Occidente no puede subestimar los regímenes de Corea del Norte y de Irán

Los oficiales de inteligencia de Europa y Estados Unidos llevan meses advirtiendo de la acción cada vez más coordinada de un eje de adversarios muy diferentes entre sí, pero con un interés común en socavar a Occidente: se trata de Rusia, China, Corea del Norte e Irán.

De todos ellos, dos han dado pasos inquietantes para sostener el esfuerzo de guerra de su aliado ruso.

Se trata, por un lado, de Irán, gran centro de producción y suministro de piezas para los aparatos no tripulados que las fuerzas armadas rusas emplean cada vez con mayor eficacia y masivamente.

El otro es Corea del Norte, país que en un primer momento facilitó una ingente cantidad de munición de calibre soviético a Rusia, pero que lejos de contentarse de ello, ha entrado recientemente en una nueva y preocupante fase de movilización a favor de Vladimir Putin.

La cara más visible de ésta es el envío de miles de tropas norcoreanas al frente de la región de Kursk, operando, al parecer y por ahora, en territorio internacionalmente reconocido como perteneciente a Rusia.

Sin embargo, varios especialistas en Corea del Norte ya hicieron sonar alarmas meses atrás. Según recoge el periodista británico Gideon Rachman, los norteamericanos Robert Carlin i Siegfried Hecker escribieron el pasado enero que Kim Jong Un había tomado la decisión estratégica de declarar la guerra.

En un artículo conjunto, Carlin y Hecker advirtieron que el líder supremo norcoreano había abandonado sus esfuerzos, realizados con la administración Trump, de mejorar las relaciones con Occidente.

Además, apuntaron que Corea del Norte dispone de un importante arsenal nuclear, conformado potencialmente por entre 50 y 60 bombas, y que las declaraciones y actos recientes de Kim Jong Un indicaban que consideraría emplearlas.

Desde entonces, los signos de radicalización de la postura de Corea del Norte han proliferado.

En junio, Moscú y Pyongyang firmaron un pacto de defensa mutua. Corea del Norte abandonó además formalmente su intención de acabar reunificándose con el Sur, y designó a Seúl como un enemigo irreconciliable. En las últimas semanas, Corea del Norte hizo explotar las carreteras que unen los dos países hermanos, simbolizando así una ruptura total.

Al igual que Xi Jinping y Putin, Kim Jong Un parece convencido de que Estados Unidos y Occidente en su conjunto se encuentran sumidos en un declive definitivo o al menos de larga duración.

Al igual que sus socios, Kim podría sentir una oportunidad histórica para vencer a sus enemigos y garantizar en último término la continuidad de un régimen hermético que lo tendría francamente difícil en caso de apertura hacia el exterior o del estallido de una guerra convencional contra su vecino del sur.

Como Rachman denuncia, desde Occidente, Corea del Norte se ha percibido más como una broma que como una amenaza. Quizá Kim Jong Un tenga un ademán ridículo, pero su programa militar es tan real como el sufrimiento al que tiene sometida a su población.

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