La catástrofe que anda: España y Europa en descomposición

Ser realista hoy significa abandonar la confortable sombra del autoengaño. Ni pesimismo ni optimismo: solo la sobriedad moral de quien reconoce que la realidad ha entrado en una fase catastrófica. La evidencia no se discute; se asume.

España, y Cataluña con una tonalidad aún más aguda, se mueven en una inmensa crisis incubada durante décadas. Francia la vive. El Reino Unido la sufre. Y en buena parte de Europa, desgraciadamente, está presente.

La Unión Europea, esa arquitectura que debía ser la síntesis de las soberanías, es hoy una estructura fracturada. No podía ser de otra forma: la cultura de la desvinculación —personal, familiar, económica, institucional— es la hegemonía moral del continente. Europa sin lazos produce, inevitablemente, un futuro sin cohesión.

Pero la crisis no es abstracta. Tiene cuerpo, cifras y heridas.

El seísmo de la vivienda y la inflación acumulada

La inflación —este rocío constante que cada año devora un poco más el poder adquisitivo— es un fenómeno acumulativo: el 3% de hoy es un 3% sobre el 5% de ayer, que al mismo tiempo era un 6% del mes anterior. La vivienda, que siempre actúa como la caja negra del país, creció en España en el 2024 un 8,5%, más del doble que la media europea.

Esto revela dos verdades:

  1. Que Europa también se encarece notablemente.
  2. Que España lo hace más sobre un subsuelo ya resquebrajado.

Hoy una hipoteca representa más del 70% del salario real de un joven de entre 16 y 24 años. La cuota media es de 800,5 euros; el salario bruto, de 1.372,8. Son cifras que no describen una dificultad, sino una condena estructural: la imposibilidad material de construir una vida.

Un estado gigantesco, endeudado y caro

España necesita cada año más dinero. Los recauda. Los incrementa con inflación. Pero al mismo tiempo se endeuda. Y el interés de la deuda pública es hoy uno de los mayores apartados de los presupuestos. Esta maquinaria tiene un coste añadido: los llamados costes de transacción, es decir, lo que cuesta gestionar lo que el Estado dice que hace.

El aumento salarial pactado por los funcionarios -11,5% en cuatro años-, en un país donde el salario público ya es muy superior al privado, consolida una inercia histórica: el Estado como primera empresa del país, y el ciudadano como contribuyente agotado.

El Salario Medio Mensual Bruto (2023/2024) del sector Público 3.000 € – 3.232 € al mes. 42.000 € – 45.248 al año. En el sector Privado 2.182 € al mes. 30.548 € al año. La diferencia: Más de 800 € – 1.000 € al mes. Más de 11.000 € al año. Con una ventaja añadida para los que son funcionarios: no pueden ser despedidos.

Todo esto, además, ocurre en una sociedad envejecida. La OCDE lo ha expresado con una franqueza que aquí se considera casi ofensiva: el sistema de pensiones es insostenible. Y la factura sanitaria, sobre todo la farmacéutica y la relativa a los enfermos crónicos, crece como una ola que no retrocede.

La presión de la inmigración masiva

España y Cataluña han incorporado, en poquísimos años, a millones de personas de baja productividad. Esta masa demográfica incide en todo:
– encarece la vivienda,
-presiona los salarios a la baja,
– satura la sanidad,
– desajusta la educación,
– y genera tensiones políticas cada vez más visibles.

En el caso catalán, pasar de 6 a 8 millones de habitantes sin aumentar en proporción el gasto en servicios es un error tan monumental que solo la voluntad de ignorar la realidad puede explicar su persistencia.

En Cataluña, la AP-7 ejemplifica hoy el mal gobierno: un corredor vital convertido en un túnel de tráfico lento, peligroso, improductivo. Cercanías son la expresión cotidiana de la impotencia: retrasos, averías, promesas vacías. Todo esto tiene un coste en productividad que no se refleja en ningún titular, pero que erosiona silenciosamente a un país al que le han saltado las costuras.

Europa y la deriva bélica

Más allá de nuestras fronteras, Europa se apresura hacia una lógica bélica que recuerda, inquietantemente, los grandes errores del siglo XX. Se pide un esfuerzo militar para prepararnos para una guerra con Rusia, una potencia que, económicamente, es inferior a Italia. Es una retórica sin brújula.

El único que ha dicho una verdad adulta es António Costa:

«Debemos dar espacio a Trump para que pueda tener éxito en Ucrania.»

Es una frase que dice mucho más de lo que parece: Europa necesita estrategia, no liturgia.

El Estado español sin gobierno ni gobernabilidad

En España vivimos con una crisis institucional que se ha convertido en crisis de Estado: los tres poderes se enfrentan entre sí como si fueran facciones rivales. El Gobierno Sánchez, atrapado en una sucesión interminable de casos de corrupción, ya no gobierna: se mantiene. Gobierna para seguir gobernando.

No existen presupuestos. No existe mayoría. Existe un presupuesto prorrogado de una legislatura anterior. Existe un Estado que incumple plazos con la Unión Europea. Y hay un presidente que dedica su energía, no a resolver la crisis, sino a contener los fuegos que él mismo ha encendido.

La democracia reducida a un ritual

Los partidos, todos, olvidaron que la democracia no es un dogma, sino un método. Su valor procede de la eficacia. Y esa eficacia ha desaparecido. La democracia española es hoy una máquina sin dirección que genera solo ruido, propaganda y frustración.

La realidad es dura, pero más duro es negarla: Estamos en una catástrofe que se disimula con anuncios color pastel y promesas que no pueden cumplirse.

El Estado crece, se endeuda y encarece la vida de todos: es una máquina que se come el país Compartir en X

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