir de 2035, Alemania ha declarado oponerse, cogiendo por sorpresa a los legisladores europeos y a la gran mayoría de la opinión pública.
En concreto, Alemania ha anunciado, a través del ministro de transportes Volker Wissing (miembro del partido liberal y por tanto del ala pro-empresarial del gobierno tripartito del canciller Olaf Scholz), que retiraría su apoyo a la medida a no ser que la Comisión Europea presentara al mismo tiempo un plan para los combustibles sintéticos después de 2035.
Alemania no es el primer Estado Miembro de la UE que se opone formalmente a la prohibición de 2035, ya que otro país de primer rango como es Italia también había expresado su rechazo para proteger su industria del automóvil. No sólo para proteger a los ciudadanos con menor poder adquisitivo, sino también y especialmente para poder seguir desarrollando los vehículos de lujo y competición en los que el país transalpino sobresale.
Ahora, la lógica aplicada por los alemanes va en la misma dirección: son los líderes mundiales en tecnologías de combustión interna y tienen un gran interés en desarrollar motores y combustibles sintéticos capaces de funcionar sin generar emisiones contaminantes, o incluso -atención- capturándolas de la atmósfera.
Una línea de investigación, por cierto, que como explica el periodista del motor y divulgador científico Juan Francisco Calero, es tanto o incluso más prometedora que la de las baterías eléctricas de bajo coste, donde los actores chinos ejercen un liderazgo mundial incontestable.
Otros países, como Polonia, Hungría y Bulgaria, también habían anunciado ser contrarios a la prohibición europea. Así pues, en teoría las posibilidades de veto que podían acabar con la medida eran ya elevadas antes de que Alemania cambiara su posicionamiento.
Sin embargo, el hecho de que la principal potencia europea declare públicamente su rechazo a la prohibición de los motores de combustión interna deja el plan en una situación de muerte prácticamente asegurada.
Una buena noticia, pero con un elevado coste
El anuncio alemán es en sí mismo una buena noticia, ya que como Converses expuso en su momento, la medida corría el riesgo de imponer unos costes económicos inalcanzables tanto para los industriales como para los consumidores europeos a cambio de un impacto medioambiental irrisorio, y que incluso podría convertirse en contra-productivo dependiendo de cuáles y cómo se obtuvieran las materias primas necesarias para la producción de vehículos eléctricos.
El problema es que las idas y venidas de la Comisión Europea, pero también de los distintos gobiernos de los países europeos, han vuelto a demostrar que carecen completamente de visión estratégica. Y, por cierto, lo mismo que está sucediendo con la industria del automóvil podría aplicarse en otros ámbitos, como en el de la independencia energética .
Peor aún, ha quedado manifiesto que los decisores europeos carecen de las informaciones técnicas clave para tomar medidas trascendentales para el conjunto de la economía y sociedad europeas; o lo que sería el colmo, simplemente ignoran los argumentos racionales anteponiendo un ecologismo ideológico sin ningún fundamento científico.
Un apunte final: a diferencia de Alemania, Italia y los demás países, Pedro Sánchez (el gobierno de España está dividido internamente al respecto) no se ha pronunciado en contra de la prohibición de 2035, pese a la evidencia manifiesta que supone un durísimo golpe para la industria automovilística española.