Señalaba la importancia de la productividad en la primera parte de este artículo, pero apuntaba que resulta mucho menos tratada otra cuestión decisiva. La de los efectos de la dinámica de población, como causa de nuestras dificultades para aproximarnos y alcanzar al PIB per cápita europeo.
Es una obviedad afirmar que la población española envejece a pasos acelerados, pero ya no lo es tanto recordar que la causa principal de este hecho radica en la baja natalidad (66%) y mucho menos en el aumento de la esperanza de vida (33%). Desde 2015 mueren más personas que nacen y, por tanto, nuestro saldo vegetativo es negativo, circunstancia que compensamos con la inmigración que permite que la población total no solo no se reduzca sino que aumente.
Este flujo inmigratorio posee tres características. Su peso es ya considerable en distintos lugares. En Barcelona ya supera el 27%, y debe bordear el 30% considerando los inmigrantes no registrados en el padrón. Crece más deprisa por las nuevas llegadas y por los hijos nacidos aquí en primera generación, y que en gran medida reproducen características de la población paterna. Y una tercera consideración decisiva, su productividad es significativamente menor que la de los autóctonos, bien porque su capital humano en términos de años de estudio e inversión en conocimientos en sus países de origen es menor, y esta es la causa más general, o bien, porque a causa de su menor capital social y dificultades burocráticas, se ven forzados a trabajar en sectores de baja productividad.
España está atrapada en una relación negativa de difícil salida, claramente visible. Creamos puestos de trabajo, algo de lo que el gobierno con razón se vanagloria, pero el PIB no crece en la misma proporción, lo que significa que la productividad decrece, y de esta manera la distancia con Europa no se reduce.
Los nuevos ocupados, mayoritariamente recién llegados al país, se desempeñan en trabajos de bajo valor elegido, y además se acompañan de un número de pasivos, bien porque acuden con toda la familia, o porque no encuentran trabajo, o se ocupan en la economía informal. El resultado final es que la renta per cápita final no aumenta o lo hace en escasa medida. Y este es el vector dinámico de nuestra población.
El problema se acrecienta por los pésimos resultados de nuestro sistema educativo, que hace que los hijos de estas personas, nacidos aquí o llegados a edades muy tempranas no consiguen superar mucho la situación de sus padres. Si a ello se le añade que la población de menores en riego de pobreza, muy elevada en España, lo es todavía más en esta población recién llegada, el resultado es una población que crece en número y ancla con un signo decreciente la productividad.
Veamos la componente autóctona. He apuntado antes la notable combinación de envejecimiento, balance vegetativo negativo y elevada inmigración de una ciudad como Barcelona, de un notable dinamismo económico. Pero si observamos sus tripas económicas encontramos rasgos llamativos: en el año 2000 el PIB de la ciudad con relación a España significaba el 10,4%. Diecinueve años más tarde se ha reducido hasta el 7%. ¿Por qué? Una parte de la explicación ya ha sido dada: el peso creciente de la inmigración. A finales del siglo pasado los residentes en Barcelona se situaban en torno al 4%, su aportación económica era marginal. Hoy ya hemos visto que se acerca al 30% y esto empuja hacia abajo la renta per cápita.
Pero hay la otra parte, la población autóctona, de mayor productividad, pero… afectada por el envejecimiento, y esto significa tres cosas. La más importante: la población que se jubila registra automáticamente una caída de sus ingresos, que todavía se acentúa más a partir de los 75 años.
La segunda cuestión afecta a la relación entre edad y productividad en edad activa. La creatividad se concentra especialmente en la población de menos de 40 años. La máxima productividad se sitúa entre los 30 a 40 años con desplazamiento posible según actividad de (+) 4 a 10 años. Los ingresos máximos se obtienen entre los 45 a los 55 años, con lo cual se da un desplazamiento de la curva en relación con la productividad. Según el INE, la media de edad de la población española en 2022 es de 45 años y la de los extranjeros es de 37,1 años, mientras que la de los nacidos en España es de 46,1 años. Esta cifra se ha incrementado en 14,6 años desde 1975.
Globalmente considerada la población autóctona ya ha empezado a salir del periodo de máxima productividad, si bien se encuentra en su escala vital en el máximo ingreso. Ambas cuestiones nos castigarán más con el paso del tiempo, mientras que la población nacida fuera, si bien está en un periodo teórico de máxima productividad por edad, ocupa puestos de trabajo de escaso valor añadido, que no traducen aquel principio teórico a la práctica.
Toda esta cuestión, sobre todo de la baja natalidad, nos ayudaría también a entender mejor por qué crece la desigualdad, siguiendo las aportaciones de Piketty, pero este ya es otro tema.
Terminemos con la población autóctona que envejece:
Un estudio reciente de FEDEA “Hacienda Pública y demografía: impacto distributivo de impuestos y prestaciones en los hogares agrupados por edades” de Julio López Laborda, Carmen Marín González y Jorge Onrubia de mayo de 2023, permite establecer en relación con los hogares españoles, la caída de renta que se produce a partir de los 65 años. Concretamente:
Considerado en su conjunto, las rentas de la población española decrecen en la medida que aumente la proporción de hogares de mayores de 65 años y sobre todo de 75.
Pero además lo hacen de forma distinta según sea el quintil de partida. Si observamos los datos de FEDEA, la evolución con la edad de cada quintil constata que la caída de renta partir de la jubilación aumenta sobre todo en los situados en el primer (el de más bajos ingresos) y cuarto quintil. La caída es menor en el tercero, y más moderada en el segundo y sobre todo quinto (el de máximos ingresos), seguramente porque es el que dispone de mayores ingresos procedentes de rentas del capital, porque su acumulación ha sido mayor.
Pensar que la grave crisis de natalidad se resuelve con la inmigración es una tontería o un sesgo ideológico de quienes ven un signo reaccionario en la natalidad y las condiciones que le son necesarias para que mejore. El resultado en todo caso nos empobrece y nos aleja de Europa. Como puede observarse en el caso de Barcelona, se va configurando una población dual.
- Una autóctona, con un creciente peso de la jubilación y una correlativa pérdida de productividad y renta fruto del envejecimiento.
- Por otra parte, una población nacida en el extranjero y buena parte de su primera generación nacida aquí, que detenta una baja productividad.
Ambos factores empujan a la baja renta per cápita futura por muchos puestos trabajo que se creen. Con el añadido de que esta dinámica de población favorece el crecimiento de la desigualdad y aumenta las dificultades para el equilibrio de la Seguridad Social, porque los menores salarios de quienes están en edad de trabajar de origen inmigratorio no compensan las elevadas pensiones de los autóctonos.