En primer término, cabe señalar la responsabilidad de la progresía postmoderna y del Partido Socialista en el deterioro de las fuerzas básicas y necesarias que han hecho y hacen Cataluña: la tradición, las fuentes culturales, la lengua, la familia y el capital social. También el catolicismo y la Iglesia. Esta consideración puede parecer injusta o exagerada, porque las fuerzas que políticamente chocan de forma más abierta con la afirmación política catalana han procedido sobre todo de la derecha española. Pero esta constatación es insuficiente, epidérmica, no penetra en la profundidad de los hechos.
Las fuerzas abiertamente contrarias al catalanismo nunca nos han destruido como pueblo. No lo hicieron los Borbones, ni lo logró el franquismo, y es difícil encontrar en la historia respuestas tan duras y prolongadas como estas.
Al contrario, a menudo estas adversidades nos han reforzado como comunidad. Ciertamente, nos han hecho retroceder en el ámbito material y lingüístico, pero no han afectado de forma determinante a nuestra sustancia. Porque su ataque siempre ha venido desde fuera, desde la superficie del hecho político.
¿Quiere mayor represión que la de Felipe V? ¿Quiere más dureza que la del franquismo, sobre todo en los años más oscuros?
En ambos casos, Cataluña resurgió con mayor fuerza, incluso con un dinamismo cultural que sorprende. No es casual que Joan Triadú calificara el siglo XX como el «siglo de oro» de la cultura catalana, a pesar de haber atravesado de lleno la dictadura. En su libro «Memorias de un Siglo de Oro», Triadú considera el siglo XX como uno de los mejores, de ahí el título por la cultura catalana. A pesar del intento franquista de homogeneización cultural y otras adversidades que ha sufrido el país en este período, el resultado ha sido totalmente opuesto.
Las acciones de aquellos regímenes se concentraban en limitar el autogobierno y en reprimir la lengua, pero no lograron aniquilar la vitalidad de la sociedad civil catalana, fundamentada en las familias, las asociaciones y la transmisión cultural.
La derecha española, además, si bien ha facilitado siempre que ha podido la inmigración, no ha sido capaz de trabajarla a fondo, por lo que la catalanidad ha podido actuar y arraigar. No ha alterado de forma decisiva a la familia ni al capital social, y tampoco ha combatido el hecho religioso, ni su tradición cultural. Es una oposición que puede agravar dificultades, pero que no toca el núcleo que hace posible Cataluña. Considerad el cambio: cuando el franquismo más profundo y censor y una inmigración grande, el catalán era la lengua de las familias catalanas y del progreso social. Hoy es percibido y mal considerado como una «asignatura» escolar.
Sin embargo, el verdadero peligro proviene de dentro: la insidia que destruye las infraestructuras sociales y culturales que sostienen nuestra existencia.
La progresía y el socialismo han actuado sistemáticamente contra nuestras fuentes culturales -tan vinculadas a la experiencia cristiana-, contra la existencia de familias sólidas y numerosas, contra una moralidad que enlaza tradición, cultura y capital social, con el hilo conductor de nuestra romanidad cristiana (Ramon d’Abadal dixit). Han menospreciado y degradado las instituciones que transmiten lengua y cultura, que las dotan de calidad y las hacen atractivas para los recién llegados, mostrándolas como caminos de promoción e integración dentro de Cataluña. Todo lo que nos ha hecho persistir como pueblo es hoy objeto de su crítica, su desprecio y su erosión.
Han hecho bandera de la falta de hijos y hoy las familias catalanohablantes ni siquiera llegan a una fertilidad de un hijo por mujer. Ha incidido así sobre el punto débil histórico del pueblo catalán: su débil demografía. Hoy el aborto establecido como derecho -¿desde cuándo el que cuida el dependiente tiene derecho a reclamar su vida?- nos destruye, y el feminismo del enfrentamiento y la cultura LGTBIQ vuelve más difícil y frágil el emparejamiento estable entre hombres y mujeres. Así, acentúa nuestra debilidad histórica.
¿Pueden defender todo esto? ¡Por supuesto, si es la doctrina oficial y hegemónica! Pero que sepamos todos que entonces estamos actuando contra la continuidad de Cataluña como pueblo, y las proclamas sobre el autogobierno o la independencia, son humo, retórica sin sentido; la peor en política.
Felipe V y Franco no lograron destruir Catalunya. Pero hoy nuestra debilidad nace de la familia frágil, la lengua debilitada y la fe menospreciada. #CulturaCatalana #Catalunya Compartir en X