El Gobierno catalán ha creado un comité de expertos llamado Cairós, escrito así con ‘c’, aunque también podría adoptar la forma con ‘k’, Kairos, que remite a un concepto de la filosofía griega que puede traducirse como «momento adecuado u oportuno» Sea como fuere, el comité ha empezado a hacer propuestas que puedan contribuir a revertir el deterioro de la sanidad en Cataluña. El comité está presidido por una autoridad indiscutible: Manel del Castillo, director general del Hospital San Juan de Dios, que en unas recientes declaraciones formulaba algunas precisiones que merecen consideración.
El riesgo de convertirse en una sanidad para pobres y grandes patologías
Desde hace tiempo se está produciendo, como consecuencia del deficiente servicio, una fuga de usuarios hacia las mutuas y la sanidad privada. Naturalmente, son personas que pueden permitirse pagar una cuota mensual. Del Castillo considera esta cuestión como un problema, porque cree que, de seguir así, sólo la población con menos ingresos continuará en la asistencia sanitaria pública. Aunque también conservaría lo que la hace insustituible: su capacidad para tratar patologías complejas y costosas, como la mayoría de los cánceres.
Pero este razonamiento no se entiende bien, porque, descrito en estos términos, lo que define no es un problema, sino una ventaja. En la sanidad pública no hay ni ricos ni pobres: todos son usuarios o pacientes que reciben uno trato equivalente. Por tanto, en buena medida podemos prescindir de la variable de renta. Si el número de usuarios disminuye porque una parte de ellos son atendidos por la sanidad consorciada y privada, lo que se consigue es un mejor ratio de médicos, enfermeras y personal sanitario para cada uno de los que permanecen en el sistema público. Esto no empeora la situación, al contrario, la mejora.
El problema es para los ciudadanos que deben huir de esta sanidad debido a las esperas y dilaciones interminables, buscando algo mejor y pagándolo de su bolsillo sin que este hecho desgrave. Lo que en realidad existe, y es de lamentar que el comité de expertos no lo aborde, es un mal encaje entre el sistema asistencial mutualista, concertado o privado, y el sistema público. Esto permitiría un uso más racional de los recursos y un mejor tratamiento al paciente. En Cataluña, donde este sector es determinante y en el ámbito hospitalario ya está estrechamente coordinado con la sanidad pública, tiene una importancia aún más decisiva.
Que este hecho se vea como un problema y no como una oportunidad, como si la sanidad pública tuviera la finalidad de abarcar el cien por cien de la población en lugar de combinarse y aprovechar el conjunto de los recursos existentes -sobre todo en comunidades con tradición como la catalana, basada en el mutualismo—, no deja de ser sorprendente porque refleja un sesgo que no contribuye a un buen enfoque del problema.
Cataluña no tiene un déficit de médicos
Manel del Castillo explica que, de acuerdo con la OCDE, Cataluña tiene 4,7 médicos por cada 1.000 habitantes, cuando la mediana es de 3,2. La diferencia a favor de Cataluña es muy notable, porque significa que disponemos de casi un 50% más médicos que la media del conjunto de los países más desarrollados del mundo.
Por tanto, en términos globales estamos muy bien situados, pero, sin embargo, como señala el director del Hospital Sant Joan de Déu y presidente de Cairós, cuando vas a la segunda y tercera corona metropolitana, con algún extremo de Cataluña, sí constatas esta carencia. Y si bien en el centro de la propia área metropolitana el ciudadano será atendido, no significa que no sufra alguno de los problemas crónicos de esperas y colas que se dan en el conjunto de la sanidad.
Entonces, ¿qué debemos entender de este diagnóstico?
También lo define el presidente del comité de expertos: nada menos que casi el 80% del tiempo de los médicos y las enfermeras se dedica a desbrozar el frondoso camino de la burocracia. De cada hora de trabajo de estos médicos y personal sanitario más cualificado, 48 minutos no se dedican al enfermo, sino al papeleo.
Esto explica que, cuando alguien se visita en un centro ambulatorio, en estas visitas relámpago de pocos minutos, el médico, más que estar mirando al paciente y observándole, esté tecleando continuamente y mirando la pantalla de su ordenador. He aquí uno de los graves problemas que, en principio, no parece ser difícil de resolver.
La solución ya la apunta el propio doctor Manel del Castillo: la mayoría de países tienen la figura del asistente clínico o del administrativo sanitario, que apoya al médico y a la enfermera y que se encarga de realizar todos estos trámites. Esta solución, llevada con diligencia y de forma masiva, liberaría una carga de trabajo brutal y permitiría, a un coste moderado, ganar en calidad y aprovechar a fondo la cantidad de médicos de los que disponemos. Pero, de momento, no parece que ésta sea una urgencia, a pesar de la magnífica relación coste-beneficio que presenta.
El impacto de los médicos extracomunitarios
Otro factor señalado por Manel del Castillo es el creciente número de médicos de procedencia extracomunitaria, básicamente latinoamericanos, que ocupan plaza en Catalunya. Lo dice con esmero, pero lo dice: «la capacitación no es tan homogénea como aquí, donde tenemos unos especialistas de primerísimo nivel». En otros términos, la calidad del personal médico proveniente de la inmigración es inferior a la autóctona, abriendo una vía de deterioro en la prestación de servicios.
Señala, además, una razón ética absolutamente válida. A estos países les cuesta mucho formar a un médico para que después nos lo quedamos nosotros. Es una buena razón para frenar esta apelación a la inmigración y buscar la manera de disponer de médicos propios, de acuerdo con la incorporación de personal administrativo de soporte, como ya ha apuntado.
El diagnóstico está claro y las soluciones no son extraordinariamente complejas. Sólo necesitan fijar con claridad los objetivos y disponer de la voluntad política necesaria para que éstos se ejecuten. Veremos en qué queda todo esto.