Con una tendencia decreciente, las manifestaciones de ayer, en el día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres, registraron una participación catastrófica. Además, en Barcelona y Madrid, existían presencias divididas entre las feministas del PSOE y las de Podemos, separadas por su rechazo o aceptación de las mujeres trans. En la capital española, lugar de manifestaciones masivas no hace tantos años, apenas se reunieron 7.000 personas entre ambas. Muy pocas, bastantes menos aún en Barcelona.
En la medida en que el movimiento se ha radicalizado, se ha convertido en una ideología de poder. Basta con ver la publicidad institucional sobre la manifestación de ayer para observar un decaimiento. Seguramente, el feminismo forma ya parte del actual y vituperado establishment de los desacreditados partidos políticos, ya que es, en realidad, un apéndice de éstos, como lo muestran los dos sectores feministas. También han conseguido un rechazo cada vez más explícito y joven, perdido el temor escénico a la descalificación y el linchamiento social que el poder feminista somete a los discrepantes.
¿Cómo surge esa ideología?
Esta ideología está dislocando gravemente la sociedad porque constituye una de las manifestaciones más avanzadas de la cultura de la desvinculación. La perspectiva de género, originada en los movimientos feministas del siglo XX, busca redefinir las categorías de sexo y género, pero ha evolucionado hacia una ideología con fuertes implicaciones sociales y políticas. Judith Butler, una figura central, conceptualizó al género como una construcción cultural, lo que ha influido profundamente en las políticas públicas contemporáneas.
Los documentos complementan esta visión destacando cómo este marco ideológico transforma el lenguaje, las políticas y las instituciones. Se observa una división interna en el feminismo, donde corrientes como el feminismo queer y trans han entrado en conflicto con enfoques más tradicionales, cuestionando incluso la misma categoría de “mujer”. Además, el feminismo de género ha adoptado estrategias autoritarias para consolidar su hegemonía, limitando el debate y promoviendo una narrativa que presenta a los hombres como opresores por naturaleza.
Las oleadas del feminismo
En sus diversas fases u olas, la tendencia ha sido radicalizar sus posiciones hasta considerarse un movimiento totalizador que incluye todas las reivindicaciones desde la perspectiva de género. Habitualmente, se identifican cuatro olas, aunque realmente entre la primera y la segunda sería más apropiado plantearlo en términos de mutación, mientras que las otras dos son evoluciones de aquella segunda.
Primera ola: Finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Una fecha simbólica clave: 1848, con la publicación de la Declaración de Seneca Falls (EE. UU.), considerada el inicio del movimiento feminista organizado. Los principales motivos eran la lucha por los derechos civiles y políticos, especialmente el sufragio femenino. Sus representantes más destacadas fueron Mary Wollstonecraft, Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony.
Segunda ola: Décadas de 1960-1980, coincidiendo con las revueltas del «Mayo del 68». Una obra clave es La mística de la feminidad (1963), de Betty Friedan. Los temas incluían el cuestionamiento del rol doméstico de la mujer y la reivindicación de derechos laborales, reproductivos y sexuales. También comienza a surgir el discurso de la opresión patriarcal. Sus principales representantes son Betty Friedan, Simone de Beauvoir y Kate Millett.
Simone de Beauvoir es una figura fundamental que se sitúa en la transición entre la primera y la segunda ola del feminismo, pero su influencia se alinea más claramente con los temas de la segunda ola, especialmente a partir de la publicación de su obra El segundo sexo (1949). Simone de Beauvoir representó una reflexión temprana sobre el género, la opresión y la libertad. Fue una influencia central para feministas estadounidenses como Betty Friedan y Kate Millett, quienes expandieron sus ideas en el contexto sociopolítico de Estados Unidos.
Tercera ola: Décadas de 1990-2000, con conceptos como diversidad e interseccionalidad, clave en la doctrina woke. Judith Butler fue una figura clave en esta etapa. Esta ola puede considerarse una respuesta a la crítica al feminismo burgués de la segunda generación, con nuevas ideas sobre raza, clase, orientación sexual y cultura.
Cuarta ola: Desde 2010 hasta hoy. Un momento destacado es 2017, con el movimiento #MeToo. Los temas centrales son la visibilización del acoso, las desigualdades y la violencia de género. Se incluyen reivindicaciones como la cultura de la cancelación, representación de género y denuncias públicas, siguiendo la lógica del «solo sí es sí».
Consecuencias y retos actuales
El resultado actual es una acentuación de la concepción del hombre como intrínsecamente perjudicial para las mujeres en todos los ámbitos, así como una cadena interminable de reivindicaciones. Las políticas inspiradas en estos presupuestos han fracasado: aumenta la violencia sexual y se produce entre los más jóvenes una divergencia profunda que tendrá graves consecuencias sociales. Los hombres se escoran hacia la derecha, mientras que las mujeres se radicalizan más en el feminismo. El rechazo a la maternidad es una manifestación de esto, así como el distanciamiento respecto a los partidos de la progresía.