Consideración de Cataluña (4) Demografía y pobreza: el obstáculo estructural que castiga a Cataluña

Cuando Josep Anton Vandellós i Solà publica Catalunya, poble decadent (1935), Ramon d’Abadal escribía que la obra debería haber caído sobre nuestro país como una bomba, pero que cayó como una “hoja muerta”. No por culpa del autor, que lo había lanzado con fuerza, sino por la sordera inveterada de los catalanes. Y añadía: «parece que el problema que este interrogante plantea al catalanismo es importante». Se refería al bajón demográfico.

¿Y qué? ¿Qué han opinado los políticos? ¿Qué han propuesto para solucionarlo? La respuesta siempre ha sido pobre. Pero esta pobreza no es la misma en tiempos en que la Generalitat —e incluso los estados europeos en general— no se ocupaban de políticas familiares, como en la actualidad, cuando son ya un elemento central de gobierno. La indiferencia, cuando no la posición adversa, ha sido la tónica. No es que no hayamos avanzado desde la dejadez que apuntaba d’Abadal en 1936: es que la situación se ha agravado y multiplicado. Ahora convivimos con una fecundidad de derribo, inmigración masiva que ve al catalán como un elemento lejano, y un aborto masivo que entonces no existía.

El propio Abadal escribía:

«Seguir la historia de Cataluña es desgranar un rosario de adversidades y caídas. No falta en el pueblo catalán un fuerte espíritu nacional, ni una voluntad de vivir y de realizar ese espíritu. Pero todos los esfuerzos que hace Cataluña para librarse de los hados adversos se estrellan contra un obstáculo… ¿Cuál es ese obstáculo? ¿Cuál es la causa del fracaso permanente? No sabríamos contentarnos con la cómoda explicación de una fatalidad adversa; las desgracias en este mundo son accidentes ocasionales. Cuando la desgracia toma forma endémica, entonces es necesario pensar en la existencia de un defecto orgánico».

Abadal criticaba también a Soldevila por exagerar la importancia de la anécdota y recuerda que dinastías extranjeras han reinado en muchas naciones sin desencadenar los fracasos de Cataluña. Los factores personales tienen importancia, pero no pueden desviar por sí solos las trayectorias seculares: se necesitan debilidades estructurales. Y él señala la más clara: Cataluña siempre ha sido un pueblo pequeño, flanqueado por dos potencias expansivas, Castilla y Francia. Y esa pequeñez y cómo remediarlo y actuar en consonancia con ella, ha sido uno de los grandes déficits políticos catalanes con excepciones; aquellas que han optado por hacer una Cataluña fuerte sin conflicto con España.

La debilidad demográfica de Cataluña explica las dificultades de la reconquista: se necesitaron generaciones para llegar a Lleida, Tortosa o Mequinenza. Mallorca y Valencia ya no pudieron conquistarse sin el apoyo aragonés. Y en Murcia, Cataluña llegó exhausta, cediendo el territorio a Castilla. La debilidad demográfica era tan grave que a finales del siglo XV, en los momentos decisivos, la Cataluña estricta no alcanzaba los 300.000 habitantes, frente a una Castilla con siete millones.

El déficit demográfico ha sido una debilidad secular. Cataluña ha sido un pueblo pobre, con poca fertilidad agrícola y deficiencia de cereales. Ha compensado esta carencia con actividades artificiales: comercio, industria, exportación. Pero nunca ha podido sostener un crecimiento autónomo. Vandellós y Solà ya señalaba que entre 1911 y 1930, el aumento poblacional fue de 177.500 catalanes y 529.000 inmigrantes. La crisis es antigua, pero la insensibilidad frente a ella sigue. Nos extinguiremos: se perderá la cadena de vida que hace de la memoria histórica una vivencia familiar y colectiva.

Ni cuando la pobreza se atenúa y el estado del bienestar se inicia, nada se hace para combatir la débil natalidad ni para apoyar a la familia estable. Jordi Pujol dedicó más atención, sobre todo a la inmigración y solo parcialmente a la natalidad, pero nunca lo consideró un problema estructural.

Y la progresía —hegemónica culturalmente desde los años setenta, y, por tanto, también políticamente— remata el trabajo: favorece todo lo contrario a la familia y a la natalidad, tanto en la cultura como en la política. Su ideología se ha impuesto dentro del socialismo y ha colonizado el nacionalismo y el independentismo, que ignoran el factor vital. Unos porque no le entienden, otros porque no quieren.

Mi crítica no está en la socialdemocracia como tal. Basta con ver a Dinamarca, un país pequeño, independiente, donde la socialdemocracia dominante aplica políticas familiares y migratorias que nada tienen que ver con el progresismo español y catalán. Si las políticas danesas se defendieran aquí, serían tildadas de extrema derecha. Pero en Dinamarca son socialdemócratas. En 2022, Dinamarca tenía una tasa de fecundidad de 1,55 hijos por mujer; España, en 2023, bajaba a 1,19 (mínimo desde 1941); y Cataluña, en 2024, a un histórico 1,08. En cuanto al aborto, Dinamarca tiene 16,53 por cada 1.000 mujeres, España 16,52, y Cataluña roza los 18.

La realidad está clara: familia más natalidad es igual a tradición más futuro. Sin esto no hay lengua, ni cultura, ni nación. La transmisión familiar es insustituible. Y si históricamente la debilidad de Cataluña ha sido la demografía, nada es más suicida que ignorarla hoy. ¿Qué coherencia hay en reclamar la independencia mientras se ignora que la baja natalidad nos condena a desaparecer como pueblo?

Dinamarca tiene políticas sociales que aquí tildarían de extrema derecha. Pero allí son socialdemócratas Compartir en X

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