Harmagedon es una palabra de cierta notoriedad, aunque sólo aparece una vez en la Biblia, en el Apocalipsis (16:14, 16). Es el nombre de la batalla final entre Dios y los gobiernos humanos. Estos gobiernos y sus partidarios están en contra de Dios porque se niegan a someterse a su autoridad (Salmo 2:2).
En nuestro país, resulta notable cómo la mayoría de los grandes medios de comunicación han tratado las elecciones en Estados Unidos como si fuera una especie de batalla definitiva, donde el “bien absoluto” está representado por Kamala Harris y el “mal absoluto” por Donald Trump. Hoy mismo, un periodista que vive de esto y que es enviado especial de La Vanguardia para cubrir las elecciones, John Carlin, las definía así: “La decisión de hoy consiste en elegir entre una persona normal como presidente o un loco degenerado” . Ya me explicarán, gane quien gane, cómo puede funcionar un país al día siguiente de la festividad electoral con estas premisas.
Luego se escandalizan de la polarización política; eso sí, después de haber descalificado a medio país como partidario de la locura y la degeneración.
Harris, que hasta hace poco era una vicepresidenta cuestionada en una administración también con bajos niveles de popularidad, es ahora exaltada como la única opción válida. En contraste, Trump es caracterizado principalmente por sus disparates, algunos reales y otros fabricados por la narrativa mediática.
En este esfuerzo por polarizar el discurso, destacan diarios como El País y La Vanguardia, que lideran la postura pro-Harris, aunque no están solos: medios habitualmente antagónicos, como El Mundo y Ara, también se alinean en esta narrativa, creando un panorama unificado que podría extenderse aún más.
La primera conclusión que podemos extraer es que deberíamos estar seriamente preocupados por cómo los medios manipulan la información en función de intereses políticos.
Dejamos atrás la propaganda y desarme del relato que los medios nos presentan sobre lo que está en juego en Estados Unidos. El lado demócrata, representado por Harris, está alineado con toda la corriente progresista, pero ya nada tiene en común ni con la izquierda clásica ni con el centrismo tradicional. Su perfil ideológico se puede caracterizar por seis elementos principales:
- Estatismo: Para los demócratas actuales, todo lo que haga el Estado es bueno. Cuanta más intervención estatal haya en la vida de las personas, mejor. Incrementar los impuestos es siempre positivo, y la eficiencia en el uso del dinero público o la equidad fiscal no son consideraciones importantes. Esta visión estatista también se traslada a ámbitos tradicionalmente reservados a la familia y a la vida privada, donde el Estado se inmiscuye cada vez más, como ocurre con la educación de los hijos.
- Perspectiva de género como ideología dominante: Esta ideología se ha vuelto central en la agenda del Partido Demócrata. En Estados Unidos, la lucha está en plena efervescencia. Un pilar fundamental es la criminalización del hombre como culpable de todos los males que sufren las mujeres. Esta narrativa ha generado una polarización creciente entre hombres y mujeres, algo evidente en las encuestas: si sólo votaran mujeres, Harris ganaría; si sólo votaran hombres, Trump lo haría con facilidad.
- Homosexualismo político: No se trata sólo de derechos para personas homosexuales, sino de transformar instituciones sociales y el sistema de derechos y deberes para que sirvan a una concepción particular que define a la persona sólo en razón de una forma muy específica de entender las relaciones sexuales. Se busca otorgar derechos adicionales que diferencien a aquellos que comparten esta visión del resto. En el caso de España destaca la obligación de un trato positivo por parte de los medios hacia esta condición o en el plano jurídico, la inversión de la carga de la prueba si quien denuncia alega ser homosexual. Son privilegios que el resto de la sociedad no posee, ni tampoco otros grupos, presuntamente o realmente discriminados.
- Fomento de la transexualidad: En una batalla que se realiza en muchos estados, este fomento se produce en las escuelas bajo la cobertura del reconocimiento de la diversidad.
- El aborto: Es el gran comodín de Harris, el caballo de batalla, y de este modo confía en la victoria para que movilice a más mujeres a su favor. El voto anticipado parece estar dándole la razón.
- Apropiación de la democracia: Sólo aquellos que comparten estas ideas son considerados democráticos; quienes se oponen son etiquetados como “iliberales” , “machistas” , “fascistas” y otros calificativos despectivos. Esto convierte a los republicanos en un peligro para la democracia y se les niega la legitimidad para gobernar. Se define la democracia de forma excluyente, parecida a cómo los regímenes autoritarios limitaban la oposición al considerar que ciertas ideas eran intocables.
Para ser demócrata, se debe estar acorde con el aborto en los términos más amplios posibles, la perspectiva de género como ideología de género, asumir el matrimonio homosexual y la educación de los hijos en estos aspectos. El planteamiento se acerca mucho a la «democracia» asociativa en la fase final del franquismo: elecciones, debates y lo que se quiera, pero eso sí, sin cuestionar los Principios Fundamentales del Movimiento.
Por otro lado, el bando republicano, menos favorecido por los grandes medios, se presenta como una alternativa al estatismo y al intervencionismo cultural y social promovido por los demócratas. Defienden una visión más limitada del papel del Estado, con mayor énfasis en la autonomía individual y en la protección de las libertades personales ante lo que perciben como una intrusión excesiva del gobierno en la vida de los ciudadanos. También con Trump en una defensa de los trabajadores, sobre todo en los estados más dañados por la globalización.
En resumen, la narrativa dominante en nuestros medios de comunicación presenta las elecciones norteamericanas como una lucha del fin de los tiempos, con Harris representando la justicia y Trump el desorden. Sin embargo, esta simplificación ignora la complejidad real de lo que está en juego y refleja cómo los medios no sólo informan, sino que construyen frames para dar una versión de la realidad alineada con sus propios intereses e ideologías.