Barcelona: ¿ciudad escenario o ciudad para vivir?

Barcelona no es hoy una buena ciudad para que vivan los barceloneses. Hace muchos años que el gobierno municipal ha apostado por el camino del espectáculo —de la ciudad-escenario— para obtener réditos políticos, cabe decir que le ha funcionado bastante bien. Ésta ha sido la línea habitual de los gobiernos socialistas, probablemente reflejados por el éxito incontestable de los Juegos Olímpicos del 92.

Pocas excepciones ha habido: quizás el breve período del gobierno de Trias —solo cuatro años— y, en parte, la etapa de Ada Colau, que a pesar de presentarse como una alternativa, acabó atrapada en la misma inercia.

Jaume Collboni representa hoy una síntesis no muy afortunada de esta política: espectáculo sin ciudad, promoción sin proyecto de vida urbana, y continuidad de los errores de Colau -como los ejes verdes mal planteados o la penalización sistemática del vehículo privado- sin corrección estructural alguna.

Pero los problemas de Barcelona son más profundos. Tres grandes vectores están destruyendo la calidad de vida de los ciudadanos reales.

Primero

El primero es suficientemente conocido: el turismo masivo e invasivo. Ciertamente, es una fuente de ingresos para determinados sectores, pero comporta una desestructuración general del modelo urbano. Barcelona recibió 18,6 millones de pernoctaciones internacionales en 2023, consolidándose como uno de los destinos más visitados de Europa. Esta afluencia masiva ha provocado una creciente presión sobre los servicios públicos y el mercado de la vivienda, contribuyendo a la expulsión de residentes locales de los barrios más céntricos.

Segundo

El segundo factor es la inmigración masiva. Según datos del Ayuntamiento de Barcelona, ​​en 2024, el 25,4% de los residentes tenía nacionalidad extranjera, y más del 33% habían nacido en el extranjero. Esta diversidad ha enriquecido a la ciudad culturalmente, pero también ha generado desafíos en términos de integración y cohesión social. El impacto de este cambio es considerable en muchos ámbitos: desde la presión sobre los servicios públicos hasta la pérdida progresiva de la lengua y la cultura catalanas. Además, la combinación entre turismo masivo e inmigración ha llevado al desarrollo de un tejido económico de muy baja productividad. Barcelona, ​​a excepción de Atenas, es la gran capital europea con una peor relación entre producción y trabajo.

Tercero

El tercer vector de deterioro es la persistencia de una concepción política basada en la ocupación constante del espacio urbano con eventos que impiden el normal desarrollo de la ciudad. Que la Vuelta Ciclista Femenina a España ocupe la Diagonal, el eje vertebrador de la ciudad, es un ejemplo paradigmático de una mentalidad populista y provinciana. Lo que necesita Barcelona no es más espectáculo, sino mayor calidad de vida para sus residentes.

A todo esto hay que sumarle un cuarto elemento: los expats y la gentrificación. Aprovechando la posibilidad de trabajar en remoto, muchos extranjeros se instalan en Barcelona. Esto, hecho de forma masiva, transforma completamente los barrios: incrementa el nivel de renta, sí, pero a la vez expulsa a los vecinos de siempre, destruye el comercio local y lo sustituye por un tejido cosmopolita, uniforme y desvinculado del sitio.

Este fenómeno ya se ha vivido en la manzana verde del Mercado de Sant Antoni, sin que el Ayuntamiento pusiera ningún remedio, y se repite ahora en el eje verde de la calle Consell de Cent. La creciente presencia de expatriados de países con PIB per cápita superior al de España ha aumentado significativamente, representando más del 5% de la población total de Barcelona en 2024. Esta dinámica ha contribuido al encarecimiento de la vivienda y a la transformación del tejido comercial local, especialmente en barrios como el Eixample y Ciutat Vella. Son cambios que, teóricamente, mejoran la ciudad pero no mejoran la vida de los residentes reales.

La paradoja es flagrante: la masiva contratación vinculada al turismo y servicios, la inmigración y los expats aumentan las cifras globales de renta, pero se trata de un espejismo. Por un lado, porque la renta per cápita de los inmigrantes es muy baja debido a su presencia en sectores poco calificados. Por otro, porque la renta de los expats apenas repercute en el tejido comercial ni social de la ciudad.

Esta doble dinámica genera un desequilibrio interno. Por una parte, una proporción muy elevada de extranjeros con bajos ingresos. Por otro lado, un núcleo más reducido de extranjeros con rentas muy altas. En medio, una población autóctona cada vez más envejecida, empobrecida y dependiente. El coste de la vivienda, por sí solo, ya expulsa a sus familias jóvenes, tanto las que se podrían formar como las que podrían venir del resto del país para hacer de Barcelona su hogar.

El resultado es una ciudad cada vez más invivible para sus propios habitantes, que pierde la conciencia de ciudad y se rompe en grupos segregados, con perfiles cada vez más tribales: comunidades que conviven, pero no comparten nada, que no hablan la misma lengua, ni tienen vínculos sociales ni comerciales entre sí.

Una de las grandes víctimas de este proceso es la lengua y cultura catalanas. Barcelona, ​​que debería ser el gran motor de su normalización, ha dejado de serlo. Hoy vivir y trabajar en la capital del país solo en catalán es casi una quimera.

El mercado de la vivienda en Barcelona ha experimentado un sostenido aumento de los precios. El precio medio de alquiler de un piso de una habitación en el centro de la ciudad era de 1.278 euros mensuales en 2024, un incremento del 11,1% respecto al año anterior. Estas cifras dificultan el acceso a la vivienda para muchos residentes, especialmente para las familias jóvenes y las clases trabajadoras.

Además, la renta media disponible per cápita en Barcelona era de 21.642 euros en 2023, con diferencias significativas entre distritos. Por ejemplo, Sarrià-Sant Gervasi tenía una renta media de 33.264 euros, mientras que Ciutat Vella se situaba en 13.868 euros. Esta desigualdad económica se refleja en el acceso a servicios y oportunidades en la ciudad.

Envejecimiento de la población y desarraigo

La población de Barcelona está envejeciendo. En 2024, el número de personas mayores de 65 años había aumentado más del 20% desde 2011, mientras que la población general solo había crecido un 6,5%. Este envejecimiento, combinado con la expulsión de residentes jóvenes por el encarecimiento de la vivienda, está transformando la composición demográfica de la ciudad.

Esta situación ha provocado una pérdida de la identidad y cohesión social en muchos barrios, con la sustitución de comunidades arraigadas por colectivos más transitorios y con menor vinculación con la ciudad.

Barcelona se encuentra en una encrucijada. El modelo de ciudad-escenario ha aportado proyección internacional, pero también ha generado desigualdades, desarraigo y una crisis de la vivienda que afecta gravemente a la calidad de vida de sus residentes. Es necesario replantear este modelo y priorizar políticas que pongan en el centro las necesidades de los barceloneses, garantizando el acceso a la vivienda, la cohesión social y la preservación de la identidad cultural de la ciudad.

El resultado es una ciudad cada vez más invivible para sus propios habitantes, que pierde la conciencia de ciudad y se rompe en grupos segregados, con perfiles cada vez más tribales Compartir en X

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